domingo, 13 de enero de 2008

Vivir en recepción con Jesús

Hoy, con la fiesta del Bautismo de Jesús, concluye el tiempo de Navidad, esa gozosa demora en que la Iglesia nos detiene porque aprendamos o incorporemos algo, aunque sea, de ese misterio tan grande del que la costumbre nos impide asombrarnos: la encarnación del Verbo: que Dios ("todo un Dios") se haga hombre.
El Bautismo es un capital punto de inflexión en la vida de Jesús, un "antes y un después". Según el testimonio de los evangelios, el Bautismo fue el punto de partida de su ministerio público, del camino hacia su "hora" definitiva cumplida en el misterio de su Pascua. La liturgia de esta fiesta nos invita, en este sentido, a descubrir a Jesús como el "ungido" por el Espíritu del Señor, preanunicado por los profetas, que es confirmado en su identidad por el Padre y enviado a evangelizar, a "pasar haciendo el bien".
Me gustaría empero mirar esta vez el Bautismo del Señor no tanto como el inicio de la vida pública del Señor sino como la conclusión de su vida oculta, cuyo misterio ha estado por decir así comprendido en este tiempo litúrgico de la Navidad.
En efecto, pensando en el denominador común de esos años "ocultos" desde el Nacimiento hasta el Bautismo, me detengo hoy, una vez más, en la "existencia en recepción" de Jesús. Es una linda manera de meditar en el enorme "evangelio" de la encarnación. Dios, el altísimo, el omnipotente, el eterno, decide hacerse un hombre entre los hombres, asumiendo sus límites: el tiempo, la pequeñez, la debilidad, la dependencia más absoluta... "pasando por uno de tantos". Esto significó para Jesús aprender a recibir, aprender a depender. Desde la naturaleza humana, que recibe de María, todo para el Jesús de la Navidad es recibido: el cariño de sus padres y de los pastores, el calor de los animales, los regalos de los magos del oriente... De alguna manera, todos sus años de Nazaret fueron "recepción": vivir sujeto a la voluntad de sus padres, de sus maestros, asumir día a día, año a año, la vida humana con sus fatigas, con sus pesares, con sus angustias, con sus alegrías y tristezas. El Bautismo corona de alguna manera este camino receptivo de Jesús antes de comenzar su "entrega", su ministerio al servicio del Reino. Jesús hoy se acerca, anónimo entre anónimos, como uno más entre los que "hacen cola" para recibir el bautismo de Juan. Así Jesús quiere recibir la purificación de los pecados, como miembro del pueblo pecador, infiel a las palabras de Dios. ¡Qué humildad! ¡Qué enseñanza para nosotros!
Pareciera que el Padre Dios hubiera estado esperando la plenitud de este largo período de dependencia y recepción para manifestársele plenamente, confirmándole su identidad de Hijo único, de Amado, de Ungido de Dios. Da la impresión de que en esos años de recepción y dependencia humanas Jesús se hizo capaz de comprender plenamente su vital, su ontológica y radical identidad recibida de Dios como Hijo eterno. Ningún hombre puede de un día para otro ser consciente de qué significa ser hijo de Dios. Jesús, verdadero hombre, tampoco. Hacía falta toda esa humildad de treinta años para ser humanamente capaz de recibir la voz del Padre que dice: "Tú eres mi Hijo el amado".
Su vida oculta nos devela el secreto para aprender a asumir nuestra identidad divina, recibida en nuestro Bautismo cuando hemos sido incorporados a Cristo. Humildad, recepción, dependencia... Toda la gran lección de la Navidad, la lógica y la dinámica de la encarnación: ese ser de Jesús que "siendo grande, se hizo pequeño; siendo rico, se hizo pobre; siendo fuerte, se hizo débil..."
Jesús nos enseña hoy que nadie puede recibir de Dios si no sabe recibir de sus hermanos. Nadie puede dejarse amar por Dios si no se deja a amar por los hombres. A partir del Bautismo, la vida de Cristo es recibir todo del Padre (como siempre) pero sólo del Padre: María deja, por así decir, su lugar de Madre y se convierte de discípula de Dios en la discípula de su hijo, el Hijo de Dios.
Sólo hoy, tras una vida en recepción, Jesús sabe asumir la unción y la misión que el Padre le da en plenitud: evangelizar a los pobres, anunciar la liberación a los cautivos, el consuelo a los afligidos"...: "pasar haciendo el bien" sobre la tierra.
Ojalá nosotros, bautizados, que junto con la filiación de Cristo compartimos también su misión, habiendo contemplado con orante emoción a Jesús en el pesebre, hoy, viéndolo hacer cola para una purificación que no necesita, hagamos carne alguito de esta aplastante humildad, aprendamos al menos alguna razón de esta lógica de la encarnación, podamos aunque sea balbucear alguna sílaba de esta Palabra -¡que vive en nosotros!- y que por amor no temió perder su dignidad, y asumió el silencio de la debilidad haciéndose carne.