sábado, 22 de marzo de 2008

El paisano de Cirene

"Como pasaba por allí un tal Simón, de Cirene, que regresaba del campo, padre de Alejandro y de Rufo, lo obligaron a llevar la cruz de Jesús." (Mc 15, 21)

El dolor nos toma casi siempre por sorpresa. Muy pocas veces elegimos meternos por nuestra propia cuenta en caminos que suponen renuncias, sacrificios o dolores. En una vuelta de esquina de la vida nos encontramos, de pronto, sumergidos en una situación de dolor, de enfermedad, de muerte. El dolor, propio y ajeno, nos provoca rebeldía y bronca. ¿Por qué a mí? -nos preguntamos. Igual que Simón, el paisano de Cirene, que no tenía nada que ver con Jesús y de repente fue obligado a soportar el peso de la cruz.
Pero de a poco este Simón, en el camino, fue acompasando sus pasos malhumorados al andar manso de Jesús. Es que a Él -a Jesús- nadie le quitaba la vida, sino que la entregaba libremente, por amor. Simón aprendió de Jesús a dejar de ser sólo víctima y a hacerse protagonista de su propio dolor: aprendió a transformar su dolor en Cruz. Sólo entonces, cuando nos decidimos, como el Cireneo, a caminar tras las huellas de Jesús y ponemos nuestros sufrimientos en sus manos, el dolor deja de ser un peso inhumano y se pone al servicio de nuestra vida plena.