viernes, 27 de agosto de 2010

Un canto nuevo


Algunos días atrás, bien entrada la noche, me disponía ya a irme a dormir cuando por entre las ventanas siempre abiertas de mi cuarto oí algo que me hizo deternerme de golpe, interrumpiendo los semiconscientes quehacerces de la rutina final. Me expuse en seguida a la voz de la ventana, y, en una fresca bocanada, la noche negra me dijo un canto nuevo: era un silbido casi olvidado, tan lleno de reminiscencias, tan familiar... Abrí del todo, respiré hondo y le regalé al cielo una sonrisa nueva, tan nueva como ese canto primero del primer zorzal.
¡Qué linda sensación, y qué extraña! Ese silbo prematuro, surgido en el seno mismo del invierno, llevaba en sí mismo toda la primavera... El silencio frío, dueño y señor de las noches invernales, acababa de ser herido de muerte por ese flechazo musical. Y aquel zorzal francotirador era el mismo que con trinos triunfantes me estaba anunciando el pregón de la victoria.
¡Qué certeza misteriosa! ¿Cómo puede uno alegrarse hasta henchirse el corazón por la primavera, estando en pleno invierno? Y sin embargo, el que escucha ese anuncio entiende la irrevocabilidad de la noticia: "¡Cantemos! El invierno "ya fue". No le hagan caso a lo que ven ni a lo que sienten: eso es apariencia. Es el estertor de un muerto. En lo oscuro de la noche ya se está gestando el día nuevo. ¡Cantemos!"
Ese canto aparentemente aislado del primer zorzal no está solo: está preñado de todos los que vendrán. Es "las primicias" de la primavera... ¡Qué poco entendió de esto el que piensa que "una golondrina no hace el verano"...! Las primicias son la exigua realidad que asegura la promesa de mucho más. De aquí brota una gran alegría, por el regalo de una doble novedad: la llegada del primer fruto, y la certeza de todos los demás. ¡Eso es el gozo de las primicias!

"¡Canten al Señor un canto nuevo!" (Is 42, 10).
Así gritaba el profeta Don Segundo Isaías, en lo más negro del destierro en Babilonia, en la oscuridad más densa de la desgracia de Israel. Cuando no había nada de qué alegrarse, Isaías pregonaba la victoria de Dios: "El Señor irrumpe como un héroe [...]" (Is 42, 13): en lo más negro de la desesperación, Dios había dicho: "cambiaré las tinieblas en luz" (42, 16). Isaías invitaba a la esperanza en medio de la desesperación más absoluta... "¡Canten al Señor un canto nuevo!" ¿Le habrán hecho caso? ¿O habrá ganado la tentación de la nostalgia de las "cosas pasadas" (Is 43, 18): "¡Cómo cantar un cántico del Señor en tierra extranjera! (Sal 136, 4)?. Por las dudas, el Antiguo Testamento nos insiste varias veces con esta invitación: "¡Canten al Señor un canto nuevo!" (Sal 33, 3; 96, 1; 98, 1; 149, 1)... Pero ¡qué difícil es cantarlo! ¡Qué difícil es a adherirse a entonar la victoria en medio de los horrores de la batalla! ¡Qué difícil, en el fondo, creerle al que anuncia la esperanza! Queda claro, en todo caso, que poder cantar "el canto nuevo" es siempre un don del mismo Dios (cf. Sal 40, 4).
En el Nuevo Testamento nos encontramos, por fin, con algunos que "cantan un canto nuevo" (Ap 5, 9; 14, 3). ¿Quiénes son? En 5, 9-10, son los que están en el ámbito divino ("alrededor del trono"), en presencia de Dios y del Cordero degollado y victorioso. Pero ellos están en el cielo, contemplando al Cristo vencedor que tiene en su mano, abiertos, los designios de la historia. Ahora bien, los hombres, aquí abajo, en este "desierto" (Ap 12, 15), tratando de huir en la "gran tribulación", ¿podrán cantar el canto nuevo? ¿Podrán creer que "ha vencido el león de la tribu de Judá" los que sólo sienten que crecen y crecen las fuerzas del mal, cada día más revestidas de poder y de propaganda, mientras que los justos sufren y lloran su derrota? ¿Cómo puede una persona cantar el canto nuevo de la victoria, cuando se siente igual de indefenso y desesperado que una mujer que trata de dar a luz y que ante sus ojos no sólo no tiene a nadie que la ayude, sino a un monstruo gigantesco que le va a devorar a su creatura (cf. Ap 12, 1 y ss)?
La respuesta la da el cap. 14 del Apocalipsis. Allí, ese "canto nuevo" que viene del cielo "y nadie lo puede aprender" (14, 3) es aprendido únicamente por un grupo de hombres que esta vez sí está en la tierra y en la tribulación... Esos hombres son "las primicias de los rescatados" (14, 3), de los rescatados "en la sangre" del Cordero, como decía el canto nuevo en Ap 5, 9. Son los "ciento cuarenta y cuatro mil", ese misterioso resto fiel de los seguidores del Cordero, que lo siguen "adondequiera que vaya"... Ellos se animan a cantar ya, en medio de la tribulación, el canto nuevo de la victoria. Ellos son aquí, en la tierra, las "primicias" de una "multitud incontable de toda nación, tribu, pueblo y lengua" (Ap 7, 9) "en el cielo".

"Dios mío, yo quiero cantarte un canto nuevo" (Sal 144, 9).
Desde que me puse a escribir, ya "se entró la noche", y de nuevo empecé a escuchar a mi zorzal que pregona a un tiempo el amanecer y la primavera. Y pienso en nosotros, los cristianos: somos nosotros los que "seguimos al Cordero" y vivimos en un mundo que a veces nos aplasta con su maldad. Todo el Nuevo Testamento -no sólo el Apocalipsis-  nos advierte que estamos viviendo en unos "tiempos que son los últimos" (Heb 1, 2), porque "el Reino de Dios ha llegado" (Lc 11, 20). El misterio de la historia (y de nuestra vida) ya ha sido revelado en Cristo Jesús, que venció de una vez para siempre al pecado, al mal y a la muerte. Por oscura que sea la noche en que vivimos, ella ya está inexorablemente habitada por la luz de la mañana en el Lucero del alba, que nos anticipa y promete la Luz total.
    Un poco estudiando el Apocalipsis y otro poco a los pájaros, he llegado a una conclusión. Nuestra misión en este mundo desesperanzado es la de "cantar un canto nuevo", alegrando y levantando los corazones, como zorzales en la noche que celebran ya al "Sol que nace de lo alto" (Lc 1, 78).

jueves, 12 de agosto de 2010

La primera enseñanza de Jesús

Todos los evangelistas nos transmiten -entre otras cosas- las "enseñanzas" de Jesús, las palabras y parábolas con que él hablaba del Reino de Dios. Pero entre ellos, San Lucas pone de manifiesto una primera enseñanza escondida del Maestro, una verdadera lección oculta. Se vale, para ello, de ciertas referencias a la edad de Jesús.
Cuando el hijo de María tiene doce años (cf. Lc 2, 42), ella y José lo encuentran en medio de los maestros del Templo de Jerusalén. ¿Qué hacía allí Jesús? Lucas pone sólo dos verbos: "escuchaba" y "preguntaba" (2, 46). Sin embargo, el niño, "en medio de los doctores", está "sentado" (¡como un maestro!)... De hecho, estaba dando una lección que dejaba a los demás "admirados" (2, 47). Misteriosamente, el que sólo "escuchaba y preguntaba" estaba él mismo dando "respuestas"  y siendo escuchado (cf. 2, 47). ¿Qué estaba enseñando ese pequeño maestro?
La siguiente referencia de Lucas a la edad de Jesús la tenemos "al comenzar" su vida pública: "tenía unos treinta años" (Lc 3, 23). En la escena siguiente, el Señor, obedeciendo al Espíritu, es arrastrado al desierto. Aquí, cuando el diablo lo pone a prueba, aparecen las primeras frases de Jesús no hechas en forma de pregunta. En efecto, a sus propuestas, Jesús no hace más que responder lo que había esuchado de su Padre todos esos años: "Está escrito" (Lc 4, 4.8.10). Recién después de esto empezó Jesús a "enseñar" (4, 15).
Lucas parece querer hacernos entender que toda la vida oculta de Jesús fue un "escuchar y preguntar" (2, 46), un "estar en las cosas de su Padre" (2, 49) y a la vez un "estar sujeto" a María y a José (cf. 2, 51). En esto consistía el "crecimiento" del niño en "sabiduría" (cf. 2, 40.52).
¡Jesucristo se pasó treinta años "escuchando y preguntando"! ¡El Hijo del Dios Altísimo, la Sabiduría creadora de Dios hecha carne invirtió casi todo el tiempo de su corta vida no en enseñar, sino en aprender, en "crecer en sabiduría"...! "¡Qué misterio encierra Nazareth!" (Pablo VI). ¡Qué pedagogía la de la vida oculta! Ésta era la lección misteriosa que el niño-doctor enseñaba a los maestros del Templo, y esta es hoy y siempre la paradójica enseñanza que Jesús nos propone con su aprendizaje... Jesús es para nosotros el Maestro que nos enseña a aprender.
También para la Palabra hecha carne todo empieza con el silencio humilde de la escucha; también para él "el primer mandamiento es éste: "Escucha, Israel"..."  (Mc 12, 29). Que el Espíritu nos contagie esta verdadera sabiduría de Jesús, que es la única que nos permite salir de nosotros mismos y amar hasta dar la vida.