"Yo he venido a traer fuego sobre la tierra ¡y cómo desearía que ya estuviese ardiendo!" (Lc 12, 49).
¡Fuego! Sin certeza de qué es lo que el Señor haya querido decir con esta frase, hay algo que está claro: Jesús tiene un fuego para dar. Jesús tiene adentro de su corazón un amor que le quema en ganas de compartirlo, de contagiarlo, de entregarlo. Jesús tiene un corazón de carne (como había prometido Ezequiel), y ese corazón es un corazón ardientemente apasionado por el Reino. Tiene tantas ganas de incendiar la tierra con ese fuego... pero sabe íntimamente que para poder quemar todo tiene que primero dejarse quemar él del todo.
Estoy convencido de que esa pasión de Jesús, ese fuego de su corazón es el mismo Espíritu Santo, que lo "llena", que lo "arrastra" (cf. Lc 4, 1), que "lo estremece de gozo" (Lc 10, 21)... Es el mismo Espíritu que en su bautismo era como una paloma, pero que después de su otro bautismo (cf. Lc 12, 50) -la muerte y resurrección- fue un fuego imparable para el incendio de Pentecostés.
El propio Lucas juega con las dos imágenes -la paloma y el fuego- para referirse al Espíritu Santo. Y el gran san Agustín nos ayuda a entender por qué: "Cuando [Dios] envió el Espíritu Santo, lo hizo visible de dos maneras: por medio de una paloma y por medio del fuego: [...] en esta mostró la sencillez; en éste, el fervor.[...] Para que la sencillez no quedara como algo frío, lo mostró en el fuego. [...] También ustedes sean sencillos, pero de modo tal que sean fervientes" (In Ioan. evang. tr. VI, 3-4).
Creo que, como cristianos llamados a la "sabiduría del diálogo", esto bien puede servirnos de discernimiento. En efecto, también la vida cristiana requiere un "termómetro"... No hay amor verdadero que sea frío. "Porque hay algunos que se dicen sencillos, y son vagos; se llaman mansos, y son apáticos" (San Agustín, Idem). Si nuestra sencillez, nuestra mansedumbre, nuestra amabilidad y tolerancia no son compatibles con un corazón apasionado por el bien y la verdad, entonces no son tolerancia sino apatía, "indiferentismo" y qué-más-dá. La apertura al diálogo, si no es compatible con la "valentía de la libertad de los hijos de Dios", ni es sabia ni es virtuosa. Hay una mansedumbre que viene de la muerte, como dice por ahí Larralde: "suelen ser las más podridas las aguas que están más calmas".
Por eso, Señor Jesús, quemanos con el fuego amable de tu Espíritu, para que nuestro corazón aprenda a ser manso y humilde como una paloma, ardiente y apasionado como el fuego.