lunes, 8 de enero de 2024

Non confundar in aeternum

    

Cristo enseñando a la multitud (James Smetham)

    Hace ya bastantes años escribí, en este mismo cuaderno cibernético, tres articulillos casi seguidos, describiendo el lastimoso estado de confusión que afectaba al ambiente -incluso eclesial- con ocasión de la legalización del mal llamado "matrimonio igualitario". Aquí están:

Juirle a la confusión (junio de 2010)

Santos Discépolo, ruega por nosotros (julio 2010)

MEA CULPA (julio 2010), que tuvo en su momento considerable repercusión. 

    Releyendo esas palabras hoy, a propósito de la Declaración del Card. Víctor M. Fernández Fiducia supplicans (ratificada del propio Papa Francisco), me siento en la obligación de escribir acerca del tema una vez más. Sobre todo, si considero que cuando escribí esos textos, antes de ser ordenado, no gravaba mi conciencia la responsabilidad pastoral que hoy tengo como sacerdote.

La verdad importa

      En efecto, según el Evangelio, el primer deber del pastor es la enseñanza, el apacentar -alimentar- con la verdad: "Al desembarcar, Jesús vio una gran muchedumbre, y tuvo compasión de ella, porque eran como ovejas sin pastor, y estuvo enseñándoles largo rato" (Mc 6, 34). Sólo después llegará el momento de darles de comer el pan material. Porque "no sólo de pan vive el hombre sino de toda palabra que sale de la boca de Dios" (Mt 4, 4). Dar la verdad es la primera misericordia.

      Mi primera reflexión se encamina precisamente a reivindicar la enseñanza de la verdad como el supremo bien de la persona humana, frente a una incorrecta comprensión de la evangelización, hoy muy en boga, que contrapone la ortodoxia a la ortopraxis, la doctrina a la pastoral, la verdad a la misericordia, abrazando unilateralmente los últimos polos de la falsa disyuntiva y despreciando los primeros como abstracciones, ideología, elitismo intelectual y perenne fuente de condena y división. En cambio, Cristo dice: "Esta es la vida eterna, que te conozcan a Ti, único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien tú has enviado" (Jn 17, 3). La vida eterna es conocer una verdad que es Dios mismo. Verdad que, en cristiano, no es una idea abstracta, sino el encuentro real con Cristo, "camino, verdad y vida" (Jn 14, 6), como tan bien lo expresó el Papa cooperador de la verdad, Benedicto XVI, en el comienzo de su Deus Caritas est.

     En efecto, cuando el Señor dio sus últimas palabras a los Apóstoles, les pidió que fueran a todo el mundo, bautizaran, y enseñaran "a guardar todo lo que yo les he mandado" (cf. Mt 28, 20).

         El Espíritu Santo que Dios dejó a su Iglesia para que la guíe es "el Espíritu de la Verdad" (Jn 15, 26), porque es el Espíritu de Cristo, la Palabra hecha carne. Del otro lado, está el "Padre de la mentira" (Jn 8, 44), el "homicida desde el principio" (íd.), el Demonio. El evangelio de San Juan, así, asocia en la persona de Cristo la Verdad a la Vida, y en Satanás, la mentira a la muerte.

           Para los cristianos, entonces, lo que atañe a la verdad no sólo no es secundario, sino que es importantísimo. Siempre la Iglesia fue de pocas cosquillas en estos asuntos, siempre estuvo atenta a oponerse pronto y enérgicamente a las doctrinas que afectaban al dogma y a la moral. La Iglesia toleró bastante los pecados y las incoherencias de sus miembros -incluso los más encumbrados- pero fue siempre más intolerante con las herejías. La Iglesia, así, se mostró consciente de lo perniciosas que son las malas doctrinas, pues en el largo plazo generan gravísimas consecuencias, y bien pero bien tangibles. Esa fue justamente la misión que siempre han tenido los sabios: alertar contra lo que a primera vista parece inocuo. Como el centinela que, desde el mangrullo, donde los de abajo ven sólo una nube sabe reconocer un malón.

La confusión, herramienta del Enemigo

        La mentira se hace digerible sólo haciéndose pasar por verdadera. Por eso la obra maestra del Demonio es la confusión. A Cristo, en el desierto, Satanás le cita las Sagradas Escrituras. Satanás confunde. La Biblia nos alerta, además, contra una confusión que puede ser perpetua: "En ti, Señor, espero; no quede yo confundido para siempre" (Salmo 30, 2). Es decir, que la confusión eterna es otro nombre del infierno. 

            El magisterio de la Iglesia debe ser, por tanto, una fuente de claridad, de luz y de verdad y nunca de confusión. Porque la confusión nunca es inocua. "Cuando ustedes digan sí, que sea sí, cuando digan no, que sea no; cualquier cosa que digan más allá viene del Demonio" (Mt 5, 37).

       Sin embargo, en muchos documentos recientes de la Santa Sede existe una innegable ambigüedad. Ambigüedad en que caben tanto la interpretación ortodoxa como hermenéuticas heréticas. 

        Un ejemplo de particular gravedad se da en el Documento de Abu Dhabi (2019). Allí se declara solemnemente que "la libertad es un derecho de toda persona: todos disfrutan de la libertad de credo, de pensamiento, de expresión y de acción. El pluralismo y la diversidad de religión, color, sexo, raza y lengua son expresión de una sabia voluntad divina, con la que Dios creó a los seres humanos. Esta Sabiduría Divina es la fuente de la que proviene el derecho a la libertad de credo y a la libertad de ser diferente. Por esto se condena el hecho de que se obligue a la gente a adherir a una religión o cultura determinada, como también de que se imponga un estilo de civilización que los demás no aceptan." (Francisco, Documento sobre la fraternidad humana por la paz mundial y la convivencia común). 

        Aquí se afirma en voz alta algo absolutamente incompatible con la fe en Jesucristo, único Salvador del mundo: que Dios quiere que haya muchas religiones. Más tarde, el Papa, ante los cuestionamientos por estas palabras, autorizó a un grupúsculo de obispos de un ignoto país asiático a que explicaran que en el caso de las religiones, el Papa se estaba refiriendo a la "voluntad permisiva" y no "positiva" de Dios (ver aquí la entrevista a Mons. Schneider), siendo así que las demás diversidades que se enumeran en el texto son del orden natural (sexo, raza, color...) y por tanto de voluntad "positiva". Es decir, que están expresamente confundidos los bienes -que Dios hizo y quiere, como la diferencia sexual- y los males -que Dios tolera pero no quiere, como las idolatrías o las sectas-. Con todo, nunca se corrigió el Documento ni se hizo una aclaración formal. 

             Exigir la clarificación de las ambigüedades -nunca deseables- en los textos magisteriales, para evitar la confusión de los fieles, es lo que pretenden las "dubia" que se elevan al Dicasterio de la Doctrina de la Fe. El género literario de estas consultas y respuestas (responsa) siempre estuvo al servicio de la claridad de los fieles, y por eso sólo admitía la contundente respuesta de "sí" o "no", admitiendo ulteriormente alguna explicación. 

             Sin embargo, el año pasado hemos asistido, con la asunción de Mons. Fernández como Prefecto del dicasterio de marras, a una innovación grande en esta tradición, con ocasión de las responsa a las dubia que algunos cardenales venían presentando desde la aparición de la exhortación Amoris laetitia. Ahora las respuestas, abandonando el tradicional laconismo, fueron párrafos no exentos de nuevas ambigüedades y que, de hecho, suscitaron nuevas consultas que requirieron más aclaraciones...

            El resultado es que el estado de confusión persiste, y "trabaja".

¿Prohibido prohibir?

        Especialmente elocuente en este sentido es la Carta que el Papa Francisco le envió al actual Prefecto explicándole su cometido al frente del Dicasterio de la Doctrina de la Fe. Allí, el Sumo Pontífice le pide explícitamente al nombrado cardenal que no se dedique, como hizo antes esa Congregación, "incluso con métodos inmorales", a perseguir "posibles errores doctrinales", "como enemigos que señalan y condenan", sino unilateralmente en positivo a "promover el saber teológico". Aquí y allá, en esta breve pero importantísima misiva, el Papa, apoyándose en su propio aforismo de que "la realidad es superior a la idea" (Evangelii Gaudium, 233), expresa esa desconfianza de que antes hablamos hacia la "teología de escritorio", la "lógica fría y dura que busca controlarlo todo". 

            El Papa, así, limita la tarea de este importantísimo organismo pastoral de la Sede petrina a promover positivamente la teología sin condenar errores. Pero, comenzando por el mismo Cristo y recorriendo todo el Nuevo Testamento, por no referirnos a los profetas de Israel, los pastores de la Iglesia siempre, además de enseñar mansamente lo positivo, se dedicaron con mucho ahínco a combatir los errores y alertar contra los falsos pastores. ¿Hace falta que escriba páginas y páginas con las citas de todo tipo en este sentido, ciñiéndome solamente a la Sagrada Escritura? Cualquiera los puede encontrar. Particularmente ejercieron esta dimensión de vigilancia -eso quiere decir epíscopo- los Apóstoles Pedro y Pablo, Santiago y Juan. 

                Pero ¿qué problema hay con advertir y prevenir los errores? ¿Qué mal hay en señalar a los lobos del rebaño o a los malos pastores? ¿No "grita con amor" (san Agustín), incluso con celosa violencia, cualquier madre a sus hijos cuando están en peligro cierto? ¿No alerta la sufrida madre pobre a su hijo adolescente contra los peligros de "la calle" y de la "mala junta"? ¿Por qué no ha de hacerlo con nosotros la santa Madre Iglesia? 

            ¿O es que no hay enemigos? ¿O es que vivimos en un mundo ideal donde no hay malos intencionados y somos "fratelli tutti"? ¿O es que las desviaciones en el plano teórico no nos incumben, son discusiones estériles que no tocan la realidad?

            En rigor, no es que el Papa piense que no hay más doctrinas riesgosas para la vida de los cristianos, más bien parece que existe una única heterodoxia, que el Papa sí se encarga -y personalmente, en la misma Carta al prefecto- de condenar: "Necesitamos que la Teología esté atenta a un criterio fundamental: considerar “inadecuada cualquier concepción teológica que en último término ponga en duda la omnipotencia de Dios y, en especial, su misericordia”.

                Sea como fuere, no hace falta estar tan alto en el mangrullo para avizorar las negras tormentas que las grises nubes de hoy anticipan: bastan uno o dos peldaños de altura para que muchos de nosotros, que también tenemos que velar por el común rebaño de Cristo, estemos suficientemente preocupados y muy incómodos con esta magna confusión, en la que muchos otros colegas nuestros parecen aquiescerse con placidez. 

Fiducia supplicans

            Dicho esto, no es novedad que ahora el Card. Fernández salga con un documento barroso, que lejos de sacarnos del pantano nos hunde más en él. Sobre llovido, mojado. Muchos lo han analizado pormenorizadamente, y recomiendo, por su claridad, lo que de él ha escrito su antecesor, el Card. Müller, y también lo que dice el padre dominico Fray Nelson Medina, sobre todo por el respeto y amor hacia el Santo Padre que trasunta.

     Rezamos por él a la Virgen, como está dicho en este blog permanentemente, para que "confirme en la fe a sus hermanos" (Lc 22, 32), y por cada uno de nosotros, pedimos con fe (fiducia supplicans): "Non confundar in aeternum!"


Ayacucho, 8 de enero del año del Señor 2024

4 comentarios:

Franco Ricoveri dijo...

La claridad es un forma exquisita de caridad y aquí se la puede apreciar. Más que nunca la necesitamos: ¡gracias de un fiel y viejo seguidor!!

Tandileofú dijo...

Gracias, Franco querido, rezá por mi.

Juan Bautista de las Carreras dijo...

Cris, nuevamente gracias por iluminar.

Cristián Dodds (hijo) dijo...

Gracias por el apoyo de tu comentario, JuanBa, en esta oportunidad lo agradezco especialmente. Rezá por este pecador y por la Iglesia