lunes, 10 de mayo de 2021

“¡Soy de la Virgen, nomás!”

Un itinerario espiritual mariano de la mano del Negro Manuel

Domingo Gatti. Milagro de las vírgenes de la carreta


    Cada vez que se celebra la Misa de Nuestra Señora de Luján, Patrona de la República Argentina, escuchamos de boca del Señor Jesús esta indicación: “Aquí tienes a tu Madre” (Jn 19, 27).

Es Cristo mismo quien nos señala a María por Madre, quien nos impulsa hacia Ella. Como en los tiempos de Isaías, es por orden divina que debemos mirar a esa Mujer: “El Señor mismo les dará un signo: Miren, la Virgen está embarazada y dará a luz a un hijo a quien llamarán con el nombre de Emanuel -Dios con nosotros-” (Is 7, 14).

En efecto, la voluntad de Dios es que recibamos a esa Virgen en nuestra casa, como san José: “Al despertar, José hizo lo que el ángel del Señor le había ordenado: llevó a María a su casa” (Mt 1, 24). Así se cumplió la profecía de Isaías y nació Cristo. También hoy ésta es la manera de cumplir la voluntad de Dios para que Él se haga presente “en medio de nosotros”.

El discípulo “a quien él amaba” (Jn 19, 26), modelo de todo cristiano, hizo lo mismo que había hecho san José: “desde aquella Hora, la recibió en su casa” (Jn 19, 27). En efecto, dice la tradición que san Juan se ocupó de la Madre de Cristo, y cuando le tocó salir a evangelizar, la llevó consigo a Éfeso.

Sin embargo, este evangelista no escribió literalmente “en su casa” (en to oikía autoú), sino “en ta ídia”, expresión más amplia y profunda, que tiene que ver con lo más propio de uno, que por supuesto incluye una propiedad inmueble -la casa-, pero que alcanza la hondura de eso que es sólo de uno, lo más íntimo. De ahí que muchas traducciones autorizadas lo digan así: “el discípulo la recibió como suya”.

      Ahora bien, cuando uno escucha esta Palabra del Señor el día de la Virgen de Luján, es difícil no pensar en ese querido protagonista del milagro lujanero que es el Negro Manuel. Él, de hecho, fue el discípulo amado que recibió de labios de un patrón humano la orden del Amo divino: “Y dicho Rosendo dedicó un negro, llamado Manuel, al culto de dicha Imagen”. Y, como casa él no tenía, la recibió “como suya”.

            Pienso, pues, que en la vida del negrito Manuel podemos aprender cómo es el camino señalado por Cristo en la cruz para vivir y morir como verdaderos discípulos suyos. El punto de partida, la iniciativa, es de Dios. Y esto se lo ve en dos aspectos: primero, en que el discípulo tiene el título de “amado” por el Señor: “No son ustedes los que me eligieron a mí, sino yo el que los elegí a ustedes” (Jn 15, 16). ¡Con qué claridad brilla esta sabia arbitrariedad de los amorosos caminos de Dios en la oscuridad del esclavo Manuel! Dan ganas de gritar como Jesús en Galilea: “¡Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a los sabios y a los prudentes y las has revelado a los pequeños. Sí, Padre, porque así lo has querido!” (Lc 10, 21).

Segundo, en que todo comienza con una indicación divina, en este caso, de Cristo en la Cruz: “Aquí tienes a tu Madre” (Jn 19, 27). La acción del discípulo amado es obedecer: escuchar y poner en práctica las palabras de Jesús, que como él decía, no eran suyas, “sino de Aquel que me envió” (Jn 7, 16).

            Y Jesús manda mirar y recibir a su Madre. Por eso, como enseñaba el Padre Tello, no se trata de “A Cristo por María” sino, más bien, de “A María por Cristo”.

            La segunda estación en este itinerario espiritual es aceptar a María como Madre propia. Apropiarse de la Madre del Señor de manera que se le pueda decir “Madre mía”. Esto ha tenido lugar “desde aquella Hora” (Jn 19, 27). Palabra clave en el cuarto evangelio que Cristo usaba para referirse a la redención que realizó en su pasión, muerte y resurrección. Por eso, en ese contexto, bien podríamos decir que este pasar de María -de Madre de Jesús a Madre del discípulo amado- es un anticipo y espejo de lo que Cristo le dirá a la Magdalena en la mañana de la resurrección: “mi Padre y Padre de ustedes, mi Dios y Dios de ustedes” (Jn 20, 17). Cristo nos entrega todo lo que es suyo para que lo hagamos nuestro.

    Ahora bien, al mirar la vida de nuestro Negro Manuel, podemos percibir que ese recibir a la Virgen “como suya” marcó el inicio de una relación de amor que, como una cascada en la roca, fue labrando un hondo surco en corazón. Nos dicen las antiguas crónicas, y lo corroboran documentos jurídicos, que treinta años después del milagro de la carreta los descendientes de Rosendo reclamaron ser los dueños de ese negro esclavo, quien siguiendo a la Virgen había abandonado su antigua estancia, mudándose a la de Doña Ana de Matos. Y que en el juicio, el negro Manuel se defendió diciendo: “Soy de la Virgen, nomás”.

            En esa frase, que constituye todo su proceso de canonización, el negro Manuel demuestra haber pasado del inicial “recibir a la Madre como suya” a ser él mismo “de Ella”. Parece un sutil juego de palabras, pero expresa una transformación de fondo en su persona. Tan radical es el cambio, que la acción cambia totalmente de sujeto. Antes, la Virgen era de él; ahora, él es de la Virgen. El poseía la imagen de la Virgen; ahora, es la Virgen quien por su imagen lo posee a él. Primero, encontró en la Madre a su madre que había perdido; ahora, se confiesa su hijo. Al comienzo, aprendió por necesidad el amor posesivo; al final, se brinda con generosidad con amor desinteresado. Antes era por fuerza esclavo de los hombres; ahora se sabe libremente esclavo de la Virgen Santísima.

    Pero el Negrito Manuel nos viene a recordar, además, que ser esclavo de la Virgen (y en Ella, de Dios) coincide con la máxima libertad humana. Manuel, en ese acto de audaz autonomía frente a jueces y señores, impensable en alguien de su condición, no dijo sólo que era “de la Virgen” sino que era “de la Virgen, nomás”. Así declaraba solemnemente su absoluta libertad ante los hombres, que no había leído en ningún panfleto libertario, sino aprendido interiormente mirando los amorosos ojos de su única Ama, la Esclava del Señor.

Muchos años más acá, otro hijo insigne de la Virgen, el Papa Juan Pablo II, confirmó con el lema mariano “Totus tuus” (Soy todo tuyo), este camino de santidad que partiendo de la tercera palabra de Cristo en la cruz deriva naturalmente en la consagración a María.

Así, la vida escondida y callada de Manuel, el fiel esclavo de la Virgen de Luján, nos enseña cómo es el camino de todo cristiano, de todo “discípulo amado”. Llegar a ser, en María (en la Iglesia), y como Ella, esclavos del Señor. Y así, en Ella, y como Ella, “estremecernos de gozo en Dios”, ser para siempre “felices por haber creído.”

            Creo que el Negro Manuel es germen y símbolo del pueblo argentino. En primer lugar, del pueblo humilde. ¿No es significativo el hecho de que tantos pobres empiezan comprando una virgencita en Luján para llevarla a su casa y terminan con la Virgen tatuada en su pecho? ¿No estarán así muchos de ellos expresando, sin palabras que decir, que han pasado de "tener la Virgen" a "ser de Ella", como el Negrito Manuel?. Pero no sólo de los pobres, pues también el pueblo organizado como nación ha nombrado oficialmente a la Virgen de Luján como patrona suya. Por eso pidámosle a Nuestra Señora de Luján, Madre de todos los argentinos, que, como al negro Manuel, nos tome cada vez más el corazón, para que pasemos de tenerla por nuestra a hacernos suyos, y así justamente seamos libres y soberanos, no sólo de palabra sino de verdad.

El Negrito Manuel entra al Cielo. Detalle del mural frente a la estación terminal de colectivos, Luján.