Cuando el domingo a la mañana empecé a rezar la Liturgia de las Horas, sentí una alegría especial, como un ensanchamiento del corazón. Después de todo el año litúrgico, me estaba reencontrando con esas antífonas conjugadas en futuro: "Aquel día, los montes destilarán dulzura...", "Los árboles del bosque aplaudirán..., vendrá el Señor...". Había empezado el Adviento, este tiempo litúrgico dedicado a cultivar la esperanza.
"Aquel día"... Estas dos palabras fueron para mí como una ventana que se abría mirando al horizonte, y que invitaba a galopar impunemente, rienda suelta y campo afuera. La liturgia del Adviento es como si nos invitara a desbocar nuestros sueños y deseos. En efecto, en estas primeras semanas, la liturgia nos llama a mirar lo que vendrá en el futuro: "Miren: el Señor viene...". Es una mirada que a quienes venimos enredados en la fatigada madeja del año nos saca de nosotros mismos con la tensión de lo que deseamos. El Adviento es todo él una gran "expectativa", un deseo hecho liturgia.
Sin embargo, también la época en que vivimos se caracteriza por una gran "exacerbación de los deseos", a tal punto que podría ser calificada como una "cultura del deseo". ¿Por qué entonces el Adviento me supo tanto a novedad, por qué me tomó por sorpresa? ¿Qué tiene de distinto este deseo?
Creo que la clave la da la etimología de la palabra "expectativa", que es otra manera de decir "deseo" o "esperanza". Efectivamente, "ex specto" significa mirar (specto), pero mirar fuera de sí (ex), tenso hacia afuera, hacia aquello que se espera ver. Es un mirar que desea, y que porque desea espera.
Ahora bien, creo que aquí está la gran diferencia: la expectativa del Señor que viene es un deseo que sabe esperar, y que por eso nos tiene como "lanzados hacia lo que está adelante" (Flp 3, 13), fuera de nosotros mismos. En cambio, si bien es cierto que nuestra cultura es una cultura del deseo, es mucho más todavía una cultura del consumo, y del consumo inmediato -"ya"-, al alcance de un clic. De ahí que nuestra sociedad, en el fondo, no nos fomenta tanto desear cuanto consumir, y el deseo está al servicio del consumo. Nuestros deseos no llegan a ser "ex-spectativas", porque no tienen la fuerza suficiente para sacarnos de nosotros mismos. Al contrario, la manía de tener siempre, y ya, y todo lo que deseamos no nos vuelca hacia afuera, sino que transforma nuestro "Yo" en una especie de aspiradora omnipotente e insatisfecha. Deseamos, pero como no esperamos, consumimos mucho y no consumamos nada.
Por eso, con el Adviento la Madre Iglesia nos educa el deseo, podría decirse que nos enseña a desear. Esto lo hace de dos maneras: primero, mostrándonos qué debemos desear, y luego enseñándonos a esperar ese deseo.
En el primer domingo de Adviento, la Iglesia nos señala qué debemos desear. "Sucederá al fin de los tiempos... Todas las naciones afluirán hacia la Casa del Señor... Él será el juez de las naciones... Con sus espadas forjarán arados, con sus lanzas, podaderas. No levantará la espada una nación contra otra ni se adiestrarán para la guerra" (Cf. Isaías 2, 2-5). En esto, la Iglesia es muy exigente: nos invita a "levantar la mirada", a anhelar con todo, a desear a lo grande. "De esto tenemos mucha necesidad en estos tiempos, en que muchas cosas en las que se confía para construir la propia vida [...] se demuestran efímeras" (Benedicto XVI, Verbum Domini, 10). Todos "tenemos esperanzas -más grandes o más pequeñas- que día a día nos mantienen en camino" (Benedicto XVI, Spe salvi, 31); pero como "antes o después, el tener, el placer y el poder se manifiestan incapaces de colmar las aspiraciones más profundas del corazón humano" (Verbum Domini, 10), en el Adviento se nos invita a una expectativa mayor, a la más grande de las esperanzas: "esta gran esperanza sólo puede ser Dios, que abraza el universo y que nos puede proponer y dar lo que nosotros por sí solos no podemos alcanzar [...], pero no cualquier dios, sino el Dios que tiene un rostro humano y que nos ha amado hasta el extremo" (Spe salvi, 31). El Adviento nos pide soñar con la paz universal, con un mundo de hermanos, con los cielos nuevos y la tierra nueva... Desatar los deseos utópicos, a lo "Imagine" de Lennon o "A wonderful world" de Armstrong, tiene mucho más que ver con la esperanza cristiana que resignarnos pusilánimemente a las pedestres esperanzas que tenemos "a tiro". Dice Larralde por ahí que "la tierra es grande o es chica de acuerdo con los anhelos": pues bien, la Iglesia nos enseña a anhelar la felicidad sin alambrados del Cielo, de modo que podamos decir como Martín Fierro: "para mí la tierra es chica, y pudiera ser mayor".
Lo segundo que hace la Iglesia para educarnos el deseo es ayudarnos a esperar: hay que "aguantar" mientras ese deseo no se cumple... Esta "escuela del deseo" fue explicada genialmente por San Agustín (In 1 Joannis 4, 6) y retomada por el Papa: "El hombre ha sido creado [...] para Dios mismo [...] Pero su corazón es demasiado pequeño para la gran realidad que se le entrega. Tiene que ser ensanchado. "Dios, retardando su don, ensancha el deseo; con el deseo, ensancha el alma, y ensanchándola, la hace capaz de su don"." (Spe salvi, 33). Por eso Jesús nos exhorta con fuerza: "estén despiertos", "estén preparados" (Mt 24, 42.44): aguanten el hueco, soporten el vacío, dilaten la capacidad de desear mientras se dilata el cumplimiento... No "coman y beban" (cf. Mt 24, 38) -"basta de excesos en la comida y en la bebida" (Rom 13, 13)- para distraer la ansiedad, que eso no los va a saciar; por el contrario, ansíen "los bienes de arriba, donde está Cristo sentado a la derecha de Dios" (Col 3, 1). El programa de la "pedagogía del deseo" podría resumirse así: "desear sin consumir para poder consumar".
Desear y esperar el Reino de Dios (¡venga a nosotros tu reino!) nos hace vivir de otra manera, porque sabemos que la historia está en manos de Dios, y que pase lo que pase, "el Señor viene", y aquél día... todo terminará bien. Y, siguiendo a Jesús, que "pasó haciendo el bien" (Hech 10, 38), los hombres que creemos y esperamos en el "Dios de la esperanza" (Rom 15, 13), llenos de alegría, vamos entregando nuestras vidas como semillas y primicias de ese Reino que está y que viene. "¡Ven, Señor Jesús!"
"Ven, y caminemos a la luz del Señor" Isaías 2, 5 |
2 comentarios:
Mi queridisimo amigo:
La verdad es que el texto es lindisimo, como siempre, como Ud nos tiene acostumbrados a todos los que pasamos, aunque sea once in a blue moon, por estos pagos.
Pero estoy maravillada por la foto. Es bellisima. AMAZING.
Camino y claridad.
Desde mi lugar en el mundo ... solo aplausos para Ud.
G.A.D.
Muy bueno Cristian!!!
Creo que estas cuestiones que hacen a la espiritualidad del Adviento hay que mantenerlas vigentes todo el año.
Por ej. lo que más me gusta del Adviento es pensar y rezar con la imagen de la virgen embarazada y rezándole a su panza. Pensando en cómo será, cómo lo cuidará, qué hará, etc.
Y esa espirtualidad del embarazo me es muy fructífera como preparación para la comunión, por ej.
Respetos advenedizos.
Natalio
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