El hecho
Hace algún tiempo, en
el marco de la formación que Cáritas de mi diócesis -San Isidro- ofrece a
quienes trabajan en sus numerosas obras educativas y sociales, se dictó un
taller que propuso, literalmente, “Des/armar la masculinidad para ensanchar la
equidad”. El profesional convocado a conducirlo fue un psicólogo, el Lic. Luis María Urgoity (algunas de cuyas ideas pueden escucharse en este videíto).
¿Cómo llegamos a esto?
Poco tiempo después,
en una reunión laboral, me entretuve mirando un lindo cuaderno, algo así como
una agenda o anotador, hecho por Cáritas para sus empleados y voluntarios. En
las últimas páginas del cuadernillo encontré un artículo acerca de la “educación
popular”, propuesto evidentemente como contenido orientador para todos los que
trabajamos para los más pobres en las obras de nuestra diócesis.
Ese
texto, firmado por Nicolás Armando Herrera Farfán, es el mismo que fue
publicado por la Universidad de San Isidro (institución que pertenece también
al obispado) en el número 8 de su revista “Poliedro”, a la que me remito para leerlo completo aquí.
A
diferencia del -para algunos de nosotros- inquietante título del taller del Lic. Urgoity, las palabras de este
artículo son mucho menos chocantes. Son palabras bonitas. Incluso tienen algo
de demasiada dulzura. Y, sin embargo, entiendo que estas “reflexiones
colectivas”, aparentemente inocuas y amables, son las puertas abiertas por las
que pueden ingresar, campantes, los planteos explícitos de la ideología de
género. Y quién sabe cuántas cosas más.
Es
preciso, por consiguiente, ir en primer lugar a las causas del problema, y
discutir estos principios filosóficos que Cáritas propone como orientación,
para no tener que seguir lamentando la aparición de talleres tan poco
formativos como el que tuvo lugar este año.
El artículo del Sr. Herrera Farfán
I. Las propuestas para
una ética de la docencia popular
El
autor, inspirado sobre todo en Paulo Freire -en cuyo honor está escrito el
artículo- propone diez “hipótesis” que son, afirma, “reflexiones-provocaciones”
sobre la educación popular.
Me
detendré, antes que nada -y para valorar lo positivo- en distintas afirmaciones
prácticas que, puestas aquí y allá a lo largo del artículo, van delineando con
bastante nitidez una ética concreta para el educador popular.
“Cada
encuentro entre dos seres es un acontecimiento único, una epifanía, una
revelación. Hay que asumir el desafío y la fiesta de la vida que se produce en
los encuentros entre dos seres” (p. 11).
“Si
se desconoce la vida de los educandos, se puede incurrir en una especie de
“invasión cultural” -sin importar las intenciones iniciales-, pudiendo conducir
a la inautenticidad, el extractivismo cognitivo y la injusticia epistemológica:
pensar que el otro no piensa” (p. 12).
“En
la evaluación son fundamentales la comprensión humana, la dialogicidad y la
humildad” (p. 13).
“Como
nadie sabe todo y nadie ignora todo, el educando también educa y el educador
también aprende” (p. 13).
”Condiciones
planteadas por Freire: “Amar profundamente a las personas y al mundo”,
“Una cuota profunda de humildad”, “Tener una fe intensa en las personas” […]” (p. 14).
“El propósito final
de la educación es humanista, pues se ocupa de reconocer, promover y/o
restituir la condición de humanidad de las otras personas” (p. 16).
En
este nivel de afirmaciones acerca del quehacer concreto se podrá estar más o
menos de acuerdo, se querrá acentuar o matizar algo, pero no hay mayores
problemas a la hora de asumirlos como norma.
En
cambio, los inconvenientes se presentan en la pretendida fundamentación filosófica
de esta suerte de mandamientos pedagógico-populares.
II. La fundamentación
“filosófica”
Sólo
como botón de muestra, analizaremos su primera “hipótesis”, su primera
“reflexión-provocación”, que lleva como título “El Ser está siendo”.
Ésta es, en su
formulación, categórica:
“Resulta imposible
asumir una ontología rígida” (p. 11).
Y en su contenido,
decididamente filosófica:
“El Ser no es una
substancia, algo dado, acabado, cristalizado, rígido. El Ser es dinámico,
activo, cambiante y cambiable, perfectible, inacabado, inquietante y novedoso.
El Ser está siendo, asumiendo el devenir como condición de posibilidad. Pienso
en el sentido de aquella máxima de Heráclito de Éfeso de que “nadie se baña dos
veces en el mismo río”, pero voy más allá para situarme en la posición de un
discípulo avanzado que le advirtió a Heráclito que ni siquiera es posible
bañarse dos veces en la misma agua” (p. 11).
De todo esto parece
seguirse esta conclusión -con la que no podemos menos de estar en profundo
acuerdo-:
“Por
ello, cada encuentro entre dos seres es un acontecimiento único, una epifanía,
una revelación. Hay que asumir el desafío y la fiesta de la vida que se produce
en los encuentros entre dos seres” (p. 11).
Esta
frase es en todo cierta menos en las primeras palabras: “Por ello”.
Es
precisamente a causa de lo permanente, y no de lo cambiante, que cada encuentro
entre las mismas personas es único. La auténtica novedad no viene de la
mudanza, sino de la hondura. En todo caso, (y casi parafraseando al poeta
Bernárdez) así como el follaje y las flores de un árbol provienen de la
profundidad de las raíces, el dinamismo y la vitalidad de las personas brotan
de la inagotable profundidad de su esencia. No disfruta de la “fiesta de la
vida” el que necesita variar de lugar, de gusto, de acción, de amante, de moda,
de lo que sea, sino el que encontró en sí mismo y en el otro una fuente
permanente de fresca novedad. No experimenta una genuina “revelación” el que
hace zapping, sino quien puede ver una y otra vez la misma película sin
cansarse jamás.
Pero
vamos a la argumentación del autor.
Su
primer error es no distinguir en ningún momento que la palabra “ser” no quiere
decir siempre lo mismo. Pasa por alto toda la “analogía” del ser. Y por otra
parte, lo más llamativo es que lo escribe con mayúsculas (como si se refiriera
al Ser absoluto) al mismo tiempo que lo des-absolutiza en todas las formas
posibles. Como si quisiera ser Parménides al mismo tiempo que Heráclito. “El
Ser es dinámico, cambiante, etc.” Literariamente está todo bellamente dicho.
Pero no tiene rigor filosófico alguno. Debería detenerse a explicar qué quiere
decir con cada adjetivo que predica del ser (“inacabado”, “perfectible”,
“inquietante”, etc.), ya que “filosóficos estamos”… Hay mil preguntas
necesarias que pasa por alto. ¿Cómo el Ser con mayúscula va a cambiar? ¿Qué hay
distinto del Ser con mayúscula, sino el no-Ser? ¿Qué quiere decir, para el Ser,
cambiar, sino dejar de ser? ¿No tendría entonces que llamarse más propiamente
“Devenir”, y no “Ser”? ¿No será que habrá seres con minúsculas, además del Ser?
¿Seres que no son el Ser sin más, sino que son esto o lo otro, y que éstos sí
pueden cambiar? Si todo cambia en todo sentido, ¿quién es el que cambia? Y si
todo cambia, tampoco permanece un sujeto del que poder predicar el cambio. Algo
debe permanecer para que exista un cambio. Si todo cambia, no hay nada que
cambie. ¿O habrá que admitir que esas realidades cambiantes en realidad no son
en sí mismas, sino que son apenas manifestaciones -en última instancia
inexistentes- de ese único Ser -ahora sí- con mayúsculas?
Por
supuesto que tiene razón Heráclito. Pero en algo sí, y en algo no. (¡Un
filósofo debe tomarse el trabajo de distinguir!) Las aguas del río son siempre
otras distintas. Pero hace siglos y siglos que el Paraná, así Heráclito mismo
lo quisiera remontar mil veces aguas arriba y navegarlo otras mil aguas abajo,
sigue siendo el Paraná.
Detrás
de estas frases del Sr. Herrera Farfán se deja ver, paradójicamente, la idea del ser preconcebido como
algo necesariamente unívoco, estático, pétreo, como una especie de cauterizador
ideológico que en manos de las élites opresoras estaría coagulando
permanentemente toda vitalidad, todo dinamismo y toda novedad, a fin de
mantener el sistema reinante. Ahora bien, ¿acaso toda concepción del ser es de
por sí contraria al “estar siendo”? Y sobre todo ¿es necesario recurrir al puro
devenir para evitar cualquier asomo de rigidez racionalista en el acceso a la
realidad del mundo y de los otros?
En algunos de los
muchos adjetivos que hilvana el Sr. Herrera se adivina un desplazamiento de la
ética al terreno de la realidad objetiva. Estaríamos de acuerdo en que somos
nosotros los "inacabados", los "imperfectos", los que
debemos por ello guardar una suerte de "humildad metódica" ¡pero no
es el "Ser" en sí mismo el que es inquieto e "inquietante"!
A la inversa, sostener la existencia de seres sustanciales -es decir, de
identidades estables, cuya profundidad remite al Ser creador y por eso mismo
son siempre sorprendentes- no nos convierte a quienes las conocemos en soberbios
y totalitarios.
El puro devenir heraclitiano, que
bellamente profesa Herrera Farfán, es, finalmente, incompatible con la visión
del mundo como creación de Dios, que nos enseña la Biblia. Porque todo lo que
existe proviene de un “amor” que es “eterno” (cf. Salmo 136). Porque Dios es
Amor (1 Jn 4, 8). Y ese amor no es hoy sí y mañana no (cf. 2 Cor 1, 19), es
amor fiel, incondicional, estable y firme. El ser de Dios es la más dinámica de
las vidas: es el amor -decía Dante- “que mueve el sol y las
estrellas”. Es el Ser que hace ser. Es el Inmóvil que mueve. Y por ende todas
las cosas participan, a su medida, de su “estabilidad”, de su “firmeza”, porque
participan de su ser, que es amor eterno. Las cosas tienen consistencia. Tienen
identidad. Tienen nombre. Y por eso merecen respeto.
Lo enseña
rotundamente el Concilio Vaticano II: “La Iglesia afirma que bajo todas las
realidades cambiantes hay muchas que no cambian, porque tienen su fundamento
último en Cristo, que es ayer, hoy y el Mismo para siempre”.
III. El “senti-pensar”
como método
Al cabo de unas
líneas uno comprende que el autor no ha pretendido ser prolijo en sus términos
ni en su argumentación. Son -lo advirtió- “reflexiones-provocaciones”, y se me
antojan frases de contenido filosófico disparadas al aire como las municiones
de un escopetazo, sembradas al voleo con premeditado descuido lógico. Ponerse a
rebatir, como hemos intentado, cada una de las afirmaciones y a hacer ver su
inexistente trabazón interna llevaría mucho tiempo y parece improcedente, e
incluso irrespetuoso (¡líbrenos Dios!), sobre todo cuando esta coherencia
argumentativa no parece haber sido siquiera buscada.
Sea como sea, no se
puede proponer una fundamentación pretendida -o mejor pretensiosamente-
ontológica de la educación con palabras, por momentos bonitas (“esperanzar”,
“sentipensar”), por otros abstrusas (“sujetidades”, “situacionalidad”) y
siempre inconsistentes. No se puede decir en el primer párrafo que el “Ser no
es algo dado” (p. 11) y luego hablar de una “investigación” (p. 12), de un
“ethos” popular (p. 12), reconociendo así una identidad, por variable que sea-… ¿Cómo compatibilizar
ese respeto del educador, esa humildad, esa consideración a la alteridad (sí,
señor: me seguiré resistiendo a decir “otredad”) del otro con un “conocer
que es praxis” (cf. p. 15)? ¿No era primero lo investigativo?
¿De qué realidad se puede hablar si todo es un “decurso”? ¿Cómo hablar de
“humanizar” (p. 16), si no podemos decir -seríamos tan esencialistas- qué es lo
humano, pues siempre cambia? ¿Y qué es esa “naturaleza” (p. 12) que debemos
respetar, y que es una “sujetidad” (p. 12)? ¿Se puede hablar sencillamente de
“realidad” (p. 15) desde un puro devenir?
Acaso la respuesta a
esta perplejidad la encontremos en la novena “reflexión-provocación” (p. 16)
donde el autor confiesa que en realidad no piensa: él “senti-piensa”.
Por supuesto que detrás de este infausto neologismo de
“senti-pensar” se puede benignamente reconocer una búsqueda de corrección al
racionalismo frío, un esfuerzo de superación del espiritualismo desencarnado y
del objetivismo a-histórico, etc. Sea. Pero una cosa es querer destacar la
integralidad del ser humano en la acción de conocer, y otra, muy distinta, "producir" confusión.
Porque hay que decirlo
de una vez: no es lo mismo sentir que pensar. Son acciones distintas, y tienen
objetos distintos, por más que se den en un mismo sujeto. Y que sean distintas
no quiere decir que se den separada o desintegradamente. Es el mismo animal el
que huele y ve, pero no “olfa-mira”. Con un sentido, percibe los colores y las
formas, y con otro sentido distinto, los olores… Y es el mismo animal, sin
desintegrarse ni empobrecerse. Con mucha más razón, nosotros, animales racionales, con los
sentimientos, sentimos; con las emociones, nos emocionamos; y con la razón,
entendemos.
Distinto hubiera sido
referirse al influjo recíproco entre el conocimiento y el afecto espiritual (el
amor), que no se excluyen, porque están en el mismo orden. Y que
santo Tomás llamaba “conocimiento por connaturalidad”.
Distinto hubiera sido
traer a cuento las distinciones tan certeras y fecundas como las que los
medievales hicieron entre “razón” (la facultad de razonar, de elucubrar, de
argumentar, de “pensar”) y “entendimiento” o “intelecto” (el que entiende, el que intuye, el
que ve cómo son las cosas, el que hace el juicio). Quizá habría sido suficiente
con estudiar de qué se trata esta dimensión “no racionalista” del entendimiento
humano para quedar a salvo de esa “invasión cultural” y de ese “extractivismo
cognitivo” que -no lo dudo- maestros de mentalidad colonizadora aplican
irrespetuosamente a sus alumnos.
Distinto hubiera sido conocer un mínimo del tesoro milenario del pensamiento cristiano...
En cambio, qué poco
ayuda proponer la confusión deliberada de entreverar emociones y pensamientos
(“Sentir-pensar-actuar”, propone Herrera Farfán en la pág. 16, reformulando aquella célebre tríada).
A fin de
cuentas, si el conocer es una praxis, y el conocer es senti-pensar, y entonces
el autor sobre todo ha querido producir en sus oyentes “senti-pensamientos”, pues bien, parece que lo logra. Y el lector no iniciado
al pensamiento filosófico, conmovido en sus sentimientos por los párrafos
retóricos y palabras bonitas de ética aparentemente cristiana, al final
asentirá -aunque sea oscuramente- a los presupuestos de una filosofía ajena a
la realidad e incompatible con la fe. Y que -digámoslo las veces que haga falta- no es inocua, porque desactiva
todas las defensas con las que poder reconocer los errores de la ideología con
los que las élites intelectuales de hoy nos colonizan, con la (¿inadvertida?) complicidad de muchos de los "propios". Una filosofía del devenir absoluto, madre e hija de esta in-sociedad de lo líquido en que estamos, no hace más que seguir habilitando la licuación y la liquidación de todas las identidades, con las terribles consecuencias psicológicas y sociales que eso conlleva.
El resultado de lo
confuso no puede ser sino más confusión. El senti-pensamiento metódico, así sea en aras de un objetivo deseable, bello y agradable termina siendo un
aval a lo contradictorio y a lo inconsecuente. El público senti-pensante es y será tan dócil a las propuestas (las sensatas y las no tanto) del Sr. Herrera Farfán como a
las de quien lo invite a desarmar la masculinidad, o a lo que sea. En una
palabra: será manipulable.
Porque hete aquí que
vivimos en una era de “pensamiento débil” y de permanente interpelación a
nuestra dimensión afectiva y animal. Podríamos decir sin temor a equivocarnos que la inflación de lo emotivo es un requisito de la sociedad capitalista, que nos necesita consumidores
insaciables, genuflexos ante la manipulación publicitaria. Incluso los debates de
temas tan medulares como la legalización del aborto se libraron, justamente, en
el terreno del sentimiento, apelando casi únicamente a las emociones, y nunca a la razón, ni siquiera en su expresión científica. Menudo favor le
haremos a nuestra gente si, embarullándola con argumentos mitad emotivos, mitad retóricos, no le enseñamos a desarticular, con su inteligencia, las artimañas de quienes quieren permanentemente manipularlos desde
cualquier tipo de propaganda. ¡Esto no hará más que hacerlos cada vez más vulnerables frente a las “colonizaciones”
ideológicas!
Conclusión
Como
remate de su artículo, y muestra elocuentísima de las riberas en las que esta filosofía del devenir desemboca, el autor nos termina proponiendo:
“Amar es enfrentar los sistemas político económicos de muerte, enajenación y
deshumanización. Se trata del “amor eficaz” de Camilo Torres” (p. 17). Sí, señor: la reflexión colectiva de Cáritas se cierra con la referencia a ese sacerdote colombiano que dejó la parroquia para hacerse guerrillero, hasta literalmente morir matando, con el fusil en la mano.
Pues, ¿qué decir? Son
“senti-pensamientos”… bastante peligrosos.
§§§§
Al verla dolorosamente huérfana, buscando fundar su
pensamiento y su acción no en nuestra propia tradición -¡que la tenemos, válgame Dios!- sino en la filosofía hegeliana, como soltando adrede sus
amarras en el río del puro devenir, es lógico que nos alarmemos de las derivas
que Cáritas de la diócesis de San Isidro va teniendo. Lo peor del caso es que,
puesto que en el turbulento río de Heráclito y en las turbias aguas del Sr. Herrera
Farfán nada permanece, esta deriva de Cáritas me hace temer que, a fin de cuentas, sea Cáritas misma la que está a la deriva.
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¡Pobre barquilla mía, entre peñascos rota, sin velas desvelada, y entre las olas sola! |
Notas: