Hemos visto algunas de las cosas que nos sugería el gesto de “compartir el pan”. Siguiendo con este empeño de descubrir lo que los signos muestran y dicen, me gustaría reflexionar esta vez acerca del pan en sí mismo.
Es oportuno aclarar, me parece, que el signo principal de la Eucaristía está constituido por el pan y el vino en su conjunto, y que no podemos aislar uno del otro sin reducir peligrosamente esa sabia pluralidad que garantiza la apertura del misterio. Con todo, dado que no sólo la tradición medieval y moderna (“Corpus Christi”) sino ya la apostólica (“fracción del pan”) muchas veces ha puesto el acento en solo el pan, nos sentimos autorizados, hecha la aclaración, a insistir una vez más en los significados que éste, de por sí, conlleva.
El pan –lo sabemos- es el alimento por antonomasia. En las expresiones “ganarse el pan”, “los hijos vienen con el pan bajo el brazo”, “llevar el pan a la mesa”, etc., “pan” es tanto como “el alimento”: lo necesario para subsistir. En el mismo sentido lo emplea Jesús cuando dice “el pan de cada día”, o “no sólo de pan vive el hombre”. El pan es lo necesario para seguir viviendo. Se trata, entonces, del alimento como lo pura y estrictamente necesario para la subsistencia. “Vivir a pan y agua”, de hecho, es vivir con lo mínimo, como los presos. Y aun cuando se trate de “tener pan en abundancia”, se hace referencia a un comer cotidiano, desprovisto de todo lo que suponga el placer refinado de las exquisiteces, el goce superfluo y sibarítico de los manjares opulentos.
El signo del pan, por consiguiente, nos remite a la comida sencilla y básica de cada día. El pan y el vino constituyeron, durante siglos, el sustento diario de los pobres. La variedad y el sabor los proporcionaba en todo caso la sopa o la salsa en que el pan se empapaba. Pues bien, en la Eucaristía no hay sopa ni salsa; el de Jesús no es un pan “saborizado”. Y a su pobreza esencial le agrega todavía que ni siquiera lleva levadura. Dios no quiere dejarse ganar en pobreza: a la hora de elegir la manera de darse a conocer, planeó la humillación de su Hijo, y plasmó esa humillación, esa kénosis, en la humilde pobreza de un pan sin levadura.
Hasta aquí, el simbolismo llamémosle “profano” del pan. Ahora bien, en la Biblia hay otra fuente hermenéutica desde la que deben ser leídas las imágenes, las figuras y los símbolos que nos propone. Y esa fuente es la misma Escritura: se da una suerte de “hermenéutica interna”: interpretamos la Escritura desde la Escritura misma. Por ejemplo, la principal carga simbólica del pan en tanto que ácimo hay que buscarla, más que en lo que hemos dicho recién, en el relato de la pascua del libro del Éxodo. En cuanto al pan en sí mismo, cuando Jesús dice: “Sus padres en el desierto comieron el maná y murieron: éste es el pan que baja del cielo para que quien coma de él no muera. Yo soy el pan vivo que bajó del cielo” (Jn 6, 49-51a), nos está remitiendo explícitamente a una figura bíblica muy concreta: el maná que acompañó la marcha del pueblo en el desierto.
Pues bien, creo que también desde esta interpretación intrabíblica se llega a un significado del pan muy similar a su sentido "profano".
La historia del “pan que los israelitas comieron en el desierto” aparece en la Biblia en dos narraciones diferentes: Ex 16 y Núm 11 -ambas dentro de la “Torá”-, que suponen también dos interpretaciones diferentes. De alguna manera, hay dos “manás” en la Biblia: son dos aspectos, dos resonancias distintas de un mismo acontecimiento. El maná del libro del Éxodo es “pan en abundancia” (16, 8), es “pan del cielo” que Dios “hace llover” (16, 4) y que sacia a todos los que lo comen sin provocarles hastío. Este es el que más ecos deja en la Escritura (cf. Sal 78, 24-25; 105, 40; Sab 16, 20.21; Ne 9, 15; Jn 6, 31...). Por el contrario, el maná del libro de los Números aparece, de entrada, como un alimento del que están cansados, y que no impide que puedan quejarse diciendo “estamos privados de todo” (11, 6). El mismo maná (la descripción es casi idéntica: Núm 11, 7; Ex 16, 31) no viene como respuesta de Dios a las quejas del pueblo (como las codornices, o como también el maná en Ex 16), sino que integra el elenco de los reclamos. El mismo fenómeno matinal que ambos relatos describen (Núm 11, 9; Éx 16, 13-14), en Éxodo es interpretado como un don del cielo, y en Números como algo "natural".
Pues bien, creo que no tenemos por qué excluir el maná del libro de los Números como figura de la Eucaristía.
Pues bien, creo que no tenemos por qué excluir el maná del libro de los Números como figura de la Eucaristía.
Me parece que al elegir, para perpetuar el memorial de su misterio pascual, el signo tan humilde del pan, Jesús asumió también las pobrezas que el pan supone como alimento. Jesús se caracteriza por tolerar y asumir los rechazos que suscita, aunque le duelan hasta las lágrimas. El mismo "discurso del pan de vida" termina con un verdadero éxodo de discípulos; su vida entera está signada por la incomprensión: es un “signo de contradicción”.
No es ilógico, entonces, que el Dios que quiso exponer y expresar su corazón manso y humilde en algo tan “bueno como el pan”, asuma la incomprensión de quienes, también hoy, teniéndo a la Eucaristía cada día en la mesa de nuestra vida, nos hastiamos de este nuevo maná y nos olvidamos de celebrarlo -como los Salmos, como la Sabiduría- como “trigo del cielo” y “pan de los ángeles”.
En cuanto prefigurado por el maná del desierto, el Pan de la Eucaristía no pretende ser la comida extraordinaria y festejada de las fiestas, sino la nutrición necesaria de cada día en el peregrinar de la vida (cf. Éx 16, 16). Jesús podría haber elegido otro alimento, o podría haber sugerido algún tipo de variedad, de "sabor", de "aderezo"... Y no. ¿No será que hay algo del Reino que se juega en saber hallar la grandeza en lo pequeño, la riqueza en lo pobrecito, la divinidad en "éste, el hijo del carpintero"...?
En cuanto prefigurado por el maná del desierto, el Pan de la Eucaristía no pretende ser la comida extraordinaria y festejada de las fiestas, sino la nutrición necesaria de cada día en el peregrinar de la vida (cf. Éx 16, 16). Jesús podría haber elegido otro alimento, o podría haber sugerido algún tipo de variedad, de "sabor", de "aderezo"... Y no. ¿No será que hay algo del Reino que se juega en saber hallar la grandeza en lo pequeño, la riqueza en lo pobrecito, la divinidad en "éste, el hijo del carpintero"...?
El valor del maná, el agradecido asombro por ese "pan del cielo" que durante cuarenta años fue la más insulsa de las rutinas, es fruto de la memoria creyente de quienes seguramente ya habían hecho alguna experiencia de la "tierra que mana leche y miel". El pobre alimento del camino se agranda cuando uno, como Elías, lo mira desde la cumbre gozosa de la Montaña de Dios. El pan de cada día cobra todo su sentido cuando uno, como Moisés, divisa y pregusta desde el monte la Tierra prometida. Entonces puede mirar hacia atrás y darse cuenta de cuán necesario, de cuán indispensable fue cada bocado de ese alimento aburrido. Sólo entonces uno puede sopesar la eficacia que esa "comida miserable" tuvo en el camino. Recién aquí brota el asombro ("¡era pan de los ángeles!") por todas las veces que comimos un "maná" cansador...
Por eso tal vez no sea tan terrible (cuando no es por propia desidia o ingratitud) que perdamos “asombro eucarístico” ante lo menos asombroso del mundo: el pan cotidiano. Quizá deberíamos aceptar con más naturalidad muchas de nuestras “insensibilidades” eucarísticas, y antes que imponernos “ayunos de la comunión” para poder valorar el don, aceptar la pedagogía de la liturgia, que nos enseña cada día a decir: "Señor, no soy digno de que entyres en mi casa, pero una palabra tuya bastará para sanarme" y acudir con la certeza de la fe a la mesa Dios nos prepara, sabiendo que aunque no veamos más que "el mismo pan de siempre", en él está la Vida para caminar cada día, y que no podemos, y que no queremos, vivir sin él.
8 comentarios:
Muy bueno en verdad mi estimadísimo Cristian (aún en lo que aparece como opuesto a la idea que intenté proponer como tópico en base al texto del entonces Card. Ratziger).
Los textos de Números siempre me llamaron la atención como referencia eucarísitica y advertencia a nosotros en nuestra dispocisión a ella.
Me encantó la idea (para pensar porque, de nuevo, creo que hay que hacer un replanteo litúrgico al respecto como insinuaba el ahora Benito) de "anonadarse" o abandonarse en la liturgia para que represente ella (y no nosotros) el sentido del asombro y la disposición interna. Creo que es el sentido místico y profundo de la liturgia.
En este último sentido, me encantan los textos talmúdicos sobre el maná y la confianza de quien lo recibía. El que tengo ahora en la memoria viene muy al caso:
Era un padre de familia que se preocupaba por el sustento de su familia y un día se preguntó ¿y si mañana no nos llega el maná? Y decidió fraccionarlo guardando una parte para el día siguiente. Al otro día mientras todos recibieron el maná el no recibió nada porque "ya tenía su sustento". Al tercer día, mientras todos recibían el maná en la puerta de su tienda él tampoco recibió nada y fue a plantearle a cuestión a uno de los ancianos. Y la respuesta fue: Dios respetó tu preocupación y tu interés en el sustento de tus hijos aunque le apena tu falta de confianza en Él. Al día siguiente no recibiste el maná porque ya habías guardado del tuyo. Y de hoy en adelante, mientras los demás reciben el maná en las puertas de sus tiendas el tuyo caerá fuera del campamento, y estará tan lejos como tu falta de confianza en tu Señor. El hombre caminó lejos hasta fuera del campamento y encontró la ración de maná correspondiente a su familia.
Quizás, como al hombre de la historia, lo que me falta es confianza en la liturgia....
Me voy a pensar.
Respetos mi querido amigo.
Natalio
La historia está muy de memoria...
Respetos disculpantes.
Natalio
Lindo aporte, Cristián. Me gustó.
Me quedo algo arremolinado en esto: “Es normal que perdamos ‘asombro eucarístico’ ante Alguien que adrede quiso expresarse en lo menos asombroso del mundo.”
No estoy tan seguro de que sea “normal” (y lo digo bajo ambas acepciones).
Es como el “menos por menos, más” de la matemática; o como “la muerte de la Muerte” del Viernes Santo, que es Vida.
A ver si logro balbucearlo sin que parezca un juego del lenguaje: nada más deslumbrante —dirá el Damasceno—que la opción de la Luz Eterna por deslucirse.
Nada más shockeante que tener que atenderlo al Verbo Eterno —como anota estremecido Pascal—revelando al inefable Padre y al sempiterno Reino... hablando de gallinas y pescados.
O Guitton diciendo: sólo lo “increíble”, es digno de ser creído.
Creo que somos —y este plural es sin fingimiento— algo anormales si no nos asombra que el Dios Omnipotente, Infinito, Eterno y Admirable se exprese deslucidamente. Porque en verdad nada hay —objetivamente— más asombroso que este “despropósito”. (Sólo asombra lo desproporcionado, dirá Weil).
Creo yo que la pérdida del asombro se nos puede dar por la otra punta del asunto: no por el minimalismo del signo sino por haber devaluado al Significado. Si para nosotros “Dios fuera Dios”, y se nos diera optar entre presenciarlo en su Trono de Gloria, o sacudiendo su Diestra para chorrear polvo de estrellas, o en el Ácimo eucarístico... no estoy muy seguro de qué elegiríamos, pero sí de esto: que ninguna alternativa de Presencia podría competir jamás en “asombrosidad” con la última opción.
Dios en el último lugar, prima en el asombro.
Dios en la sima, es cima de estupor.
Athos.-
Muy estimado Natalio:
Le agradezco su presencia y sobre todo su aporte.
Si bien la idea del articulillo me vino independientemente, de la mano con los anteriores, supe desde el vamos que contenía un retruco a aquello tan interesante de la "sedienta excomunión"... Lo que no me acordaba -¡ay!- era la autoridad allí aducida: el mesmo Ratzinger... Quién sabe, capaz que me callaba y lo pensaba tres veces más...
No sé si le dije en su momento que, aún afirmando lo que aquí afirmo, en mi vida he tenido experiencias de valorar la misa diaria recién en los momentos en que me veía privado de ella, casi siempre, en las vacaciones. Eran "excomuniones" que me regalaban las circunstancias y no buscadas, pero eran fecundas al fin.
Y no me acuerdo si le conté que lo que no hago con la Comunión lo tiendo a hacer (o a desear) con la exposición del Santísimo, de la que no me gusta "abusar". Y lo mismo me da vueltas la idea de si es bueno, o no, tener, y con qué condiciones, capilla en nuestra casa (facultá que tienen los curas de mi diócesis). En fin.
Pero bueno, sepa que claramente el último párrafo está pensado para Ud.. Le mando un respetuoso abrazo,
Caro Athonita:
Muchas gracias por su comentario, como siempre, tan rico en fondo y forma...
Tomo lo que dice. No sé si la frase que escribí es feliz, y como el artículo está casi recién parido, tal vez lo pueda retocar un poco. Pero en favor de lo que Ud. dice, creo que este articulillo no pretende sino expresar (y Spiritu mediante fomentar) el "asombro eucarístico" ante un Dios que ama de esta manera.
En algún momento hago una salvedad y digo "muchas de nuestras insensibilidades eucarísticas" para excluir aquellas que vienen del Enemigo o del pecado.
Lo que busco decir es que me parece que Jesucristo, que "hace nuevas todas las cosas", no quiso rehuirle a que el Pan eucarístico tuviese algo de "rutinario" y de "cotidiano"... Que prefiere que acudamos a él como un pobre busca su ración día tras día, aunque lo haga un poco mecánicamente, a que lo busquemos sólo cuando nos derretimos de amor y de asombro ante su fidelidad y su largueza. Creo que la experiencia de muchos de los que hemos vivido toda la vida con esta ración, y muchas veces la hemos ido a buscar mecánicamente, es que cada tanto, en un Horeb de la vida, o por lo menos en un oasis del desierto, nos asombramos y agradecemos y exultamos por todas las veces que no lo hicimos en el camino.
"Obvio" /óio/ que si cada día Dios nos regalara la conciencia de lo que es "comer nuestra Pascua"... ¡tanto mejor!
Pero en esto, me gusta el aspecto en que insistía Natalio, el de abandonarse a la oración litúrgica, el de procurar que "mens concordet voci", y gozar en todo caso de la bondad de Dios que nos da de comer como a chiquitos que a veces -sin demasiada conciencia- escupen y vuelcan un poco...
Güenas y santoas...y con sus debidas licencias, don Cristian,
patrón de este blog:
Ante semejante reflección a la que me siento convidao como zorro al gallinero, o como chancho pal maizal; no puedo menos que recordar al gaucho Lope de Vega quien con estupor y temblor escribiera con más emoción que escolástica: "Temores en el favor"
Cuando en mis manos, rey eterno os miro,/
y la cándida víctima levanto, /
de mi atrevida indignidad me espanto/
y la piedad de vuestro pecho admiro.
Tal vez el alma con temor retiro/
tal vez la doy al amoroso llanto/
que arrepentido de ofenderos tanto/
con ansias temo y con dolor suspiro.
Volved los ojos a miradme humanos/
que por las sendas de mi error siniestras/
me despeñaron pensamientos vanos;
no sean tantas las desdichas nuestras/
que a quien os tuvo en sus indignas manos/
vos le dejéis de las divinas vuestras.
....................
me vino así como de refilón la idea de "agarrarnos a Él y a la vez pedirle a Él: que no nos suelte de este misterio".
Con ésto y el retruco que ud tenía entre dientes, capaz que haciendo parda en la segunda podamos llevarnos la III ... parte de su artículo, pal lao de los títulos de la Evangelio Anunciante de Pablo VI, sobre el final: "Bajo el aliento del Espíritu,... seamos testigos auténticos,... en la búsqueda de la unidad,... como servidores de la verdad,... animados por el amor,... con el fervor de los santos". Quién dijo ¡salud!
¡Gracias, Don Luis!
Veo que no sólo nos gustan los versos criollos sino también los sonetos lindos y castizos del Padre Lope...
Me encantó el verso, que no conocía. Justo la semana pasada estuve leyendo varias cosas del áureo siglo castellano...
Para insistir con el tema, se me hace que la manera que Dios tiene de "no dejarnos de sus divinas manos" es precisamente dándonos el pan de cada día.
¡Salú! (que a esta hora, y con esta Santa Rosa prolongada, es con mate y tortas fritas que -envídienmé- están haciéndose en la cocina del seminario...)
Ahijuna con la lobuna! Insistidor como pollo con tripa...
Vea Cristian, Ud me hace acordar al autor de Don Segundo Sombra quien le dedicara el libro, entre otros: "A los que no conozco y están en el alma de este libro.
Al gaucho que llevo en mí, sacramente, como la custodia lleva la hostia".
¡Qué honda camperez sacramental que la traigo aquí como a propósito y apuntándole directo a ud. Se la dejo adrede pa que tenga, y lo que sobre...dale al gato!
Luis
Pd: ah, las tortas fritas esas de morondanga que están haciendo allá podrían venir a freirlas acá, cuando gusten; ya que la grasa e vaca pa freir y la harina que usamos acá, es sin conservantes permitidos ni químicos ni colorantes... y el agua pa'l mate es de pozo y no sacada de adentro d'un caño con cloro!!!
¡Buen provecho! grrrrr
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