Primera estación: “¿De qué hablaban por el camino?” (Lc 24, 17)
Los discípulos están dejando la comunidad grande de
Jerusalén, y se vuelven a su aldea, a su pequeño mundo, o “lo de siempre”. Es
un camino de desilusión: desandar esa aventura de salida de sí mismos hacia
el Reino que habían hecho tras los pasos de Jesús, y volver a su rutina, al
“más vale malo conocido que bueno por conocer”…
Y Jesús se interesa
por su corazón, por qué los preocupa, por cómo están: "¿De qué vienen hablando por el camino?"
El
encuentro con Jesús resucitado empieza con una iniciativa de Él. Poder encontrarse con Cristo es un regalo: es gracia.
Pero la experiencia de Jesús resucitado supone
necesariamente abrirle el corazón tal como está. Encontrarse con Dios en
cualquier forma de oración, también en la Misa, implica “poner toda la carne en
el asador”, entrar a la iglesia, o a la oración, sin dejar nada de nuestra realidad afuera, sino
poniendo todo lo que hay en nosotros en manos de Jesús que se interesa por cada
detalle de nuestra existencia y que no desecha nada de lo humano.
Segunda estación: "Les explicó las Escrituras" (cf. Lc 24, 27.32)
Después de
recibir lo que ellos podían ofrecer –en este caso, su desilusión, su tristeza-
Jesús ilumina la realidad con las Escrituras, que en su boca se hacen Palabra
viva, capaz de hacer “arder el corazón” (Cf. Lc 24, 32) y de tener ganas de seguir escuchándolo,
de invitarlo a quedarse, de no dejar que “siga adelante” (Cf. Lc 24, 28) sin quedarse con
ellos, sin entrar en su casa, sin ingresar en lo más íntimo de su corazón.
Tercera estación: "Lo reconocieron al partir el pan" (cf. Lc 24, 30-31; Lc 24, 35)
Los discípulos sólo reconocen a Cristo Señor al
“partir el pan”. “Fracción del Pan” es el primer nombre que recibió la “Misa”,
la Eucaristía celebrada en comunidad (cf. Hech 2, 46). Y cuando lo reconocen, Él, que había aceptado su invitación para "quedarse con ellos" (cf. Lc 24, 28) desaparece de
“enfrente” para quedarse “adentro”, porque se había hecho alimento justamente
para eso: “el que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él" (Jn 6, 56).
Por eso no lo “extrañan”, no se lamentan de que haya desparecido de su vista,
sino que comparten los frutos que su presencia dejó en el corazón: “¿No ardía,
acaso…?” (Lc 24, 32). Es el momento del encuentro y de la intimidad en lo concreto y objetivo de su presencia sacramental.
Sólo reconociendo a Jesús en la Iglesia (la liturgia, la Eucaristía, los sacramentos, la Palabra...) se abren los ojos para que podamos caer en la
cuenta de que él venía con nosotros desde antes, desde siempre, acompañándonos
en el camino, en lo cotidiano de la vida.
“Cuando el sol se vaya y la tarde caiga,
se abrirán los ojos al partir el
pan,
y entonces sabremos que por el camino
nos venía arreando el Dios de la
Paz”
(Mamerto Menapace, "Los yuyos de mi tierra").
Sin ese reconocerlo en la Iglesia, donde Él quiso quedarse, se hace muy
difícil reconocerlo en nuestro vivir cotidiano.
Cuarta estación: “En ese mismo momento, se pusieron en
camino” (Lc 24, 33)
El
encuentro con Jesús los devuelve rápidamente a la esperanza y a la comunidad
grande de la Iglesia, a quien ellos escuchan (Lc 24, 34) antes de hablar (Lc 24, 35). La Comunidad de
los Apóstoles les confirma su experiencia, los fortalece en la fe común: “El
Señor ha resucitado y se ha aparecido a Simón”.
El
encuentro de Jesús nunca nos deja iguales: no nos deja aislados, sino que nos
abre a los hermanos; no nos deja cómodos y estáticos, sino que nos devuelve al
camino del anuncio alegre, de la vida misionera.
3 comentarios:
Muy bueno, gracias.
Qué bueno, me vino muy bien!Mamama
No quería comentar, sólo saludarte... pero no sé cómo encontrarte!!!!
Hace unos meses te escribí una carta a Ricardo Rojas esquina Miguens, no sé si la recibiste. Pero si me pasás una dirección de e-mail te escribo nuevamente... como en nuestros ya viejos tiempos electrónico-epistolares.
Un beso grande, Sor Lucía
Publicar un comentario