domingo, 14 de mayo de 2006

Emilio Komar. "La comunicación: el otro en cuanto otro"

EL OTRO EN CUANTO OTRO
Emilio Komar
(Apuntes de una conferencia dada en San Isidro el 4 de septiembre de 1998)

Quien comenzó a tratar el tema de la comunicación fue Jean-Paul Sartre. Parte de su famoso pesimismo es, precisamente, la incomunicación. En uno de sus escritos, están encerrados en un mismo lugar un hombre y una lesbiana, cuyo mayor tormento es la obvia incomunicación que surge de sus respectivos gustos.
La literatura post-moderna vuelve al tema de la incomunicación de esta “no-sociedad”. “La masa es anti-sociedad”.
Hoy en día nos vemos rodeados de un vertiginoso crecimiento de las comunicaciones materiales: fax (perdón, eso es ya antediluviano), Internet, etc. ... Pero sin embargo falta comunicación humana. Fijémonos en la pérdida de los vecindarios: ya no están los almacenes, los mercaditos, esos centros “chismológicos” que unen a los vecinos. Hoy vive la gente más aglomerada, pero más incomunicada: no sabemos quiénes ni qué son nuestros vecinos.
Para comenzar a hablar de este tema, es preciso partir de la base de que la realidad es creación. Tengámoslo en cuenta.
Hablando de la “no-sociedad”, la filosofía política polaca dice que la sociedad debe ser la “familia de familias”. Y es verdad. En una familia cada miembro se ayuda.
La comunicación material -hoy en apoteosis- no basta. “El corazón habla al corazón”, dice el Card. Newman. La comunicación debe ser interior, afectiva, no material.
Un artículo de una revista europea decía, no hace mucho tiempo, que la cotidianeidad es igual a la banalidad. No. Lo cotidiano no es necesariamente banal. Lo analizaremos.
Recordemos ahora lo de la creación.
“Toda cosa está situada entre dos intelectos: el uno creador, el otro que conoce, que contempla.” La relación entre dos entes (lo que es), no sólo entre personas sino entre una persona y una cosa, debe ir más allá que un trato utilitario, que un trato de persona a “objeto”. Debemos ahondar la relación hasta llegar al intelecto creador. Eso hacemos al descifrar una obra de arte: llegamos al intelecto del artista. Entonces le vemos el valor a esa cosa, le vemos su sentido, y de ahí, de ver esa cosa como “apetecible”, queremos adquirirlo. (Pues es falso que la voluntad se mueve a sí misma; la voluntad muévese siempre arrastrada por un valor o un bien.)
¿Cuándo caemos en la banalidad? Cuando no le vemos a las cosas su valor, estético o no. Caemos en la rutina: la realidad es aburrida. Es nuestro deber el no terminar en la banalidad; en todas las cosas debemos ver criaturas de Dios, que en eso tienen su valor.
Hay un salmo que dice: “Dios plasmó los corazones uno por uno.” Y es cierto. Todos tenemos una “pepita de oro”, que puede estar límpida y pulcra, o bien roñosa. Pero siempre está. Y por eso valemos.
Según Víctor Frankl, el enamoramiento consta en descubrir en el otro esa “pepita”.
Les voy a contar una anécdota interesante: en la Alemania de luego de la Gran Guerra, una ola de alcoholismo sacudió al país. Varias agrupaciones católicas tuvieron una ocurrencia de preciso y excelente tino: en vez de tratar a los borrachos (casi siempre hombres cansados tras crueles jornadas de trabajo duro en fábricas), fueron casa por casa, para hablar con las mujeres de ellos, alentándolas a que pusieran flores en la casa, a que se arreglaran para recibir bien a sus maridos, etc. . ¡Éxito rotundo! Hay que hacer de nuestras casas hogares cálidos, humanos. No hogares “lindos”, pero hechos en serie: hogares auténticos. Sólo en un ambiente de calor el corazón se abre. Sólo cuando nos sentimos amados en serio, cuando tenemos confianza en el otro; y esto se da cuando éste confía en nosotros. ¡Es tan difícil confiar hoy!
El amor no existe si estamos buscando una satisfacción sensual. Bien. Pero el amor tampoco se da cuando buscamos una satisfacción afectiva. O sea, cuando vamos hacia el otro porque junto a él, yo me siento bien: porque habla tan bien, dice cosas tan lindas, etc.. De esa manera no penetramos en el otro. Sólo la inteligencia (el espíritu) puede hacerlo.
Si vemos esa “pepita de oro”, los rasgos exteriores feos del otro, se tornan lindos.
Debemos hacernos “otros en cuanto otros”. Esta frase pertenece a un discípulo de Santo Tomás de Aquino, Juan de Santo Tomás.
No debemos reducir, traducir lo del otro a lo nuestro. así no se conoce. El conocimiento realista sale de sí mismo: trata de comprender.
Un ejemplo de lo que es erróneo: Cuando doy clases de latín para religiosos, veo que ellos anotan todo, todo. Pero cuando me pongo a filosofar en torno a alguna frase, estando en clase de gramática, dejan de anotar. Yo entonces los reto, y los amenazo con que voy a tomar todo lo que estoy diciendo en el examen. (Risas). Anotan sólo lo que les interesa, no se meten en el mensaje del profesor.
No debemos ser posesivos, debemos hacernos otro para comprender su mensaje. Por ejemplo: leer cosas ajenas a nuestra profesión: no encerrarnos.
Veamos y analicemos estas frases, que son moneda corriente: “Juan domina muy bien el inglés” “Sé que Ud. maneja muy bien este tema.”
El lenguaje posesivo es fruto de una mentalidad posesiva. A ese hombre no le interesa el idioma para meterse en él, y disfrutar de la buena prosa de un Dickens. Lo traduce, lo domina.
“Hacerse otro en cuanto otro” es la base de la comunicación. Hegel afirma lo contrario: “dominio de lo ajeno sobre lo ajeno”. Posesión, no conocimiento. Esto, a la larga, termina en la violencia.
Blais Pascal analizó la palabra “divertissement”, que quiere decir: “mirar para otro lado”. Para los cultores del divertissement, el cambio no es el progreso en lo mismo; el cambio es... otra cosa, otra cosa, otra cosa.
Lo contrario a eso es la presencia. “Si el hombre no avanza en profundidad, avanza para el costado, mira para otro lado”. Y nuestra “pepita de oro” es infinita, pues es imagen de El Infinito, Dios Creador. Nuestra profundidad es infinita.
El conocernos a nosotros mismos es un deber que lleva toda la vida, y ésta no siempre alcanza. “Conócete a ti mismo y sé lo que eres”. Esto es el progreso.
Cuando uno se conoce, se hace “otro”.
“Ponerse al día” no es ir a la moda, es estar conociéndonos. Así lograremos ser auténticos, sacándonos las escorias, eso que no es nuestro. ¿Cómo saber lo que es nuestro sin saber antes qué somos? Y, si quiero lo mejor para mi novia, debo saber qué es lo propio de ella. ¿Cómo descubrirlo sin antes saber lo mío? ¿Cómo pretendo mejorar al otro sin haberme esforzado por saber, metiéndome en el otro, qué lo hace mejorar? Queremos dominarlo.
Ser independiente -no depender de nadie- no significa que nos autoabastecemos. Significa estar seguros. ¿Y cómo queremos estar seguros, si tenemos una imagen falsa de nosotros mismos? ¿Cómo ser independientes?
La soberbia no es el amor a uno mismo. Es el amor a una imagen errónea de uno mismo. El recto amor a uno mismo es un principio evangélico. Si Dios nos amó, ¿cómo no amarnos? “Amarás a tu prójimo, como a ti mismo”. Si no nos amamos, no podemos amar.
Generalmente, los problemas matrimoniales, o de amistad, etc., no se deben a una falta de amor de una parte a la otra; sino más bien a una falta de amor de él a él, que lo traslada a ella, y/o viceversa.
Una persona es inagotable. “Sólo en la Eternidad sabremos qué tipo de imagen creamos de Dios, cuando lo contemplemos” (Santa Catalina de Siena).
Ateísmo práctico: el que vive la gente que va a Misa todos los domingos, y que vive la religión como si fuera algo para adentro del templo, los domingos, para curas y monjas. Y la religión es para la vida. La noción de criaturas es necesaria para la religión.


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