domingo, 18 de junio de 2006

ASOMBRO, AMOR Y FOLKLORE

"Mirando con ojos de chiquilín
el campo no es tierra y viento,
y se vuelve música en la distancia
el duro bronce de los cencerros."

He citado una zamba de Roberto Cambaré en la cual se contrapone la “mirada de chiquilín” con otra mirada que no se dice cuál es, pero que podemos colegir que es la del adulto, y que en todo caso es “la de siempre”, la “objetiva”, la que no precisa explicación, porque no se sale de los parámetros habituales: es la de “todo el mundo”. Lo interesante del caso es que la percepción profunda de las cosas –la mirada intuitiva y gozosa del asombro– se percibe como enferma de subjetividad, como la que “no es real”. Así, para quien mira “con ojos de chiquilín”, “el campo no es tierra y viento” como lo es para la mirada adulta. Y lo que para “todos” es el insípido tañer de un “duro bronce”, para el ojo alelado del niño se vuelve “música de cencerros”. Todo parece indicar que, objetivamente, en efecto, los cencerros son nada más que un duro bronce sin encanto, y que es la subjetividad de un chiquilín la que lo puede “volver” música suave. El realismo, pues, parece no estar del lado del asombro, del lado del niño, sino más bien del otro. Entonces, la pretendida mirada honda de las cosas aparece, incluso para quien la experimenta, como teñida de una romántico y encantador lirismo.
Sin embargo, esta subjetividad es, en el fondo, harto más objetiva que la muy fría objetividad de los distantes observadores que “miran sin ver” como lo dice magistralmente Atahualpa Yupanqui:

“Para el que mira sin ver
la tierra es tierra, nomás:
nada le dice la pampa,
ni el arroyo ni el sauzal.”

Osiris Rodríguez Castillos, eximio poeta oriental, bien lo sabe y lo sintetiza en estos versos agudísimos:

“No venga a tasarme el campo
con ojos de forastero,
porque no es como aparenta,
sino como yo lo siento.”
[1]

Esto es más que retórica campera: estamos frente a una certera intuición filosófica que ostenta una hondura verdaderamente estremecedora.
El uruguayo es categórico: las cosas no son como las ven los que “miran con ojos de forastero”, con ojos fríos y desarraigados que no conocen el vínculo sagrado con el terruño. Las cosas son como las siente él, que las ve con la tridimensionalidad que le proporciona el amor. Rodríguez Castillos es consciente de que la verdadera faz de las cosas la conoce él, que está comprometido con el objeto conocido, y no quien mira fríamente de afuera, con mirada técnica de tasador.
“... sino como yo lo siento.” Su campo es así como él lo siente. Dudo de que Don Osiris haya puesto el verbo “sentir”, tan querido de los uruguayos, de pura casualidad. En este verbo se destaca más que nada la actitud pasiva del que percibe, del que conoce. Si digo “miro”, “contemplo”, “pienso”, “juzgo”, hay un irremediable énfasis en la acción del sujeto, puesto que los verbos tienen una connotación más bien de acción. En cambio, “siento”, si bien morfológicamente sea idéntico a los otros, semánticamente nos dice más pasión que acción, porque en nuestro conocimiento sensible o sensitivo es siempre una fuerza externa la que inmuta nuestro órgano y da lugar al proceso cognoscitivo. Con esto, Osiris Rodríguez Castillos nos da otra clave del conocimiento realista: conocer es todo lo contrario de “proyectar” algo de nosotros hacia las cosas: conocer es esencialmente “hacerse otro en cuanto otro”
[2]. Conocer es prestar atención, escuchar, o como decía el viejo Heráclito: “tener el oído atento al ser de las cosas”. Nunca proyectar, nunca interpretar la realidad según las estrechas anteojeras de nuestros intereses pragmáticos, nunca invadir la sacra intimidad de las cosas, usándolas sin saber siquiera qué son, para qué están hechas, con el subsiguiente riesgo de pervertirlas, como mira el campo el forastero comerciante que viene a tasarlo...
Otro gran guitarrero uruguayo, Santiago Chalar, lo dice con estas otras palabras:

“Por los caminos se ven
naturales maravillas:
llanos, montes y cuchillas (…)
Pero las ve sólo quien
lleva en el alma un lucero;
no las ve algún estanciero
de muy fría indiferencia,
porque tiene la conciencia
castrada por el dinero.”

Obviando cierta cuestión social que se deja entrever aquí, el mensaje es sustancialmente el mismo. La “fría indiferencia”, y no el “lucero” del amor, es lo que impide ver las “naturales maravillas”. Hablar de “la conciencia castrada por el dinero” es expresar con fuerte imagen las “anteojeras del pragmatismo” que mencioné recién.
Conocer implica tener una mirada enamorada, porque uno se ha dejado cautivar por ese corazón amante que encontró en lo más profundo de la cosa: el de Dios que la creó. Así como la cosa está “inter duos intellectos constituta” también está constituida entre dos voluntades, entre dos corazones, de donde reencontramos el principio que antes aplicamos a la comunicación interpersonal, ahora en su ámbito metafísico originario: “sólo el corazón habla al corazón”:

“El verdadero conocimiento es siempre comunicación entre un corazón que habla y otro que escucha”
[3].

Esta actitud es exactamente la opuesta a la del estoicismo, que fomenta en el hombre la “ataraxia” o impasibilidad: de esta manera, se busca independizarse de lo real, que, puesto que toca el corazón, siempre compromete afectivamente.
[4]
Cuando uno tiene “el oído atento al ser de las cosas”; cuando uno vence la rutina o determinadas actitudes que nos tornan apáticos, insensibles; cuando uno se deja afectar por las cosas en el corazón, entonces el corazón de Dios presente en sus creaturas se manifiesta claramente. El Cardenal Joseph Ratzinger, muy recientemente, al cerrar la presentación al libro de poesías de Juan Pablo II, Tríptico Romano, lo dijo magníficamente:

“El amor que da es el misterio original, y es amando también nosotros que comprendemos el mensaje de la creación, encontramos el camino.”
[5]

Por eso, quien quiera en sus juicios ser crítico en el recto sentido de la palabra (es decir, agudo intelectualmente, alguien que sabe discernir), no puede dejar de ser, al mismo tiempo, benévolo. Tal como se lo escuché decir una vez al Dr. Emilio Komar, parafraseando a Carlo Mazzantini: hay que lograr una “crítica benevolente y benevolencia crítica”.
[6] El amor, entonces, lejos de ser una obnubilación que deforma las proporciones reales, es la clave de la profundidad intelectual.
Y de quien no conoce profundamente las cosas, no se puede decir que las conozca verdaderamente. En efecto, lo vemos en su etimología, pues intellegere (conocer) viene de intus legere, “leer dentro”, “leer profundamente”; y porque además, “lo esencial es invisible a los ojos”
[7], dado que “la naturaleza ama el esconderse”[8].
“Se deja de odiar en cuanto se deja de ignorar”
[9]. Nada más cierto. Pero creo que no estaría de más completar la frase diciendo que “se deja de ignorar en cuanto se deja de odiar”, lo cual además sería más acorde con la compleja interacción inteligencia-voluntad, que no siempre es tan prolija como querríamos. Por eso Santo Tomás dice:

“Donde está el amor está el ojo”
[10]

Viene al caso que nos detengamos en una auténtica falacia, surgida de un prejuicio racionalista, la cual dice que el amor impide la objetividad. Por ejemplo, en los ambientes educativos a menudo se oye a profesores excusándose de dar un premio, de poner una nota, de evaluar, etc., porque “quieren mucho” a una de las personas a las que se trata de juzgar. Yo creo que en todo caso el defecto de ese escrupuloso juez está no ya en querer a uno de los interesados, sino en no quererlos a todos. Si un educador pretende ser justo y objetivo, debe olvidar esa “fría distancia”: por el contrario ha de buscar conocer y querer a cada una de las personas únicas e irrepetibles que tiene delante, lo cual es ciertamente mucho más difícil de lograr. “El amor es ciego”, oímos a menudo, y es esta misma mentira ilustrada. El verdadero amor no es ciego, antes bien, es lúcido, es la mejor manera de mirar:

“El amor es la retina más perfecta que existe”
[11].

Y esto es así porque nace de un conocimiento que es “hacerse otro en cuanto otro”
[12], y consiguientemente es amor benevolentiae: don de sí, búsqueda del bien del otro en cuanto otro.

“No venga a tasarme el campo
con ojos de forastero,
porque no es como aparenta
sino como yo lo siento…”

Después de haber extraído tanta riqueza de unos pocos versos de milonga, creo que no pasará a nadie por alto la íntima coincidencia que hay entre la metafísica realista y esta profundísima intuición del folklore, aquí en la mágica pluma de Osiris Rodríguez Castillos. Y me parece que no nos sorprenderá que este mismo poeta, que fue alambrador, baqueano, contrabandista, libretista, concertista y tantas otras cosas, haya dicho en varias ocasiones: “Mi principal oficio ha sido presenciar la vida”
[13]. Actitud contemplativa, de ocio, de asombro ante el mundo: sólo así se alcanzan estas cumbres de sabiduría.
(Párrafos de la monografía "Folklore y realismo filosófico" escrita en 2003)
Notas:
[1] “Como yo lo siento” (frag.), milonga de Osiris Rodríguez Castillo.
[2] Juan de Santo Tomás, citado por Komar, Emilio. “El otro en cuanto otro”, cit..
[3] Komar, Emilio. “Ritorno alla realtà”, cit.“El verdadero conocimiento es comunicación entre un corazón que habla y otro que escucha.”
[4] Cfr. Cassagne, Enrique. Op. cit.
[5] Card. Ratzinger, Joseph. “Prolusione del E’mmo Card. Joseph Ratzinger” en la “Presentazione del Trittico Romano, nuevo libro di poesie di Giovanni Paolo II” del 6 de marzo de 2003, último párrafo. En http://www.vatican.va/ .
[6] Cfr. también Mazzantini, Carlo, citado por Emilio Komar en “Ritorno alla realtà”, cit. «Per essere benevolmente critici, bisogna prima essere criticamente benevoli».
[7] Saint-Éxupéry, Antoine. El principito.
[8] Heráclito. Fragmentos.
[9] Quinto Septimio Tertuliano, citado como epígrafe por Messori, Vittorio. Opus Dei. Una investigación. International University Press, 2 ed., Madrid, 1994.
[10] Santo Tomás de Aquino, Comentario al libro de las Sentencias de Pedro Lombardo, 3, d. 35, 1, 2, 1, cit. Por Pieper, Josef. El ocio y la vida intelectual, cit., p. 298. “Donde está el amor, allí está el ojo”
[11] Adela Sáenz Valiente de Grondona. Manuscritos Inéditos, en poder del autor.
[12] Juan de Santo Tomás, citado por Komar, Emilio. “El otro en cuanto otro”, cit.
[13] Camino, Herbert. “Osiris Rodríguez Castillos: mi principal oficio ha sido presenciar la vida”, artículo publicado en Internet http://www.telia.com/ sección Culturales.