domingo, 8 de octubre de 2006

La oración como deseo

La necesidad de la oración: "hacer experiencia de Jesús"
Todos los que estamos reunidos hoy aquí estamos reunidos por Cristo. Lo conocemos, pero queremos conocerlo más, queremos que sea nuestro amigo y nuestro maestro. Queremos seguirlo, porque una voz muy adentro de nuestro corazón nos hace intuir que sólo siguiéndolo vamos a encontrar el sentido de nuestras vidas, vamos a ser felices y a hacer felices a los demás.
Decía que todos los que estamos acá, hemos venido, de una manera u otra, por Jesús. Ninguno de ustedes diría que Jesús le da lo mismo, que sus enseñanzas no le importan. Sin embargo todos, empezando por mí, podemos reconocer que ¡Jesús podría estar tanto más presente en nuestras vidas….! Está lleno de "sectores" de nuestro corazón adonde el agua vivificante del Evangelio no ha llegado todavía a mojar e impregnar la tierra. Tenemos rincones de nuestra intimidad que no son esa "tierra buena donde la semilla cayó y dio fruto…" y por eso nos duelen, nos pesan: tienen hambre y sed de un agua que hasta ahora no les hemos sabido brindar. Y por eso vemos que en nuestra vida de todos los días nuestras obras muchas veces no son conformes con las enseñanzas de Jesús, y lo sabemos. Convivimos diariamente con nuestra incoherencia. ¿Y entonces qué? ¿es mentira que queremos a Jesús? ¿Somos unos hipócritas, que lo queremos sólo de palabra? Yo diría que no. A pesar de nuestras traiciones, es cierto que amamos a Dios y es cierto que somos discípulos de Jesús. (Que nadie nos quite esta certeza. Imitemos siempre a San Pedro que, después de negar tres veces a Jesús, otras tres confiesa con una franqueza conmovedora: "Señor, tú sabes que te quiero".) Ahora bien, lo que falta es que ese amor penetre más hondo, que llegue a nuestras raíces, que no se quede sólo en la superficie. Pues para que nuestras acciones sean coherentes, antes ha de ser coherente nuestro corazón. El corazón tiene que estar unificado, debe ser simple, "sin doblez". A fin de que nuestro día, entonces, sea las 24 horas digno de nuestro ser cristianos, tenemos que ir buscando que ese amor a Jesús crezca, llene, tome por completo nuestro corazón, que empape esos lugares resquebrajados por tanta sequedad. Y para eso el camino está en conocer y querer más a Jesucristo, nuestro amigo y nuestro maestro.

Ahora bien, no hay manera más directa de conocerlo que a través de la oración. ¿Por qué? Porque la oración es un encuentro personal con él, y en última instancia, para conocer a cualquier persona, es preciso tener un contacto directo. A ninguno de ustedes –creo- se le ocurriría decidir ponerse de novio después de haber conocido a alguien por el "msn" sin haberse nunca visto cara a cara. ¿Y por qué no, si puedo haber hablado de un montón de cosas, si le puedo hasta haber conocido la voz y visto la cara? Porque eso no basta para que haya un encuentro personal, físico, directo. La instancia personal me dice un montón de cosas que son, de otra manera, incomunicables. Con Jesús es igual: podemos leer, estudiar y aprender muchísimo sobre Jesús… pero todo eso es inútil si no hay un auténtico trato personal con él. A Jesús no puede conocérselo de oídas: hay que conocerlo personalmente.

El Evangelio de San Juan, cuando nos narra el llamado de los primeros discípulos, nos cuenta que Felipe, después de haber sido llamado por el Señor, se encuentra con Natanael, y le dice: "Hemos encontrado a aquél de quien escribieron Moisés en la Ley, y los Profetas. Es Jesús, el hijo de José, el de Nazaret." Natanael responde: "¿Puede salir algo bueno de Nazaret?" Le dice Felipe: "Ven y lo verás". (Jn 1, 45-46) A nosotros también hoy nos repite: "vengan y verán". Felipe no gasta palabras: es inútil. Y lo remite al Maestro. Mis palabras hoy no pretenden sino decirles: "vayan a Jesús, que los espera en la oración, cada día". De Jesús, hay que hacer experiencia: y la experiencia es propia de cada persona, y distinta en cada uno. Nadie les puede decir, fuera de ustedes, lo que Jesús tiene para decirle a cada uno: ni yo, ni un cura, ni el Papa: es necesario que nos encontremos personalmente con él.

Con esto vemos que la oración es un tema central y necesario en la vida de cada uno de nosotros. Jesús mismo nos lo dice varias veces en el Evangelio: “Vigilen, pues, orando en todo tiempo” (Lc 21, 36).

No obstante, hoy preferiría no abordar la oración desde el deber, sino desde otro lado.

La oración como deseo de Dios
Vamos a empezar con un ejemplo. Imaginemos a un chiquito de tres años que está jugando con un autito que le acaban de regalar. Y con la torpeza que lo caracteriza, agarra al autito muy fuerte y haciendo ruidos de motor con la boca, trata de hacerlo avanzar. Pero el auto tiene las ruedas medio trabadas, y entonces avanza penosamente. Nosotros llegamos, vemos la escena, y nos damos cuenta de que en realidad el autito es uno de esos que andan con envión. Es decir, el autito tiene la capacidad para andar solo, e incluso bastante "rápido"; pero el chiquito, que no lo sabe, insiste en apretarlo fuerte y arrastrarlo para adelante. Hasta aquí el ejemplo.
¿Y esto qué tiene que ver con la oración? Nosotros somos como el autito, cuya misión es "andar, ir para adelante". Y como al autito, hay dos maneras de hacernos "caminar": una es la de la fuerza o el deber: "vos tenés que ir para adelante." La otra es aprovechar esa capacidad que el mismo autito trae, y lograr que ande por sí solo. ¿A qué me refiero? A que me parece que no tiene demasiado sentido insistir tanto en el "deber" de la oración, teniendo en nuestro corazón un "motor" que sólo espera ser encendido.

También nos podemos comparar con una lancha que tiene un motor oculto (no "fuera de borda"). Sería bastante ridículo ver a alguien haciéndola avanzar a duras penas a fuerza de remos. Cuando eso ocurre, además, no sólo se está desaprovechando una gran capacidad, sino que además esa capacidad pasa a jugarnos en contra: el motor pesa mucho, y a la hora de remar su peso inerte se hace sentir.

La importancia de los deseos en la vida
Pues bien: nosotros llevamos dentro también un motor. Ese motor es el deseo. En efecto, no nos movemos sino por el deseo. Donde hay deseo hay movimiento, y donde hay movimiento espontáneo hay vida. Pensemos en los grados más inferiores de seres vivos: las plantas. Pues las plantas no se moverían si no tuvieran inscrito en ellas el deseo de la luz. Esto es una constante de la naturaleza. De hecho, también lo vemos en las personas. Cuando alguien deja de tener deseos, deja de tener anhelos, deja de tener motivaciones, es una clara señal de que está deprimido. Es muy pero muy triste ver a ciertas personas que ya no tienen deseos, ni por consiguiente ilusiones en la vida, y uno ve cómo se apagan, cómo se "dejan" literalmente "morir". Pasa con el espíritu algo semejante a lo que le pasa a un enfermo. Seguramente alguno de ustedes tuvo la experiencia de estar muy enfermo o de estar internado y no tener ganas de comer nada, y tener que pelear con los médicos que nos insisten en que comamos para mejorarnos. Tener muchos deseos, muchos anhelos, muchas aspiraciones, es señal de vitalidad y de juventud. El espíritu no envejece a la par del cuerpo: incluso puede rejuvenecerse cada vez más, si agranda su capacidad de desear. Hay viejitos que tienen un corazón jovial y despierto, porque tienen vivos sus deseos. Hemos tenido un ejemplo cabal en el querido Juan Pablo II, que nunca dejaba de desear, y proyectaba siempre más viajes, más jornadas de la Juventud, etc. Y murió con el corazón joven, y ahora goza de la juventud perenne que es la eternidad.

El deseo de Dios presente en el hombre
Bueno, está bien, pero ¿y la oración? Decía antes que no veía por qué encarar el tema de la oración desde su dimensión de deber, porque hay en todos nosotros una capacidad de oración muy grande, precisamente debido al deseo de Dios que todos llevamos dentro. La oración es el encuentro personal con Dios. ¿Para qué insistir tanto en que es nuestro deber, si en el fondo lo deseamos? Sería remar y remar en lugar de prender el motor.
Vayamos entonces a ver un poco más profundamente este tema del deseo de Dios. Para que vean lo importante que es, fíjense que el Catecismo de la Iglesia Católica comienza tratando este tema precisamente. Después del Prólogo, la primera parte del capítulo primero de la primera sección se llama "el deseo de Dios". Y les voy a leer ese punto. Dice: "El deseo de Dios está inscrito en el corazón del hombre, porque el hombre ha sido creado por Dios y para Dios; y Dios no cesa de atrae al hombre hacia sí, y sólo en Dios encontrará el hombre la verdad y la dicha que no cesa de buscar: (…)" (CCE 27)

Este tema de que estoy hablando no es un invento mío. Es un tema clásico, a pesar de que yo lo estoy recién descubriendo ahora. San Agustín, uno de los más grandes santos de la Iglesia, es un experto en esta cuestión. Tanto que se lo llama el "Doctor del deseo". Su libro más conocido, que es un clásico de la literatura incluso entre los no creyentes, "Las Confesiones", empieza diciendo: "A pesar de todo, el hombre, pequeña parte de tu creación, pretende alabarte. Y eres Tú quien haces que le guste alabarte, porque nos hiciste para Ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en Ti." (Confesiones, I, 1)

¿Dónde está el deseo de Dios?
Ahora bien: quizá muchos de ustedes estén pensando lo que yo mismo pienso y siento: "qué lindo suena eso, estaría bueno… pero a mí sinceramente no me pasa. Yo no sé si tengo deseo de Dios, pero ganas de rezar, estoy seguro de que no me vienen muy seguido."

Dejemos que San Agustín mismo nos responda. Porque esa frase él la dice después de un largo camino, cuando mira con ojos de fe su camino recorrido. Sin embargo, él durante largos años tampoco se "deleitaba en alabar a Dios"…: "¡Tarde te amé, belleza tan antigua y tan nueva, tarde te amé! Y he aquí que Tú estabas dentro de mí y yo afuera, y yo allí te buscaba y me lanzaba deforme hacia esas cosas hermosas que Tú hiciste. Estabas conmigo, pero yo no estaba contigo. Me retenían lejos de Ti aquellas cosas que si no existieran en Ti, no existirían. Llamaste y gritaste y rompiste mi sordera; brillaste y resplandeciste y borraste mi ceguera; exhalaste tu fragancia, respiré, y suspiro por ti; gusté de Ti y tengo hambre y sed de Ti; me tocaste y me encendiste en tu paz." (Confesiones, X, 27)

No, tampoco él tenía ganas de rezar… pero sin embargo deseaba, buscaba, golpeaba. ¿Y quién de nosotros negaría que busca, que desea, que anhela? El camino de San Agustín –penoso, por cierto- fue el de ir remontándose en sus deseos, en sus búsquedas, hasta que, al entregarse a Dios, "probó" el encuentro con Él. Y entonces se dio cuenta de que eso era lo que buscaba, y que eso era lo que venia buscando en todas las demás cosas. Imagínense a un sediento que es ciego y sordo, y camina cerca de una de esas fuentes que tiran agua para arriba como un regador, como una ducha al revés. Imagínense que por el tacto de sus pies descalzos va de charquito en charquito de los que la fuente va haciendo, agotándolos, sin poder en ninguno obviamente saciar su sed. Y no ve la fuente, ni oye el ruido del agua cayendo… Eso le pasó a San Agustín: siempre buscó el agua, pero corría entre los charquitos sucios, sin ser capaz de dar con la fuente inagotable, madre de todos los charcos y charquitos. ¿Quién, después de encontrarla, volverá a acudir a los charquitos?

Les voy a poner un ejemplo personal. Una vez, estaba de vacaciones en Bariloche, y me fui con dos amigos a escalar un cerro del otro lado del lago Nahuel Huapi. Es una zona donde no hay picadas ni caminos, porque es Reserva Natural estricta y adonde en realidad está prohibido ir. Pero nos habían dicho que si remontábamos el arroyo Millaqueo como catorce kilómetros aguas arriba, íbamos a encontrarnos con una laguna de montaña que era grande y estaba en un lugar paradisíaco, encajonada por las cumbres de los cerros, con una playa de arena, en fin, un lugar increíble. Ustedes piensen que teníamos que llegar para acampar a la noche en la laguna: es decir, hacer catorce kilómetros trepando por la montaña, en el día. Íbamos caminando por la ladera del cerro, bordeando el arroyo, pero bastante lejos de él. Sabíamos que lo teníamos a nuestra derecha, y cada tanto lo oíamos correr montaña abajo. Usábamos por comodidad los senderitos que habían marcado las pocas vacas que había en el lugar. Pero lo interesante es que todos los caminitos de las vacas enfilaban para abajo, para el arroyo, porque iban buscando la bebida. Y nosotros, confiando en nuestro escaso poder de ubicación, cada tanto teníamos que tomar la decisión de abandonar el caminito y seguir por adentro del bosque, para no perder la dirección que veníamos llevando y no terminar en el río. Y era todo un esfuerzo dejar que esa sendita bienhechora se perdiera y abandonarla… Con la mirada (del deseo, porque en el medio del bosque y la montaña no veíamos nada) puesta en la cumbre, abandonábamos esos caminitos seguros con tal de no perder el rumbo. Nos atrevíamos a atravesar la inseguridad del bosque donde no había caminitos porque teníamos fija nuestra atención en la laguna prometida. Cada tanto atravesábamos unos "mallines" que eran como para quedarse a vivir: eran unos claros en el bosque, con un pasto siempre verde porque está lleno de manantiales a flor de tierra, y salpicados de montecitos de maitenes o lengas… por supuesto, parábamos a descansar nuestras espaldas del peso de las mochilas, tomábamos agua, charlábamos. Pero ¡qué terrible volver a caminar! Si el lugar era tan lindo, ¿para qué seguir? La tentación era poderosísima. Pero el deseo de la laguna famosa era muy fuerte, y sabíamos que si no nos apurábamos nos iba a agarrar la noche en la mitad del bosque virgen. Aunque nunca habíamos visto la laguna, ni en fotos, teníamos la certeza de que valía la pena seguir trepando a pesar del cansancio y dejar esos lugares tan lindos que el camino nos regalaba.

Más adelante, cuando el cerro se encajonaba más, tuvimos que remontar el arroyo, incluso, metidos en el agua. Y cada tanto descubríamos unos "pozones" espectaculares, desde los cuales nos podíamos tirar y nadar y aliviar el calor, y jugar debajo de las cascaditas… pero había que seguir si queríamos llegar. Bueno, finalmente llegamos, y valió la pena. La realidad superó con creces nuestras expectativas: nunca nos habríamos podido imaginar que entre tantos cerros, y tan alto, pudiera existir una laguna tan grande, con una playa tan abierta y despejada… en fin. Desde la altura de la laguna, ni nos acordábamos del bosquecito de maitenes y de los pozones de aguas abajo… ¡qué error habría sido quedarse!

Remontar el río de los propios deseos: búsqueda y abandono
En nuestra vida tenemos que hacer un poco este trabajo de ir remontando el río de nuestros deseos. Esto implica, por un lado, un camino siempre positivo: nunca dejar de desear: nunca reprimir los anhelos profundos, nunca cansarnos de buscar la felicidad, nunca resignarnos a cosas que no nos plenifican. (¡Ojo! porque esto no es tan sencillo… mucha gente de hoy, y a veces nosotros, resignados a que en la vida no se puede ser feliz, nos contentamos negativamente con "no sufrir" en vez de buscar positivamente los bienes que anhelamos.) Si no estás contento con algo, seguí buscando, seguí golpeando, pero no para el costado, no en el mismo nivel, sino remontando el río de los anhelos, siempre más, siempre aguas arriba. ¿Qué significa buscar en el mismo nivel? Algo a lo que estamos muy acostumbrados, y que vemos por todas partes en la sociedad de hoy. El consumismo es el mejor ejemplo. Buscar otra cosa sin remontar los propios deseos es buscar la cantidad en vez de la calidad. Si alguna vez volvemos de una fiesta, por ejemplo, y nos quedó un gustito amargo en el corazón, en vez de escarbar ahí, y tratar de ver qué es lo que no me gustó, qué es lo que no me gustó, ponerle nombre a lo que siento, y a lo que me gustaría haber sentido… no: la próxima vez redoblo, por ejemplo, la cantidad de tragos que tomo… y así sucesivamente. En vez de buscar cada vez más hondo, busco para los costados, siempre en la superficie… y al deseo de fondo que grita en nuestro corazón le tapamos la boca… pero ahí está, esperándonos.

Por eso, esta tarea de remontar supone también una labor "negativa", de abandono, de renuncia. Así como en el camino, por tener la mirada del corazón anclada en el deseo de la laguna de arriba, éramos capaces de abandonar rincones del valle que eran espectaculares, también en la vida, para poder ser felices, nos veremos obligados a, no sin dolor, dejar cosas que nos encantan pero que en algún momento empezaremos a experimentar que no nos sabrán dar todo lo que deseamos.

Éste es el sentido cristiano del sufrimiento. El dolor para el cristiano nunca se busca como un fin: el sacrificio es un camino para poder ser más capaces de felicidad. "El sufrimiento sirve sólo para eliminar los obstáculos a la alegría, para dilatar el alma, para que pueda recibir la medida más grande posible de alegría." (Raniero Cantalamessa, La subida al Monte Sinaí) Este camino de purificación, de abandono, de ascesis (que significa subida) explica que a veces no percibamos en nosotros este famoso "deseo de Dios". Yo tampoco. Pero la fe me dice que está. Y yo creo en Dios, en su Palabra y en su Iglesia que me aseguran que lo que yo quiero me lo va a dar sólo Jesús. Cuando subíamos con mis amigos, ninguno de nosotros a ciencia cierta sabía si la laguna iba a colmar nuestras expectativas: pero creíamos en el testimonio de esos amigos nuestros que ya habían ido y nos habían asegurado que valía la pena, que estaba buenísima. Y con la fuerza de ese consejo, fuimos capaces de llegar.

El deseo sobrenatural de Dios
Este deseo del que vengo hablando es el equivalente en el hombre al deseo de luz de la planta: es un deseo natural, que Dios al crearlo puso en cada corazón. Pero el tema no termina aquí. Todos los que estamos acá estamos bautizados, es decir que además de la vida natural, gozamos de la vida sobrenatural. Tenemos una presencia especialísima de Dios a partir del bautismo. Por este sacramento enorme, creemos que Dios vive en nuestra alma: que la Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, ese Dios grande, ese Dios contentísimo porque está constantemente gozando de su amor interpersonal, vive en nosotros, no meramente como imagen, sino de una manera nueva, misteriosa pero real.

Pues bien, es el Espíritu Santo que habita en nuestros corazones el que desentierra y enciende ese deseo de Dios que ya teníamos desde el nacimiento. Todos los hombres es como si "viniéramos" con brasas enterradas en el corazón por la ceniza. Cuando entra el Espíritu Santo, que es una "ráfaga de viento impetuosa" (Hch 2, 2), pasa lo mismo que cuando soplamos las brasas en la chimenea o en la parrilla: se aviva el fuego, se enciende nuestro deseo de Dios que estaba como aletargado, como dormido, latente. El Espíritu en nosotros desea a Dios. Por eso dice San Pablo: "no sabemos orar como es conveniente: pero el mismo Espíritu interpela a favor de nosotros con gemidos inefables." Por eso el Espíritu Santo se presentó en forma de paloma: porque las palomas "gimen", y gimen enamoradas. Dice San Agustín –una vez más-: "No es que el Espíritu Santo gima en sí mismo y consigo mismo, en esa Trinidad, en esa alegría, en esa eternidad: sino que gime en nosotros, porque nos hace gemir. Y no es poca cosa por lo que el Espíritu Santo nos enseña a gemir: pues nos insinúa que somos peregrinos y estamos todavía lejos, y nos enseña a suspirar por la Patria celestial, y con ese deseo gemimos."

Entonces esto quiere decir que en nosotros hay además un deseo sobrenatural de Dios. ¡Lo tenemos adentro! Lo tenemos por el Bautismo, y los confirmados lo tenemos por la Confirmación. Los que no se confirmaron, pídanle al Espíritu este deseo de Dios. Porque, si no tenemos el deseo de Dios "en acto", ¿quién nos impide tener el deseo de desearlo? Yo les aseguro que si hay algo que Dios no va a negar es ese deseo de Él mismo. Si le pedimos cualquier otra cosa, no sé. A veces puede no ser lo que nos conviene. Pero Jesús nos dice: "Si ustedes, siendo malos, saben dar cosas buenas a sus hijos ¡cuánto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan!" (Lc 11, 13) ¿Cómo nos va a negar ese deseo, si Él mismo lo pone en nosotros, si él mismo está ansioso de que estemos ansiosos de Él? Acuérdense del pasaje de Jesús y la samaritana (Jn 4): Jesús le pide a la mujer: "dame de beber", pero en realidad se muere de ganas de que ella se dé cuenta de quién es Él y le pida el Agua que sólo Jesús da. "Si conocieras el don de Dios y quién es el que te dice "dame de beber" tu le habrías pedido a él, y él te habría dado agua viva." (Jn 4, 10)

La oración como encuentro del deseo de Dios y el deseo del hombre
Con esto vamos llegando al final, que es siempre un principio (en la vida cristiana nunca se está detenido, siempre estamos caminando, movidos por el deseo de Dios. Jesús, el Hijo de Dios, fue toda su vida un caminante, y Él mismo se hizo Camino para que fuéramos a Dios). Sabemos que nuestra felicidad está en Dios: lo intuimos, lo sospechamos, algo nos dice que sí. Y sabemos que si es así, Él debe reinar en nuestro corazón, impregnar toda nuestra vida con su amor. Sabiendo que toda nuestra hambre de felicidad lo busca a Él, hagamos primero un camino inverso. "Démosle de beber". Él nos dice desde la cruz "tengo sed" (Jn 19, 28), y desde el pozo "dame de beber" (Jn 4, 7). "He aquí que estoy a la puerta y llamo" (Ap 3, 20) ... Al principio nos puede costar un poquito salir de nosotros mismos, y darle de beber un poco de nuestro tiempo, de nuestro esfuerzo… pero el ansioso por darnos de beber es Él, y una vez que nos hace gustar de su Agua en la oración, ya no se puede abandonar ese camino. Hagamos como dice San Agustín: no nos impongamos rezar, impongámonos más bien no dejar de desear a Dios. Hoy se habla tan poco del cielo… quizá por eso no sentimos el deseo de Dios. No dejemos de leer la vida de los santos: ellos son nuestros amigos que ya llegaron arriba, fueron felices en el camino, disfrutaron la vida, y además llegaron a la felicidad eterna. Que su testimonio nos acreciente el deseo de Dios.
(Charla dada en Noche Joven, Colegio San Juan el Precursor, en 2005)

domingo, 18 de junio de 2006

ASOMBRO, AMOR Y FOLKLORE

"Mirando con ojos de chiquilín
el campo no es tierra y viento,
y se vuelve música en la distancia
el duro bronce de los cencerros."

He citado una zamba de Roberto Cambaré en la cual se contrapone la “mirada de chiquilín” con otra mirada que no se dice cuál es, pero que podemos colegir que es la del adulto, y que en todo caso es “la de siempre”, la “objetiva”, la que no precisa explicación, porque no se sale de los parámetros habituales: es la de “todo el mundo”. Lo interesante del caso es que la percepción profunda de las cosas –la mirada intuitiva y gozosa del asombro– se percibe como enferma de subjetividad, como la que “no es real”. Así, para quien mira “con ojos de chiquilín”, “el campo no es tierra y viento” como lo es para la mirada adulta. Y lo que para “todos” es el insípido tañer de un “duro bronce”, para el ojo alelado del niño se vuelve “música de cencerros”. Todo parece indicar que, objetivamente, en efecto, los cencerros son nada más que un duro bronce sin encanto, y que es la subjetividad de un chiquilín la que lo puede “volver” música suave. El realismo, pues, parece no estar del lado del asombro, del lado del niño, sino más bien del otro. Entonces, la pretendida mirada honda de las cosas aparece, incluso para quien la experimenta, como teñida de una romántico y encantador lirismo.
Sin embargo, esta subjetividad es, en el fondo, harto más objetiva que la muy fría objetividad de los distantes observadores que “miran sin ver” como lo dice magistralmente Atahualpa Yupanqui:

“Para el que mira sin ver
la tierra es tierra, nomás:
nada le dice la pampa,
ni el arroyo ni el sauzal.”

Osiris Rodríguez Castillos, eximio poeta oriental, bien lo sabe y lo sintetiza en estos versos agudísimos:

“No venga a tasarme el campo
con ojos de forastero,
porque no es como aparenta,
sino como yo lo siento.”
[1]

Esto es más que retórica campera: estamos frente a una certera intuición filosófica que ostenta una hondura verdaderamente estremecedora.
El uruguayo es categórico: las cosas no son como las ven los que “miran con ojos de forastero”, con ojos fríos y desarraigados que no conocen el vínculo sagrado con el terruño. Las cosas son como las siente él, que las ve con la tridimensionalidad que le proporciona el amor. Rodríguez Castillos es consciente de que la verdadera faz de las cosas la conoce él, que está comprometido con el objeto conocido, y no quien mira fríamente de afuera, con mirada técnica de tasador.
“... sino como yo lo siento.” Su campo es así como él lo siente. Dudo de que Don Osiris haya puesto el verbo “sentir”, tan querido de los uruguayos, de pura casualidad. En este verbo se destaca más que nada la actitud pasiva del que percibe, del que conoce. Si digo “miro”, “contemplo”, “pienso”, “juzgo”, hay un irremediable énfasis en la acción del sujeto, puesto que los verbos tienen una connotación más bien de acción. En cambio, “siento”, si bien morfológicamente sea idéntico a los otros, semánticamente nos dice más pasión que acción, porque en nuestro conocimiento sensible o sensitivo es siempre una fuerza externa la que inmuta nuestro órgano y da lugar al proceso cognoscitivo. Con esto, Osiris Rodríguez Castillos nos da otra clave del conocimiento realista: conocer es todo lo contrario de “proyectar” algo de nosotros hacia las cosas: conocer es esencialmente “hacerse otro en cuanto otro”
[2]. Conocer es prestar atención, escuchar, o como decía el viejo Heráclito: “tener el oído atento al ser de las cosas”. Nunca proyectar, nunca interpretar la realidad según las estrechas anteojeras de nuestros intereses pragmáticos, nunca invadir la sacra intimidad de las cosas, usándolas sin saber siquiera qué son, para qué están hechas, con el subsiguiente riesgo de pervertirlas, como mira el campo el forastero comerciante que viene a tasarlo...
Otro gran guitarrero uruguayo, Santiago Chalar, lo dice con estas otras palabras:

“Por los caminos se ven
naturales maravillas:
llanos, montes y cuchillas (…)
Pero las ve sólo quien
lleva en el alma un lucero;
no las ve algún estanciero
de muy fría indiferencia,
porque tiene la conciencia
castrada por el dinero.”

Obviando cierta cuestión social que se deja entrever aquí, el mensaje es sustancialmente el mismo. La “fría indiferencia”, y no el “lucero” del amor, es lo que impide ver las “naturales maravillas”. Hablar de “la conciencia castrada por el dinero” es expresar con fuerte imagen las “anteojeras del pragmatismo” que mencioné recién.
Conocer implica tener una mirada enamorada, porque uno se ha dejado cautivar por ese corazón amante que encontró en lo más profundo de la cosa: el de Dios que la creó. Así como la cosa está “inter duos intellectos constituta” también está constituida entre dos voluntades, entre dos corazones, de donde reencontramos el principio que antes aplicamos a la comunicación interpersonal, ahora en su ámbito metafísico originario: “sólo el corazón habla al corazón”:

“El verdadero conocimiento es siempre comunicación entre un corazón que habla y otro que escucha”
[3].

Esta actitud es exactamente la opuesta a la del estoicismo, que fomenta en el hombre la “ataraxia” o impasibilidad: de esta manera, se busca independizarse de lo real, que, puesto que toca el corazón, siempre compromete afectivamente.
[4]
Cuando uno tiene “el oído atento al ser de las cosas”; cuando uno vence la rutina o determinadas actitudes que nos tornan apáticos, insensibles; cuando uno se deja afectar por las cosas en el corazón, entonces el corazón de Dios presente en sus creaturas se manifiesta claramente. El Cardenal Joseph Ratzinger, muy recientemente, al cerrar la presentación al libro de poesías de Juan Pablo II, Tríptico Romano, lo dijo magníficamente:

“El amor que da es el misterio original, y es amando también nosotros que comprendemos el mensaje de la creación, encontramos el camino.”
[5]

Por eso, quien quiera en sus juicios ser crítico en el recto sentido de la palabra (es decir, agudo intelectualmente, alguien que sabe discernir), no puede dejar de ser, al mismo tiempo, benévolo. Tal como se lo escuché decir una vez al Dr. Emilio Komar, parafraseando a Carlo Mazzantini: hay que lograr una “crítica benevolente y benevolencia crítica”.
[6] El amor, entonces, lejos de ser una obnubilación que deforma las proporciones reales, es la clave de la profundidad intelectual.
Y de quien no conoce profundamente las cosas, no se puede decir que las conozca verdaderamente. En efecto, lo vemos en su etimología, pues intellegere (conocer) viene de intus legere, “leer dentro”, “leer profundamente”; y porque además, “lo esencial es invisible a los ojos”
[7], dado que “la naturaleza ama el esconderse”[8].
“Se deja de odiar en cuanto se deja de ignorar”
[9]. Nada más cierto. Pero creo que no estaría de más completar la frase diciendo que “se deja de ignorar en cuanto se deja de odiar”, lo cual además sería más acorde con la compleja interacción inteligencia-voluntad, que no siempre es tan prolija como querríamos. Por eso Santo Tomás dice:

“Donde está el amor está el ojo”
[10]

Viene al caso que nos detengamos en una auténtica falacia, surgida de un prejuicio racionalista, la cual dice que el amor impide la objetividad. Por ejemplo, en los ambientes educativos a menudo se oye a profesores excusándose de dar un premio, de poner una nota, de evaluar, etc., porque “quieren mucho” a una de las personas a las que se trata de juzgar. Yo creo que en todo caso el defecto de ese escrupuloso juez está no ya en querer a uno de los interesados, sino en no quererlos a todos. Si un educador pretende ser justo y objetivo, debe olvidar esa “fría distancia”: por el contrario ha de buscar conocer y querer a cada una de las personas únicas e irrepetibles que tiene delante, lo cual es ciertamente mucho más difícil de lograr. “El amor es ciego”, oímos a menudo, y es esta misma mentira ilustrada. El verdadero amor no es ciego, antes bien, es lúcido, es la mejor manera de mirar:

“El amor es la retina más perfecta que existe”
[11].

Y esto es así porque nace de un conocimiento que es “hacerse otro en cuanto otro”
[12], y consiguientemente es amor benevolentiae: don de sí, búsqueda del bien del otro en cuanto otro.

“No venga a tasarme el campo
con ojos de forastero,
porque no es como aparenta
sino como yo lo siento…”

Después de haber extraído tanta riqueza de unos pocos versos de milonga, creo que no pasará a nadie por alto la íntima coincidencia que hay entre la metafísica realista y esta profundísima intuición del folklore, aquí en la mágica pluma de Osiris Rodríguez Castillos. Y me parece que no nos sorprenderá que este mismo poeta, que fue alambrador, baqueano, contrabandista, libretista, concertista y tantas otras cosas, haya dicho en varias ocasiones: “Mi principal oficio ha sido presenciar la vida”
[13]. Actitud contemplativa, de ocio, de asombro ante el mundo: sólo así se alcanzan estas cumbres de sabiduría.
(Párrafos de la monografía "Folklore y realismo filosófico" escrita en 2003)
Notas:
[1] “Como yo lo siento” (frag.), milonga de Osiris Rodríguez Castillo.
[2] Juan de Santo Tomás, citado por Komar, Emilio. “El otro en cuanto otro”, cit..
[3] Komar, Emilio. “Ritorno alla realtà”, cit.“El verdadero conocimiento es comunicación entre un corazón que habla y otro que escucha.”
[4] Cfr. Cassagne, Enrique. Op. cit.
[5] Card. Ratzinger, Joseph. “Prolusione del E’mmo Card. Joseph Ratzinger” en la “Presentazione del Trittico Romano, nuevo libro di poesie di Giovanni Paolo II” del 6 de marzo de 2003, último párrafo. En http://www.vatican.va/ .
[6] Cfr. también Mazzantini, Carlo, citado por Emilio Komar en “Ritorno alla realtà”, cit. «Per essere benevolmente critici, bisogna prima essere criticamente benevoli».
[7] Saint-Éxupéry, Antoine. El principito.
[8] Heráclito. Fragmentos.
[9] Quinto Septimio Tertuliano, citado como epígrafe por Messori, Vittorio. Opus Dei. Una investigación. International University Press, 2 ed., Madrid, 1994.
[10] Santo Tomás de Aquino, Comentario al libro de las Sentencias de Pedro Lombardo, 3, d. 35, 1, 2, 1, cit. Por Pieper, Josef. El ocio y la vida intelectual, cit., p. 298. “Donde está el amor, allí está el ojo”
[11] Adela Sáenz Valiente de Grondona. Manuscritos Inéditos, en poder del autor.
[12] Juan de Santo Tomás, citado por Komar, Emilio. “El otro en cuanto otro”, cit.
[13] Camino, Herbert. “Osiris Rodríguez Castillos: mi principal oficio ha sido presenciar la vida”, artículo publicado en Internet http://www.telia.com/ sección Culturales.

domingo, 21 de mayo de 2006


EMILIO KOMAR

In memoriam
(1921-2006 )


Emilio Komar falleció el 20 de Enero a los 84 años, a los nueve meses de la muerte de Juan Pablo II, de quien era coetáneo (menos de un año menor), y con quien compartía algunos rasgos llamativamente similares, físicos y espirituales. Un común humus, genético y cultural, los alimentaba: ambos eslavos, ambos representantes genuinos de la gran tradición cultural centro europea. Komar nació en Ljubljana el 4 de junio de 1921, sus padres fueron Ludovico Komar, militar retirado del ejército hasbúrgico, y Cecilia Blazic. Cursó estudios primarios en Skopje Lok y luego en Ljubljana. En esta ciudad completó estudios secundarios con orientación clásica y, a partir de 1939, universitarios en Ciencias jurídicas. Continuó estos estudios en Italia, en la Universidad de Turín, donde recibió el título de Doctor en Derecho en 1943. Tuvo grandes maestros filosóficos en ambas universidades: En Ljubljana Josip Turky y Eugen Spectorsky, en Turín Fran Waland, Giusepe Gemelaro y Carlo Mazzantini. Fue un destacado dirigente estudiantil católico colaborando además con escritos en diversas publicaciones. obteniendo un premio por un trabajo académico.

En los comienzos de la segunda guerra mundial combatió como oficial del ejército real de su patria. Se transformó más tarde en colaborador inmediato del gran líder esloveno J.Kralj. Participó entonces en arriesgadas tareas de la heroica resistencia civil contra la dominación fascista primero, nazi y comunista después. En medio de estas vicisitudes contrajo matrimonio en 1944 con Majda Ahcic, su compañera y mentora de toda la vida, con quién tuvo dos hijas en Europa y cuatro hijos más, dos varones y dos mujeres, en la Argentina. La evolución de los acontecimientos políticos lo llevo a emigrar a Italia en 1945. Definitivamente anexado su país al bloque comunista decidió, luego de considerar diversas opciones (Suiza y Estados Unidos entre otras), venir a establecerse en la Argentina con su mujer y sus hijas en 1948.

Vista desde la perspectiva de los años pasados esta decisión nos manifiesta el misterio de la conjunción de la Providencia de Dios y la libertad de los hombres. Cincuenta y ocho años de vida entregada sin concesiones, hasta extremos heroicos, a su vocación cristiana, humana, familiar y académica, constituyen un aporte a la cultura católica de la Iglesia y de nuestra patria, que nos tomará años valorar en sus verdaderas dimensiones. Resulta imposible reseñarlo en estas líneas, baste subrayar los rasgos de genialidad: originalidad creativa y magnitud sobrehumana del esfuerzo realizado. Son ,entre otros tantos, ejemplos de esta originalidad creativa: sus investigaciones sobre el racionalismo, que lo llevan a una fundamental reperiodización de la historia de la cultura moderna; el
desarrollo de un personalismo ético y metafísico alimentado en las fuentes de un tomismo genuino y existencial; su actualización permanente, siempre profunda y esclarecedora, de los problemas y autores de la cultura contemporánea y el contacto viviente con la cultura clásica, griega y latina, que dominaba y amaba.

La transmisión de esta sabiduría dio lugar a una tarea docente de asombrosa magnitud: Habilitado como Profesor de Filosofía y Pedagogía en el Instituto de Profesorado del Consejo Superior de Educación Católica, fue Profesor de Ética y de Filosofía Moderna en la Universidad Católica Argentina; Profesor de Filosofía y de Lenguas Clásicas en varias Instituciones y Profesorados y en el Seminario de San Isidro; incontables cursos para abogados, ingenieros, médicos, psiquiatras y psicólogos; y aquello que él llamaba su “género literario propio”, el curso o cursillo filosófico ,con una metodología pedagógica personal, abierto a los auditorios más amplios y diversos. Se conserva, gracias a la devoción de una colaboradora, registro magnetofónico de cerca de trescientos de estos cursos y se calculaba hace algunos años en aproximadamente más de treinta mil personas su audiencia. Estos cursos des grabados, así como otros escritos, están siendo paulatinamente publicados por sus discípulos agrupados en “Sabiduría Cristiana”, entidad dedicada a la conservación y difusión de la obra del maestro y de su escuela.

Porque uno de las contribuciones de esta entrega a la docencia es la formación de una “Escuela de Komar”, cada vez más importante en su número y en la calidad y riqueza de sus contribuciones académicas. Una característica distintiva de ella es el común y espontáneo sentir de sus miembros de pertenecer a una gran familia, que se une a la de sangre en la irradiación de la fecunda paternidad del maestro. Estos hechos, junto con muchos otros que no puedo reseñar en este espacio, permiten vislumbrar la importancia del magisterio de Komar para la cultura argentina. Poco tiempo después de su llegada tomó un fructífero contacto con los hombres de los Cursos de Cultura Católica (César Pico el primero) y tanto ellos como Komar supieron valorarse rápidamente. La identificación profunda y explícita de Komar con el espíritu de los Cursos y su significación para cultura católica argentina explica, desde la perspectiva de los años, que Komar y su escuela constituyan hoy entre nosotros una continuación importante del legado de los Cursos.

Komar fue Decano de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Católica Argentina durante los años 1981 y 1982. El Consejo Superior de Educación Católica le otorgó en 1988 el premio “Divino Maestro”. En 1992 el Papa Juan Pablo II lo nombró Caballero, en el grado de Comendador de la Orden de San Gregorio Magno en reconocimiento por los importantes servicios prestados a la Iglesia. El Obispo de San Isidro, Monseñor Jorge Casaretto le entregó esta designación, que había propiciado, en una ceremonia en la Catedral Diocesana. Desde 1995 fue, junto con el filósofo español Julián Marías, uno de los dos miembros de honor de la Asociación Médica Argentina. En 1998 recibió una condecoración del Arzobispo de Ljubljana, Dr. Franc Rode, por la trayectoria de toda su vida.

La severa enfermedad crónica de Komar (una diabetes insulino-dependiente), fue hiriendo gradualmente su salud mientras mantenía inalterable su ritmo sobrehumano de trabajo. Las descompensaciones se fueron haciendo mas frecuentes e intensas en los últimos años, en particular luego de su retiro de la Universidad Católica, a la que se vio obligado a renunciar en todos sus cargos frente a conflictos derivados de miserias, humanas que dolorosamente sobrevienen en la vida de las instituciones. La gravedad de su cuadro hizo temer, con fundadas razones, por su vida. Este hecho dio lugar a un extraordinario movimiento de solidaridad y de toma de conciencia que puso de manifiesto la magnitud del alcance de su magisterio y la profundidad de su penetración en los corazones. Se preparó un volumen de homenaje (“Vida llena de sentido”), con colaboraciones de una amplia gama de discípulos, que fue presentado en un emocionante y multitudinario acto en la Biblioteca Nacional a fines de 1999.

A partir de este momento los acontecimientos se fueron desarrollando de manera significativa. Se fundó “Sabiduría Cristiana” entidad hoy transformada en Fundación, encargada de recoger, preservar y difundir el pensamiento de Komar y de su escuela y que lleva a cabo desde entonces una intensa actividad de clases, cursos, simposios, reuniones anuales y publicaciones. Komar fue el centro de la mayoría de las reuniones anuales dictando clases memorables que convocaron a grandes auditorios. Gracias a la dedicación fervorosa de dos de sus discípulas, Guadalupe Caldani de Ojea y Marisa Mosto de Etchebarne, comenzó el trabajo esforzado de trascripción y edición de los cursos conservados. Hasta la fecha se han editado ocho cursos de variada duración en otros tantos volúmenes y el trabajo sigue adelante sin prisa y sin pausa. Comenzó a tener cumplimiento así el deseo que expresé en 1996 en la presentación del volumen “Orden y Misterio”: “El magisterio asombrosamente fecundo de Komar reclama su registro escrito”, y, mas adelante, subrayaba la “urgente necesidad” de esta tarea y agregaba: “Esta es una tarea de gran aliento que de ninguna manera le compete con exclusividad al Dr. Komar sino, mas bien, a todos sus discípulos.”

De manera convergente se fue produciendo en los últimos años un reconocimiento creciente de la obra de Komar en su patria, Eslovenia. Había escrito en su idioma casi un centenar de ensayos, meditaciones y editoriales en diversas publicaciones del exilio. Al recuperar Eslovenia su libertad y proclamar su independencia en 1991, este reconocimiento cobró renovado impulso. Su amigo Zorko Simchiz , destacado escritor y poeta, regresó a ella con su familia y contribuyó de manera eficaz a este propósito. Komar viajó allí por primera vez después de haber emigrado, tomó contacto con intelectuales y dirigentes, y pronunció luego una importante conferencia sobre actualidad de Santo Tomás en la Universidad del Sagrado Corazón de Milán, especialmente invitado por Don Luigi Giussani, fundador del conocido movimiento “Comunione e Liberazione”. Desde Eslovenia enviaron a la Argentina, por períodos, grupos de jóvenes universitarios para que se formaran con él. Su libro “Orden y Misterio” fue traducido y bellamente editado con un estudio crítico de un destacado filósofo esloveno en el que reconocía a Komar como uno de los dos más grandes filósofos católicos eslovenos del siglo trascurrido, subrayando que Komar descollaba por la calidad y la belleza de su estilo literario. Fue nombrado Profesor Honorario de la Universidad de Lubjljana y, un mes antes de su muerte, miembro vitalicio de su Senado Académico, máxima distinción esta que lo hizo feliz y coronó como broche de oro la parábola de su vida y de su obra.

Cabe referirse, para terminar, a la última y definitiva lección de esta vida: la manera ejemplar con que aceptó su enfermedad con sus dolorosas limitaciones y el espíritu indomable con que siguió sirviendo a su misión de maestro hasta el último aliento. En este final, en este tránsito triunfal a la consumación y plenitud de su vida, se pone en evidencia también, de manera patente, ese misterioso parentesco espiritual con Juan Pablo II que mencionamos al comienzo de esta nota.

El Señor me concedió la gracia de poder despedirme de él un día antes de salir de vacaciones, el 3 de Enero, a pocos días de su descompensación final, que sobrevino el 6. Había cumplido cincuenta años de ser su discípulo y amigo Quedó viva en mi corazón la imagen de profunda serenidad y bonhomía que irradiaba su persona. Me cuentan quienes lo acompañaron ya muerto que esta imagen se hizo aún más patente en su rostro, como si quedara trasuntada en él la dicha y la paz de la primera visión de su encuentro con el Padre.

Carlos Velasco Suárez
Febrero de 2006

domingo, 14 de mayo de 2006

Emilio Komar. "La comunicación: el otro en cuanto otro"

EL OTRO EN CUANTO OTRO
Emilio Komar
(Apuntes de una conferencia dada en San Isidro el 4 de septiembre de 1998)

Quien comenzó a tratar el tema de la comunicación fue Jean-Paul Sartre. Parte de su famoso pesimismo es, precisamente, la incomunicación. En uno de sus escritos, están encerrados en un mismo lugar un hombre y una lesbiana, cuyo mayor tormento es la obvia incomunicación que surge de sus respectivos gustos.
La literatura post-moderna vuelve al tema de la incomunicación de esta “no-sociedad”. “La masa es anti-sociedad”.
Hoy en día nos vemos rodeados de un vertiginoso crecimiento de las comunicaciones materiales: fax (perdón, eso es ya antediluviano), Internet, etc. ... Pero sin embargo falta comunicación humana. Fijémonos en la pérdida de los vecindarios: ya no están los almacenes, los mercaditos, esos centros “chismológicos” que unen a los vecinos. Hoy vive la gente más aglomerada, pero más incomunicada: no sabemos quiénes ni qué son nuestros vecinos.
Para comenzar a hablar de este tema, es preciso partir de la base de que la realidad es creación. Tengámoslo en cuenta.
Hablando de la “no-sociedad”, la filosofía política polaca dice que la sociedad debe ser la “familia de familias”. Y es verdad. En una familia cada miembro se ayuda.
La comunicación material -hoy en apoteosis- no basta. “El corazón habla al corazón”, dice el Card. Newman. La comunicación debe ser interior, afectiva, no material.
Un artículo de una revista europea decía, no hace mucho tiempo, que la cotidianeidad es igual a la banalidad. No. Lo cotidiano no es necesariamente banal. Lo analizaremos.
Recordemos ahora lo de la creación.
“Toda cosa está situada entre dos intelectos: el uno creador, el otro que conoce, que contempla.” La relación entre dos entes (lo que es), no sólo entre personas sino entre una persona y una cosa, debe ir más allá que un trato utilitario, que un trato de persona a “objeto”. Debemos ahondar la relación hasta llegar al intelecto creador. Eso hacemos al descifrar una obra de arte: llegamos al intelecto del artista. Entonces le vemos el valor a esa cosa, le vemos su sentido, y de ahí, de ver esa cosa como “apetecible”, queremos adquirirlo. (Pues es falso que la voluntad se mueve a sí misma; la voluntad muévese siempre arrastrada por un valor o un bien.)
¿Cuándo caemos en la banalidad? Cuando no le vemos a las cosas su valor, estético o no. Caemos en la rutina: la realidad es aburrida. Es nuestro deber el no terminar en la banalidad; en todas las cosas debemos ver criaturas de Dios, que en eso tienen su valor.
Hay un salmo que dice: “Dios plasmó los corazones uno por uno.” Y es cierto. Todos tenemos una “pepita de oro”, que puede estar límpida y pulcra, o bien roñosa. Pero siempre está. Y por eso valemos.
Según Víctor Frankl, el enamoramiento consta en descubrir en el otro esa “pepita”.
Les voy a contar una anécdota interesante: en la Alemania de luego de la Gran Guerra, una ola de alcoholismo sacudió al país. Varias agrupaciones católicas tuvieron una ocurrencia de preciso y excelente tino: en vez de tratar a los borrachos (casi siempre hombres cansados tras crueles jornadas de trabajo duro en fábricas), fueron casa por casa, para hablar con las mujeres de ellos, alentándolas a que pusieran flores en la casa, a que se arreglaran para recibir bien a sus maridos, etc. . ¡Éxito rotundo! Hay que hacer de nuestras casas hogares cálidos, humanos. No hogares “lindos”, pero hechos en serie: hogares auténticos. Sólo en un ambiente de calor el corazón se abre. Sólo cuando nos sentimos amados en serio, cuando tenemos confianza en el otro; y esto se da cuando éste confía en nosotros. ¡Es tan difícil confiar hoy!
El amor no existe si estamos buscando una satisfacción sensual. Bien. Pero el amor tampoco se da cuando buscamos una satisfacción afectiva. O sea, cuando vamos hacia el otro porque junto a él, yo me siento bien: porque habla tan bien, dice cosas tan lindas, etc.. De esa manera no penetramos en el otro. Sólo la inteligencia (el espíritu) puede hacerlo.
Si vemos esa “pepita de oro”, los rasgos exteriores feos del otro, se tornan lindos.
Debemos hacernos “otros en cuanto otros”. Esta frase pertenece a un discípulo de Santo Tomás de Aquino, Juan de Santo Tomás.
No debemos reducir, traducir lo del otro a lo nuestro. así no se conoce. El conocimiento realista sale de sí mismo: trata de comprender.
Un ejemplo de lo que es erróneo: Cuando doy clases de latín para religiosos, veo que ellos anotan todo, todo. Pero cuando me pongo a filosofar en torno a alguna frase, estando en clase de gramática, dejan de anotar. Yo entonces los reto, y los amenazo con que voy a tomar todo lo que estoy diciendo en el examen. (Risas). Anotan sólo lo que les interesa, no se meten en el mensaje del profesor.
No debemos ser posesivos, debemos hacernos otro para comprender su mensaje. Por ejemplo: leer cosas ajenas a nuestra profesión: no encerrarnos.
Veamos y analicemos estas frases, que son moneda corriente: “Juan domina muy bien el inglés” “Sé que Ud. maneja muy bien este tema.”
El lenguaje posesivo es fruto de una mentalidad posesiva. A ese hombre no le interesa el idioma para meterse en él, y disfrutar de la buena prosa de un Dickens. Lo traduce, lo domina.
“Hacerse otro en cuanto otro” es la base de la comunicación. Hegel afirma lo contrario: “dominio de lo ajeno sobre lo ajeno”. Posesión, no conocimiento. Esto, a la larga, termina en la violencia.
Blais Pascal analizó la palabra “divertissement”, que quiere decir: “mirar para otro lado”. Para los cultores del divertissement, el cambio no es el progreso en lo mismo; el cambio es... otra cosa, otra cosa, otra cosa.
Lo contrario a eso es la presencia. “Si el hombre no avanza en profundidad, avanza para el costado, mira para otro lado”. Y nuestra “pepita de oro” es infinita, pues es imagen de El Infinito, Dios Creador. Nuestra profundidad es infinita.
El conocernos a nosotros mismos es un deber que lleva toda la vida, y ésta no siempre alcanza. “Conócete a ti mismo y sé lo que eres”. Esto es el progreso.
Cuando uno se conoce, se hace “otro”.
“Ponerse al día” no es ir a la moda, es estar conociéndonos. Así lograremos ser auténticos, sacándonos las escorias, eso que no es nuestro. ¿Cómo saber lo que es nuestro sin saber antes qué somos? Y, si quiero lo mejor para mi novia, debo saber qué es lo propio de ella. ¿Cómo descubrirlo sin antes saber lo mío? ¿Cómo pretendo mejorar al otro sin haberme esforzado por saber, metiéndome en el otro, qué lo hace mejorar? Queremos dominarlo.
Ser independiente -no depender de nadie- no significa que nos autoabastecemos. Significa estar seguros. ¿Y cómo queremos estar seguros, si tenemos una imagen falsa de nosotros mismos? ¿Cómo ser independientes?
La soberbia no es el amor a uno mismo. Es el amor a una imagen errónea de uno mismo. El recto amor a uno mismo es un principio evangélico. Si Dios nos amó, ¿cómo no amarnos? “Amarás a tu prójimo, como a ti mismo”. Si no nos amamos, no podemos amar.
Generalmente, los problemas matrimoniales, o de amistad, etc., no se deben a una falta de amor de una parte a la otra; sino más bien a una falta de amor de él a él, que lo traslada a ella, y/o viceversa.
Una persona es inagotable. “Sólo en la Eternidad sabremos qué tipo de imagen creamos de Dios, cuando lo contemplemos” (Santa Catalina de Siena).
Ateísmo práctico: el que vive la gente que va a Misa todos los domingos, y que vive la religión como si fuera algo para adentro del templo, los domingos, para curas y monjas. Y la religión es para la vida. La noción de criaturas es necesaria para la religión.