miércoles, 12 de noviembre de 2008

La memoria al servicio de la esperanza

"¡No se acuerden de las cosas pasadas! ¡No piensen en las cosas antiguas! Yo estoy por hacer algo nuevo. Ya está germinando ¿no se dan cuenta?" (Is 43, 18-19 a).

La promesa que Dios hace aquí es muy sugerente: "Yo estoy por hacer algo nuevo." De alguna manera, estamos ante la esencia de toda promesa. Lo que alguien nos promete es siempre algo que no tenemos, algo, en este sentido, nuevo, que cuando llegue renovará nuestra vida en algún aspecto. "Yo estoy por hacer algo nuevo"… Es una invitación a que abramos la tranquera de nuestra esperanza y dejemos que los deseos más hondos salgan galopando campo afuera. Si nos permitiéramos a nosotros mismos soñar sin tranqueras: ¿quién de nosotros no querría "algo nuevo" en su vida?

Sin embargo, no es fácil abrir esta tranquera de los deseos más hondos. Tal vez lleva muchos años cerrada, y la tenemos vencida y desvencijada; tal vez nos hemos cansado de tanto mantenerla abierta a la espera de algo o de alguien, y ahora preferimos dejarla atada a la seguridad de un candado. El candado de la tranquera de nuestros deseos es la desesperanza, el desánimo. Y el desánimo excluye por naturaleza cualquier posibilidad de renovación.

"Yo estoy por hacer algo nuevo. Ya está germinando ¿no se dan cuenta?". Isaías transmitía estas palabras en una época en que el pueblo de Israel estaba hundido en la más negra desesperanza. Era el peor momento para hacer promesas: ya no tenían tierra, ni rey, ni templo… Justamente, todo lo que Dios les había prometido se había terminado, como un sueño al despertar. Estaban deportados en una tierra lejana, soportando la opresión de Babilonia, que era entonces algo así como la "máxima potencia mundial". En esa situación sólo había lugar para "llorar con nostalgia de Sión". Sólo cabía refugiarse en el recuerdo de los buenos tiempos, cuando se vivía en paz y tranquilidad, cuando todo era alegría… ¿Qué perspectiva de futuro podían tener?

También nosotros, cuando estamos atravesando por un momento así de malo, sentimos que nada bueno hay en el hoy y nada bueno en el mañana: lo bueno "ya fue", lo único que vale es lo de ayer… ¿Quién no hizo suyo alguna vez el conocido lamento manriqueño: "todo tiempo pasado fue mejor"? Hay circunstancias en que es realmente impensable soñar con "algo nuevo"… Y todavía más difícil es darse cuenta de que lo nuevo "ya está germinando"… : tenemos los ojos vueltos hacia el pasado.

De aquí que, para poder abrir la tranquera de los deseos profundos, para ser capaces de levantar la cabeza hacia el horizonte de los sueños, lo primero que hay que hacer es dejar de mirar hacia atrás. Por eso, a los desanimados de ayer y de hoy Dios nos grita: "¡No se acuerden de las cosas pasadas! ¡No piensen en las cosas antiguas! Yo estoy por hacer algo nuevo". ¿Qué quiere decir esto? ¿Está mal acaso recordar el pasado? Ciertamente no. Pero esta exhortación de Isaías nos abre los ojos y nos invita a discernir.

La memoria es un regalo que Dios nos da, y como tal es buena, pero no siempre es bueno el uso que de ella hacemos. Hoy, sin embargo, pareciera que la memoria fuera siempre buena: hacemos monumentos y plazas y días de la "Memoria", y hasta la escribimos con mayúscula. Sin embargo, no es lo mismo tener buena memoria que tener memoria buena. Cuando la memoria nos estanca en el pasado, nos impide descubrir lo nuevo que Dios está haciendo en nuestra vida y no nos deja proyectarnos con esperanza hacia el futuro, entonces no es buena. Un ejemplo bien concreto de esto lo tenemos los argentinos en la manera de encarar nuestra historia reciente. Desde hace un par de años, tenemos un nuevo feriado que se llama, si no me equivoco, "Día de la Memoria". Esta "memoria" se empeña en recordar un acontecimiento que considera funesto y traumático: el golpe militar de 1976. La moraleja de esta pedagogía "memoriosa" la oímos con fecuencia: "¡ni olvido ni perdón!". ¿Por qué este empeño de gastar la memoria regodeándose en lo que es nefasto, recordando lo que es "para el olvido", en lugar de usarla para celebrar lo "inolvidable", para aplaudir lo "memorable"? La memoria buena habría llevado a actuar de otra manera: ¿no hubiera sido más positivo poner un feriado el día del aniversario del retorno de la democracia? La memoria buena es la que nos hace volver atrás, al pasado, pero como lo hacen esos autitos de juguete que andan a "retropropulsión": retroceden, pero para poder salir llenos de fuerza hacia adelante. Sólo es buena la memoria cuando es aliada de la esperanza.

Para poder abrirnos con esperanza a las promesas de Dios, necesitamos discernir y purificar nuestra memoria. Sólo cuando nos liberemos de la memoria melancólica y de la memoria rencorosa, sólo cuando descubramos el pasado como fuente de esperanza, podremos "darnos cuenta" de "lo nuevo" de Dios que "ya está germinando" en la diaria alegría de nuestra vida oculta.