domingo, 21 de diciembre de 2014

El infinito respeto de Dios

"Diré, ante todo, que Dios es todo verdad, y siendo todo verdad, 
muestra un infinito respeto por su creatura humana. Digo: infinito respeto" 
(René Voillaume, Hermano de todos)

La escena de la anunciación del ángel a María (Lc 1, 26 y ss.) es una de las más entrañables del Evangelio, y quizá la que mejor merece el título de "Buena Noticia". Toda la historia de la humanidad se condensaba en esos breves instantes en que se encontraron el cielo y la tierra, en las periferias de Palestina.
Dios por fin iba a cumplir su plan de salvación "trazado desde antiguo" de "recapitular todas las cosas en Cristo", su Hijo por quien las había creado. Era el momento crucial en que las aguas de la historia, perdidas como las de un río desmadrado, se encontrarían con su cauce para poder llegar al mar de su destino, cuando "Dios sería todo en todos". Era el "ya basta" de Dios al mundo dejado al arbitrio de su maldad; era el tiempo y la hora de poner un freno al pecado y de hacer justicia. Era Dios que había escuchado nuevamente el grito ahogado de los oprimidos, el clamor derramado de la sangre inocente y las lágrimas de los dolientes, el quebranto de los pobres y la perseverancia de los buenos, y ahora se disponía a decir su Palabra definitiva, su sentencia. Esta vez y para siempre, Dios mismo tomaría las riendas para establecer su Reino entre los hombres.
Y para dar un anuncio tan alto, Dios envía a su mensajero de más jerarquía, al que estaba siempre en su presencia, al arcángel Gabriel. ¡Qué solemne grandeza: el embajador del Rey del cielo que lleva en la palma de su mano el secreto último de la historia, el sentido de la humanidad! Es el Cielo el que se inclina cuando él sale; es Dios el que desciende cuando él baja a la tierra, y se pierde en las callecitas polvorientas de Nazareth.
Hasta aquí todo sucede como era de esperar.


Pero en la anunciación del ángel a María algo rompió el protocolo. Porque Gabriel hubiera podido ir a dar su majestuoso anuncio a los trompetazos y marcharse triunfante. Pero no: el arcángel, que ya había bajado hasta la tierra, no se detuvo y siguió descendiendo más, hasta quedar inclinado incluso delante de esa muchachita galilea. Así lo representa por lo general la tradición iconográfica occidental, y en particular esta genial "Anunciación" de Botticelli.
Dios no irrumpe: Dios pide permiso. El ángel Gabriel de Botticelli diciendo "No temas, María" parece más temeroso él que ella: temeroso de invadirla con su presencia, de encandilarla con su majestad, de intimidarla con su anuncio. Hay una frontera tan sagrada que ni el más fuerte de los ángeles del Cielo puede traspasar, y que el artista sugiere en las firmes líneas de la ventana y en ese elocuente espacio que queda entre la mano del ángel y la mano de María. Esa frontera es la libertad, don que Dios mismo otorgó al hombre. Y Él siempre respeta la libertad. De hecho, el árbol que se ve por la ventana nos recuerda el alto precio que Dios supo pagar por ese respeto a la libertad, cuando otra mujer la usó justamente para no-respetar: para desobedecer y traspasar los límites, extendiendo la mano hacia el árbol prohibido.
Y hoy, que llegó el momento de enmendar el tremendo desarreglo que aquella transgresión provocó, Dios, "que no puede desmentirse a sí mismo", vuelve a elegir el camino de la libertad. El Creador vuelve a apostar a su creatura. El Omnipotente, que puede cambiar de un plumazo el curso de las cosas, mira desde abajo a la humanidad, pidiendo su consentimiento para poderla bendecir, para poderla salvar.
Y así se manifiesta dónde está el verdadero poder de Dios. Gabriel, es decir, la "fuerza de Dios" está de rodillas ante María. Gabriel es la fuerza del amor de Dios, que se manifiesta en una de sus formas más altas: el respeto. Gabriel es el respeto de Dios, que humillándose nos dignifica y nos "inmacula". Y María es la humanidad respetada que se decide y se juega, vencida por esa delicadeza del amor.
Y así, amándonos hasta el respeto, aconteció el "Dios con nosotros", nuestro Camino, nuestra Salvación.
¡Feliz Navidad!