jueves, 26 de marzo de 2009

La libertad según Moustaki

Ma liberté

Ma liberté, longtemps je t’ai gardé
comme une perle rare;
ma liberté, c’est toi qui m’as aidé
à larguer les amarres
pour aller n’importe où
pour aller jusqu’au bout
des chemins de Fortune,
pour cueillir en rêvant
une rose des vents
sur un rayon de lune.

Ma liberté, devant tes volontés
mon âme était soumise,
ma liberté, je t’avais tout donné,
ma dernière chemise.
Et combien j’ai souffert
pour pouvoir satisfaire
tes moindres exigences!
J’ai changé de pays
j’ai perdu mes amis
pour gagner ta confiance.

Ma liberté, tu as su désarmer
toutes mes habitudes;
ma liberté, toi qui m’as fait aimer
même la solitude;
toi, qui m’as fait sourire
quand je voyais finir
une belle aventure...
toi, qui m’as protégé
quand j’allais me cacher
pour soigner mes blessures.

Ma liberté, pourtant je t’ai quitté
une nuit de décembre:
j’ai déserté les chemins écartés
que nous suivions ensemble
lorsque, sans me méfier,
mes pieds et poignes liés,
je me suis laissé faire
et je t’ai trahi pour
une prison d’amour
et sa belle geôlière.

Libertad mía (traducción libre)

Mi libertad, mucho tiempo te he guardado
como una perla rara.
Tu fuiste, libertad, quien me ha ayudado
a soltar las amarras
para irme sin noción
hasta el último rincón
del gran mar de la fortuna...
para cortar en un sueño
una rosa de los vientos
sobre un rayo de la luna.

Mi libertad, cumpliendo tus mandados
mi alma vivió sumisa:
mi libertad, todo te había entregado,
hasta mi última camisa.
¡Y cuánto tuve que padecer
por poder satisfacer
tu menor extravagancia:
mi país, lo abandoné;
mis amigos, los dejé
por ganarme tu confianza!

Mi libertad, supiste desarmar
mis costumbres, mis modos,
mi libertad, que me enseñaste a amar
hasta el hecho de estar solo.
Tú me hacías alegrar
si podía consumar
una buena aventura...
Y eras siempre la guarida
en que mostrar mis heridas
para que les dieras cura.

Y con todo, libertad, te he abandonado
una noche de junio:
y dejé los caminos desviados
que habíamos seguido juntos.
Cuando, sin sospechar nada,
piernas y manos atadas,
me dejé que me hicieran...
y te traicioné por
una prisión de amor
y su bella carcelera.

La libertad tras las rejas del amor

Georges Moustaki (1934-)
Hoy quiero hablar de la libertad. Esa realidad tan buscada y querida por nuestra cultura occidental; esa palabra tan linda, tan alta, tan preciada; pero también ¡ay! tan gastada, abusada y manoseada. La libertad es, a la vez, el derecho que se busca, exige y reivindica y el deber que se adultera, se viola, se prostituye y corrompe. Los más grandes y los más abyectos hombres hicieron suya esta palabra: se hizo exigente en labios de Jesús y seductora en boca de Hitler; fue dolorosa para Gandhi y expeditiva para Bush; víctima en Martin Luther King y victimaria en Robespierre; regalo en el Mar Rojo y usurpación en la Franja de Gaza.
En medio de tantas voces opuestas que tironean a gritos la libertad, esta vez quisiera darle la palabra no a un caudillo que la grite y exclame sino a un poeta que la canta y declama: a Georges Moustaki
[1], uno de esos jóvenes de la Francia del sesenta que hicieron volantear al siglo XX.
Comparta o no la filosofía de Moustaki, gozo siempre con sus letras, como si se tratara de un Larralde en francés. En particular, su canción “Ma liberté” me parece contener hondos manaderos de verdad que, como un buen vino, quisiera degustar de a poco.


La libertad tras las rejas del amor
Sobran poetas que le hayan cantado a “la Libertad”. Moustaki, en cambio, fiel a su estilo personal y autobiográfico (ése que hace que uno sienta, al cabo de unas canciones, que lo conoce y quiere como si fuera un amigo), le escribe unos sentidos versos a “su” libertad.
La circunstancia de tiempo pasado con que empieza la letra (“mucho tiempo te guardé”) nos dispone de entrada a escuchar una narración. Como si se tratara de una persona, o mejor aún, de “una novia muy hermosa” (como aquella a quien cantó Atahualpa Yupanqui), Moustaki tiene con su libertad una historia compartida, una historia de amor. Ahora bien: hablar de la relación de alguien con su libertad es hablar de su liberación. Podríamos decir, entonces, que estamos aquí ante una suerte de “historia salutis”, de historia de la liberación, de historia de la salvación de Georges Moustaki. Lo interesante es que quizá, si cantamos esta canción, si la hacemos nuestra, esta historia de liberación también nos enseñe los caminos de nuestra propia libertad.
Lo primero que aparece es la valoración de la libertad, que para el autor era como una “perla rara”, en el sentido de “escasa”, “difícil”, "única”. ¿Qué hacer con la alhaja de la libertad en un mundo (décadas del 30 y 40) signado por las guerras y los totalitarismos? El primer movimiento fue de temor: esconder el tesoro, “guardar la perla”. Guardarse la libertad es estar uno mismo guardado, enterrado: “guardar la perla de la libertad” es una manera de decir que el que está resguardado es el sujeto que la tiene. Pero eso no pudo durar mucho, y la curiosidad y la potencia intrínseca de esa “perla” hicieron que el cofre un buen día se abriera, desatando a partir de entonces un proceso irreversible de liberación.
La dinámica de la libertad comienza por “ayudar a largar las amarras”. En efecto, el primer acto de liberación consistirá justamente en lo contrario de “estar guardado”: en salir, irse, volar, navegar... “Soltar las amarras”, por lo tanto, constituye la condición sine qua non de la libertad. No puede uno irse a ninguna parte sin antes deshacer las ataduras que le impiden caminar, que lo hacen dependiente y esclavo. Esto quiere decir que no puede haber libertad sin una fundamental independencia.
Una vez soltadas las amarras, y levada el ancla... ¡Libertad! ¡No más cadenas que nos condenen a un puerto! Los cuatro vientos de la libertad nos embriagan y marean. Puedo ir a donde quiera... Dice Moustaki: “Solté las amarras para irme ¡qué importa dónde!... hasta el último rincón de los mares de la fortuna; para cortar en un sueño una rosa de los vientos sobre un rayo de luna”... El desboque metafórico de esta última oración –que no volverá a darse en el resto de la canción- pretende indicar el indecible entusiasmo, la irrefrenable borrachera de la independencia recién estrenada, la locura por los 360 ° de horizonte...
Sin embargo, pasada esta luna de miel inicial, el autor parece introducirnos en una nueva etapa: la del compromiso y la fidelidad con su libertad. La relación con su libertad comienza a tomar matices de adoración, de culto, incluso de obediencia. Si es cierto que el protagonista había cortado toda atadura con tal de ir no importa a donde pero en libertad, esta libertad absoluta se revela, aunque sin un carácter negativo, como un nuevo tipo de dependencia, de sumisión. Uno no tiene jefe, ni amo, ni señor... pero su dueña y reina es justamente la propia libertad. La segunda estrofa nos describe esta nueva dimensión: “Mi libertad, cumpliendo tus mandados / mi alma vivió sumisa: /mi libertad, todo te había entregado, / hasta mi última camisa”. El compromiso, la entrega total al ideal de la libertad, el haberle dado “la última camisa”, es de hecho una auténtica “sumisión”, una abnegada obediencia a su voluntad... e incluso, como lo dice el verso siguiente, a sus mínimos caprichos: “¡Cuánto tuve que padecer / por poder satisfacer / tu menor extravagancia: / mi país, lo abandoné; / mis amigos, los dejé / por ganarme tu confianza!” Aquí el compromiso revela su costado más difícil: la renuncia. La fidelidad a la libertad supuso para el autor dejar patria y amigos... La diosa libertad, en la conciencia de Moustaki, pareciera haber hecho suyas las palabras de Jesús: “les aseguro que el que no me ama más que a su padre y a su madre no es digno de mí”.
"Mi libertad, supiste desarmar / mis costumbres, mis modos, / mi libertad, que me enseñaste a amar / hasta el hecho de estar solo. / Tú me hacías alegrar / si podía consumar / una buena aventura... / Y eras siempre la guarida / en que mostrar mis heridas / para que les dieras cura".
Las renuncias y las arideces de esta vida en libertad no sólo no desanimaron al personaje, sino que le provocaban una secreta alegría. Toda la tercera estrofa nos cuenta que, por debajo de la soledad y de las heridas y de los errores, había en nuestro protagonista como un gozo secreto sólo compartido con ella, su libertad, porque todos esos dolores tenían sentido por la fidelidad a ella. La incomprensión de los suyos, los fracasos de las aventuras, la soledad de la vida errante... todo puede volverse dulce si está encarado como exigencia de un amor, que en este caso es el amor a la libertad. Por eso el autor experimenta su libertad como una madre satisfecha y orgullosa, que lo contiene y le cura esas heridas que sólo ella podía comprender.
“Y con todo, libertad, te he abandonado / una noche de junio: / y dejé los caminos desviados / que habíamos seguido juntos. / Cuando, sin sospechar nada, / piernas y manos atadas, / me dejé que me hicieran... / y te traicioné por / una prisión de amor / y su bella carcelera”.
El final reviste un aspecto dramático: la bella historia de amor, esa historia de fidelidad cueste lo que cueste, esa alianza irrevocable con la libertad de pronto se rompe con una trágica traición. El sol y el mar del Mediterráneo que uno podía imaginar en la primera estrofa son reemplazados aquí por el lóbrego escenario de una noche de invierno. Y aquel mismo hombre que, un día de independencia, cortó sus ataduras en nombre de la libertad, una buena noche bajó, confiado, las defensas de su militancia libertaria, y se dejó atar nuevamente de pies y manos... Y “bueno, la cosa pasó”: la canción está escrita, de hecho, desde adentro de la cárcel. Pero lo curioso es que, a pesar de su tono algo nostálgico, este canto no es un lamento presidiario. No en vano nos recalca que él mismo “se dejó hacer”... Nadie lo encarceló, sino que solito se dejó llevar a la prisión. En efecto, toda la última estrofa es como un pedido de perdón a su novia traicionada, una genuina “confesión de parte” de la culpa de la traición.
De este modo, la canción termina casi como comenzó, con alguien que está “guardado”. ¿Cómo es posible que un romance así de idílico termine tan mal? La clave la dan los último dos versos. La cárcel es una “prisión de amor”, custodiada por una “bella carcelera”... Y este último adjetivo “bella” termina de convencernos de la complacencia del preso con su nueva situación. El fervoroso cultor de la libertad parece decirnos: “no me arrepiento de este amor, aunque me haya hecho perder la libertad que supe conseguir”.
Ésta es la genialidad de Moustaki, la honda verdad humana que describe en esta poesía. El mismo músico del 68 francés que le canta, todavía hoy, a esa “flor de mayo” que es la “revolución permanente” (Sans la nommer), el mismo que, fiel a aquel principio de “prohibido prohibir”, en Le temps de vivre dice: “todo es posible, todo esta permitido”, ese mismo Moustaki nos enseña en esta canción que la libertad no es la diosa más alta del panteón. Hay algo más grande, más fuerte, más sublime y más hermoso aún que la libertad. Y es el amor. Sólo el amor es capaz de mover a los hombres libres, a esos hombres que han sacudido todos los yugos y se saben dueños absolutos de sí mismos... El amor es tan fuerte que nos hace comprarlo entregando esa propia libertad por la que tanto luchamos. Y también, desde la sabiduría de la experiencia, el autor nos asegura otra cosa: una vez comprado el amor con la propia vida, una vez tras las rejas, uno se da cuenta de que no estuvo mal renunciar a la libertad, que no fue un error dejarse meter en esta cárcel del amor. En el fondo, el preso del amor se da cuenta de que su libertad, esa libertad por la que se afanó, esa libertad que buscó y siguió con pasión, sólo tuvo sentido en que sirvió para “pagar la entrada” al amor. La libertad no es un fin en sí misma, sino un medio para poder amar y dejarse amar. La libertad es más libertad todavía tras las rejas del amor.
Pero a la vez que esta certera descripción de la libertad, Moustaki nos revela el auténtico rostro del amor: no hay amor verdadero que no tenga algo de prisión. Si el amor no compromete la libertad, no es amor. No hay verdadero amor sin renuncias, sin dolor, sin abnegación y sacrificio (aunque existan por cierto dolores, renuncias y sacrificios que no tienen nada que ver con el amor). El amor auténtico "usa" la libertad entera; exige toda la vida.
Todo esto me parece como una explicitación del misterio del amor humano condensado en ese breve versículo del Génesis (2, 24): “Por eso deja el hombre a su padre y a su madre [es decir, “suelta las amarras” y se independiza, condición indispensable de libertad], y se une a su mujer [es decir, con la soberanía de la independencia obtenida, elige ahora libremente volver a ser dependiente, pero por amor] y se hacen una sola carne”.
Y, como no puede ser de otra manera, también vemos esta misma verdad en Jesucristo, que supo independizarse, en el Templo, de sus padres (“¿Por qué me buscaban? ¿No sabían que yo debía estar en la casa de mi Padre?” -Lc 2, 49-); pero que, siendo libre, el absolutamente más libre de los nacidos de mujer, elige por amor dejarse clavar a la cruz y atarse definitivamente, hasta el extremo, al destino de los hombres: “nadie me quita la vida: yo la doy libremente; tengo poder para darla y para recobrarla” (Jn 10, 18).
Por eso me alegra pensar que, aunque bajo el cielo del Norte está enaltecida la Libertad en una famosa estatua, más arriba, más exaltada (cf. Jn 3, 14) y más brillante tenemos en el cielo del Sur el signo luminoso de la verdadera libertad, la libertad hecha Amor que es la Cruz de Cristo.

[1] Joseph Moustaki nació en 1934 en Alejandría de Egipto, de una familia judía de origen griego, y todavía joven se fue a París buscando nuevos aires. Allí compuso en francés, y de a poco fue haciéndose conocido en el ambiente musical. El aliento de Georges Brassens –de quien adoptó el nombre- y un romance con Edith Piaf, para quien creó varias canciones, lo lanzaron a la fama. Desde 1969 se consagró como solista hasta el día de hoy. Dueño de un estilo único, poeta, músico e intérprete de varios instrumentos, sus canciones le han sabido poner música y palabras al amor a la mujer, al cariño a la familia, a la nostalgia de la niñez, al dolor de la injusticia, al fervor de la revolución, a la alegría de la “buena vida”, a la intimidad de la confesión cordial.