lunes, 1 de marzo de 2010

Oda a la moldura

La "oda a la moldura" era una de mis más antiguas deudas literarias. En atención al tema propuesto quise salirme de mis queridas décimas de octosílabos y me atreví a componerla en pretensiosos versos alejandrinos, como esos de Juan Luis Gallardo que tanto me gustan, de los cuales los míos son apenas un pálido pero agradecido remedo.


ODA A LA MOLDURA


Propongo una cruzada de amor y de lirismo
contra la tiranía del necio pragmatismo:
y en medio de este mundo que pierde su hermosura
quisiera con mis versos cantarle a la moldura.

Simpático remate, solemne cortesía
que a la estructura en prosa da un toque de poesía;
afable añadidura de constructor derecho
que admira y que celebra su trabajo bien hecho.

Adorno innecesario, derroche de cemento
que puede de una casa hacer un monumento;
revoque hecho poema, coqueta rebeldía
que se subleva contra la pura ingeniería.

Denuncio la insolencia del economicismo
que ahoga la belleza con su minimalismo;
mi canto es una queja contra su dictadura
que todo lo rebaja, achata y desfigura.

Engendro de un ambiente enfermo de egoísmo
que ignora la pureza y apaga el idealismo:
si todo se mirara con su pobre criterio
¡qué triste sería el mundo vaciado de misterio!

Le canto a la moldura, que grita la verdad
de que el hombre no puede vivir en la fealdad;
que no por ser inútil es frívola y mundana
que sí por ser hermosa es cálida y humana.

Le canto a la moldura, que en su delicadeza
emula los encantos de la naturaleza
(mas si se degenera en barrocos empalagos
con varonil franqueza le niego mis halagos).

Celebro a las molduras, que adornan y embellecen,
que elevan, dignifican, suavizan y enaltecen;
y a quienes al moldearlas lograron con su mano
que el mundo esté más lindo, más libre, más humano.

Me gustan confesando en la fábrica y la usina
que la labor humana tiene algo de divina;
y en capillas ignotas rezando con firmeza
que el pobre también tiene derecho a la belleza.

El hombre necesita de la inutilidad:
también él es un juego de amor y gratuidad;
acaso en las molduras cumplen igual destino
el arquitecto humano y el Hacedor divino.

San Isidro, 20 de febrero de 2010