domingo, 18 de septiembre de 2016

La vida sin revocar

Dedicado a mí mismo, que amo tanto las molduras,
que envidio la sencillez de los que pueden mostrar su vida "sin revocar".

"Sencillito y de alpargatas
es mi rancho -les prevengo-,
porque no conozco prenda 
que no se parezca al dueño."

Omar Moreno Palacios, "Sencillito y alpargatas"

Ya no se trata necesariamente de ir "del otro lado de la vía" o al "bajo". Las metamorfosis urbanas y urbanísticas pueden haber cambiado el "estatus" de las viejas barriadas de casitas chatas en florecientes barrios llenos de departamentos y "pehaches"... Pero hay hoy un indicio inconfundible de que se está entrando en las "orillas": las paredes de ladrillos huecos que pintan de unánime color rojizo los arrabales y las villas de hoy. Ése el confín no tan indefinido donde alguna voz elocuentemente despersonalizada y extranjera empieza a chillar: "zona peligrosa". 
Creo que no me había dado cuenta de la potencia de este símbolo suburbano hasta que vi que algunas políticas de "pobreza cero" llevaban a colorinchear compulsivamente esas paredes. Esas paredes sin revoques, las que se empeñan en gritar la presencia de los pobres por sobre los gruesos paredones, son, para algunos, insoportables. ¿Por qué será?












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Los pobres suelen ser como sus casas: sin revocar. 
Es mucho lo que un revoque hace: alisa las irregularidades, tapa los agujeros, por cierto embellece y realza, y permite un mejor blanqueo.
Y yo pensaba estos días que tantos pobres no generan, en su personalidad, actitudes de "revoque": no disimulan, se muestran como son. Sus virtudes están a la vista: sus vicios, tanto o más. Su vida es una vida expuesta, como sus ropas secándose al sol. Como sus ranchos, a la vista y al oído de todos. En el barrio todos saben qué noche él le pegó a su mujer, o cuándo volvió borracho; cuántas tardes ella fue al bingo o en qué esquina él vende droga, y cuánto duro su "gira"... Al alcance de todos están también su puerta abierta, su sufrida historia, su trabajadora rutina, su saludo cordial y su mano tendida. No hay revoques: se es así como se es, nomás.

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Y así me conmueve verlos ante la Virgen, cuando peregrinan para el 8 de diciembre con su vida, su dolor, sus necesidades y sus vicios a cuestas, llevándose a sí mismos con lo que tienen y como lo que son... Y por eso en esa milagrosa procesión a la milagrosa Virgen de Luján hay risas y música fuerte, hay botellas devenidas jarras donde la gaseosa por generoso milagro se ha convertido en el vino de cartón, y hay muchas viseras, y hay olor a porro, y hay tantos cochecitos, en medio de las imágenes y de los rosarios, en medio del dolor... Los hijos más pobres están yendo a la casa de su Madre del Cielo: delante de sus ojos purísimos ellos juegan de locales, porque su mirada de misericordia no les exige maquillajes: les permite ser como son, "sin revoques".



martes, 28 de junio de 2016

Sobre el Papa Francisco

El Día del Pontífice en el Año de la Misericordia

Escribo estas líneas para compartirlas con mis hermanos de la Diócesis, preocupado por los comentarios sobre la persona del Santo Padre que reflejan distintos medios, sobretodo porque pueden oscurecer su mensaje evangélico y profético, su visión de este momento histórico y el lugar de la Iglesia en él. Mi intención es la de un pastor que lejos de buscar generar divisiones internas, ve la necesidad de poner de relieve todo el servicio y la vida del Papa, por encima de opiniones sesgadas, y de suposiciones e informaciones no debidamente chequeadas. 

El miércoles 29 de junio celebramos el día de San Pedro y San Pablo en el que rezamos especialmente por el sucesor de Pedro, que hoy es el Papa Francisco. Recuerdo su sorpresiva elección hace más de tres años, la alegría desbordante de muchísima gente y el desencanto de unos pocos que trasmitieron a los medios que en el pasado, el nuevo Papa estaba vinculado con la dictadura militar. 

Poco tiempo después, con motivo de su viaje a Brasil por la jornada mundial de la juventud, los medios comunicaron un gran entusiasmo por la repercusión mundial de sus gestos y de su mensaje. Su invitación a “hacer lío”, fue entendida como una inyección vital para las nuevas generaciones. 

Sin embargo, cuando el Magisterio del Papa se encaminó decididamente a predicar sobre el drama de la pobreza y de los excluidos, manifestando en forma clara la Doctrina Social de la Iglesia, cuando comenzó a dar una gran visibilidad a los rostros de los refugiados que interpelan al mismo corazón de Europa, entonces, en muchos medios comenzó a aparecer la desconfianza hacia su persona, buscando sistemáticamente una interpretación política de sus acciones, y excluyendo el móvil pastoral. Una cosa es que su iluminación de la vida social desde el Evangelio pueda tener una repercusión política y otra muy distinta es que su accionar se interprete a partir de un código político. Si no nos permitimos una lectura en clave pastoral de sus palabras y gestos, nos perdemos lo esencial de su mensaje. El Santo Padre es y ha sido siempre un Pastor. Las interpretaciones políticas de sus actos nos llevan a perdernos en un laberinto que diluye su sentido y lo hace incomprensible. 

Seguramente, para Francisco, recibir en el Año de la Misericordia a personas que lo han insultado públicamente significa manifestar algo tan esencial al Evangelio como el perdón. Pero al mismo tiempo existen en nosotros dificultades culturales y psicológicas muy profundas para entender el perdón y la misericordia. Nos cuesta entender a un Dios cuya omnipotencia resida justamente en la misericordia. Unimos la misericordia a una debilidad del corazón, a una blandura incapaz de impartir justicia, a una “flojera” del espíritu que capitula frente a la fragilidad. Creemos que la misericordia no es justa cuando en realidad, supera tanto a la justicia que provoca en el que la recibe la posibilidad de transformarse en justo. La misericordia tiende a cambiar el corazón del que es alcanzado por ella. 

Tal vez, esta suerte de “compulsión” a perdonar propia del Papa (su persona y sus gestos trasmiten como un derroche de compasión) haya dejado de señalar aquello que no estaba bien en la conducta del otro. Sin embargo, fijémonos que el Padre en la parábola del Hijo Pródigo, no se detiene en los límites del hijo sino que los sobrepasa abrazándolo y preparando una fiesta para celebrar su vuelta. Es muy humano pensar que el padre es injusto ya que no actúa igual con el hijo mayor que le ha sido siempre fiel. Estamos educados en una cultura del “toma y daca” y del “te doy para que me des”. Y justamente Jesús no enseña esto. Más bien hay que compadecer al pecador porque se aleja de Dios, y el que se porta bien no merece ningún premio porque todo el premio es permanecer en la casa, en intimidad con el Padre. 

Esta impermeabilidad al mensaje evangélico del perdón termina justificando la venganza, habilitando la violencia y lleva en forma ineludible a la guerra. 

A muchas personas les ha parecido ciertas actitudes del Papa injustas y han sentido bronca y enojo. Confío que una reflexión madura sobre lo que implica la misericordia pueda ayudarlos a sintonizar el lenguaje de los gestos. Pero de cualquier modo, decir que el Papa “empodera a los violentos” es no entender en absoluto el fondo de su mensaje que es sumamente escuchado y respetado en un mundo que va intuyendo que sin misericordia es imposible la paz. 

Hay que decir también que hoy nos encontramos con un Papa que pone límites. Que le dice a los suyos que no se dejen llevar por el terreno resbaladizo de la corrupción. Y también se lo critica por esto. De modo que cuando perdona porque perdona, cuando es exigente porque es exigente. 

Este “manoseo” de su persona, unido a tantísimas críticas en los medios y en las redes sociales con total falta de respeto, puede desdibujar el mensaje del evangelio que con tanta nitidez nos trasmite día a día en su Magisterio. 

A pesar de todo esto el Pueblo argentino en general y en particular nuestro pueblo más sencillo, entiende el lenguaje de su pastor casi por con-naturalidad y desea con todo su corazón recibirlo en la Patria. 

Creo que esta coyuntura nos plantea un doble desafío en el Año de la Misericordia 

Por una parte, nos invita a profundizar en la naturaleza misericordiosa de Dios, revelado por Jesús. Este no es sólo el Padre Perdonador de la parábola del hijo perdido (Lc 15, 11-329), sino que es también el dueño de la viña que a todos paga lo mismo (Mt 20, 1-16), sea que trabajen todo el día o sólo algunas horas. Los de la primera mañana se enojan, pero él les había prometido un denario y se los dio. Ellos no se enojan por eso sino porque a los de la última hora también les dio un denario. O sea que se enojan porque el dueño de la viña es generoso. En vez de alegrarse pensando: “¡Qué bien! Di con un patrón generoso que hoy lo es con mis compañeros, en el futuro, en otra circunstancia, podrá serlo conmigo”. El razonamiento y el sentimiento en cambio son de desencanto por la bondad ajena. Esto le hace preguntar al Padre: “¿Por qué tomas a mal que yo sea bueno? 

Dios es tan misericordioso que tenemos que pensarlo dos veces para no dar la razón al hijo mayor o a los obreros de la primera hora. Meditemos sobre estos textos y pidamos en la oración la gracia de comprender y gozar “la entrañable misericordia de nuestro Dios” (Lc 1,78). 

Por otra parte, y este es el segundo desafío, es oportuno renovar nuestra fe en el sucesor de Pedro que el Espíritu ha señalado para este momento de la vida de la Iglesia. Tal vez cuando el Papa era italiano, polaco o alemán, nos costaba menos mirarlo como al sucesor de Pedro, pero a Francisco lo conocemos, habla castellano con acento argentino, y tal vez algún día lo hemos cruzado en el subte. “Nadie es profeta en su tierra” recordaba Jesús (Lc 4,24). Quizás nos esté pasando algo de eso. Pero la fe nos despierta y nos invita a ver la verdad: El Señor ha llamado a uno de los de nuestra tierra y es a Francisco a quien le dice Jesús: “apacienta mis ovejas”. 

En nombre de la Diócesis y junto a ella, en este día de San Pedro y San Pablo deseo expresar al Santo Padre nuestro agradecimiento sincero a su magisterio, de un modo especial por su última encíclica sobre la alegría del amor, renovando nuestro compromiso de responder a su pedido insistente de “recen por mí”, para que el Señor lo siga sosteniendo en su misión. 

Mons. Oscar V. Ojea, obispo de San Isidro