A Sandra, que me mostró qué significa "esperar contra toda esperanza"
y hoy nació a la Vida eterna.
En estas semanas, en que nos preparamos para conmemorar la primera venida de Cristo en la Navidad, la Iglesia nos propone que hagamos el ejercicio de esperar su segundo "adviento", su última venida al fin de los tiempos. El Adviento es, por antonomasia, un tiempo de espera.
Esperar, sin embargo, no es algo que nos guste mucho. Y menos a nosotros, hombres posmodernos, que no estamos acostumbrados a esperar nada. Estamos viviendo en un mundo que supo aplicar toda su técnica para eliminar las esperas de la vida, de manera que todo podamos obtenerlo "ya". Nuestra paciencia no está dispuesta a ir más allá de un "doble clik". Y, a medida que crece la velocidad, nos hacemos más intolerantes a la espera: yo, por ejemplo, ya no soporto el relojito de arena de la computadora; otros, víctimas de la pava eléctrica, no saben ya darle tiempo al agua para cebar unos mates.
De cualquier modo, aniquilar definitivamente las esperas es utópico. Siguen estando las salas de espera en las oficinas públicas y en los hospitales, sigue habiendo colectivos que no llegan y personas que se atrasan... En la vida, muchas veces, no nos queda otra que "esperar". Sin embargo, en esas ocasiones casi nunca nos "dedicamos" a esperar, sino que aprovechamos para hacer otra cosa mientras esperamos: mandamos mensajitos, hablamos por teléfono, leemos, hacemos crucigramas, vemos tele, escuchamos música, o, si estamos cansados y se da, dormimos un ratito. A eso no lo llamamos "esperar", sino más bien "hacer tiempo".
Esta expresión "hacer tiempo" es muy elocuente, porque supone que no existe algo así como un "tiempo de espera": si "hacer tiempo" es hacer cualquier cosa para llenar un tiempo vacío, quiere decir que el "tiempo de la espera" es, de por sí, un "tiempo muerto", y que dedicarse a esperar sin hacer nada importante es, en el mejor de los casos, "matar el tiempo".
Y sin embargo, la Iglesia nos abre un explícito "tiempo de espera", donde no se puede esperar de cualquier modo. De hecho, en el Evangelio "inaugural" de este Adviento (Mc 13, 33-37), Jesús nos invitaba a ser como el portero que vigila la casa mientras espera a su patrón, y nos decía: ¡velen, estén despiertos, estén prevenidos! Es decir: no "hagan tiempo", sino más bien "esperen".
La espera del Adviento de Jesús es una espera que se "dedica a esperar"; es una espera vigilante, que combate las distracciones que nos invitan a pensar en otra cosa "mientras tanto". Es una espera que "aguanta la tensión" -a veces enorme- que supone anhelar la presencia de alguien mientras "no está viniendo". Por eso sería más propio llamar a esta acción "atender" que "esperar" (como lo hace el francés attendre), porque "atender" (ad tendere) es "estar tenso hacia" aquello que esperamos: esperar consiste justamente en mantener y sostener esa tensión del deseo insatisfecho. Sin duda, no es fácil reconocer y "bancar" así nomás esta tensión. Y por eso le sacamos tanto el bulto a las esperas...
* * *
Estos días, pensando en la exhortación de Jesús a esperar atentos, sin dormirse y sin distraerse, me vino a la memoria, desde lejos, un lindo recuerdo de mi niñez.
En esa época pasábamos todos los veranos en el campo. Cuando a mi padre se le terminaban las vacaciones, él se volvía a trabajar a Buenos Aires, y mi madre y nosotros nos quedábamos allá. Pero Papá venía siempre los fines de semana, y cuando llegaba era una fiesta. Nosotros sabíamos que iba a llegar el viernes a la tardecita, en algún momento, pero nunca sabíamos la hora exacta (no había celulares...). Me acuerdo de esas veces que, ya bañados y tal vez en pijama, le pedíamos a Mamá: "¿podemos ir a esperar a Papá a la tranquera?"
La tranquera de entrada a "El Rodeo" queda a dos o tres cuadras de la casa, ya afuera del monte. Desde esa loma, subido a la tranquera, se puede ver cómo el camino se estira y se pierde, derechito, como si se hundiera en el monte de "San Martín". El sol aquerenciado del verano se iba cayendo lento atrás de las sierras, como alargando su mirada cómplice de nuestra ansiedad. Los ojos y los oídos estaban bien atentos: cualquier murmullo nos parecía el ruido de un motor, y en cualquier nubecita baja creíamos ver la polvareda del auto de Papá. Mamá venía seguramente con nosotros, y acaso, por el camino, nos enseñaba el nombre de las flores. Quizá abríamos la tranquera y jugábamos a hamacarnos arriba -diversión terminantemente prohibida por mi abuelo-, pero eso sí, sin dejar nunca de mirar el horizonte deseado, amansado por la luz apacible de la tarde.
¡Qué momentos lindos! Y sin embargo, era un momento de auténtica "espera", con toda su tensión. Nada impedía que nos quedáramos jugando en el parque o en la casa -total Papá iba a llegar igual-. Pero preferíamos "ir a esperar" a la tranquera, ese emblema del paisaje campero, símbolo del corazón humano que puede recibir o atajar.
¿Por qué era tan linda esa espera, que para muchos podría ser tensa y aburrida? Porque lo que nos hacía esperar era el amor. Las ganas locas de que llegara Papá (y con él los "programas distintos": salidas en el coche de caballos, idas a cazar, tal vez algún regalito) nos hacían gozar de esa espera ansiosa. En el fondo, lo que hacía posible la "espera vigilante y atenta" era el deseo profundísimo del amor. "El amor", dice San Pedro Crisólogo, "no descansa mientras no ve lo que ama" (Lectura del oficio del jueves II de Adviento). Solamente el amor sabe esperar bien.
No hay, entonces, otra manera de "estar preparados", de "estar vigilantes" que el amor. La "fuerza de voluntad" no nos alcanza. Viviremos bien la espera del Adviento sólo si queremos mucho a Jesús, si deseamos ardientemente que venga a nuestras vidas, si estamos con ganas de abrirle la tranquera de nuestro corazón. Por eso la liturgia nos hace rezar: "Concédenos, Señor Dios nuestro, anhelar de tal manera la llegada de tu Hijo Jesucristo, que cuando llame a la puerta nos encuentre velando en oración (...)" (Colecta del lunes I de Adviento). Sólo el deseo que nace del amor engendra la buena espera.
Si es así, este Adviento -y el gran adviento que es nuestra vida en la tierra- podrá ser un gozoso "ir a esperar a Dios a la tranquera".