miércoles, 14 de noviembre de 2007

Padre Domingo Miner. A su querida memoria.


Ayer, a la llegada de la beatificación de Ceferino Namuncurá, me encontré, de golpe, con la triste noticia de que había muerto el Padre Miner. El querido Padre Miner, a quien ninguna palabra puede describir sino esa cara sonriente que me presta Marcos Maurette. ¡El Padre Miner...! Ese amable receptor de los inconfesables pecados del verano; el mismo que en vez de darte la penitencia -con inconfundible síntoma de santo- te decía: "rezá mucho por mí". La misericordia del Padre Dios a domicilio, paseando por el parque de La Victoria. Creo que no volveré a encontrar a un cura que en sus vacaciones celebre tres misas dominicales y confiese la cantidad de gente que él confesaba.
Miner fue para mí, además, un vínculo con mis antepasados. Si hoy puedo definirme sobre todo como un "heredero" eso ha sido en gran parte gracias a él. El gris árbol genealógico cobraba vida y verdor en su memoria amante. De sus labios conocí quién había sido mi tatarabuelo -su "don Martíng"- y aprendí a quererlo como si yo mismo lo hubiera conocido. Su devoción inocultada por nuestra familia, sin embargo, nunca pretendió competir con el cariño paternal que lo unía a la multitud de sus exalumnos... Porque el Padre tenía esa fineza en el amor (reflejo del Tata) que hacía que cada uno se sintiera un poco su preferido. Como en el corazón de Dios, en el suyo cabía cada uno de nosotros por su nombre. No importaba que yo fuera ya de la quinta generación de Pereyras que conocía. Todos nos sentíamos "de primera" cuando ingresábamos en la partitura orante de su voz tanguera... ¡Con qué ansiedad (e inconfesa vanidad) esperaba el domingo de enero en que mi nombre sonaría en las blancas paredes de la capilla de Cangallo, entre los de los demás parientes que cumplían años! ¿Qué hace, Padre, que nunca haya dejado de resonar en mi corazón ese apodo que una vez pronunciaste en una misa en la casa grande: "Crístian, el nietito de Jaime"...? ¿O, años después, el que le regalaste a mi abuelo Tatá -"Jaime el bueno"- como el mejor de los halagos y el más logrado de sus epitafios...? Y es que las palabras dichas con amor se graban en el corazón. No hay vuelta que darle.

Mil recuerdos se agolpan, pero sobresalen los del oído... Esa manera enfática de pronunciar las oraciones de la Misa que desde chiquito amé imitar: "El Señor esté con vosotros"; "Reconociendo que no sólo nos liamamos, sino que verdaderaménte somos hijos de Dios..."; "el que desee comulgar y todavía no haya colocado la hostia, puede hacerlo en este momento...", y su famosa despedida, que es como un testamento espiritual impreso en el alma: "Hermanos, volvamos a nuestra vida diaria para amar y servir a Dios y al prójimo."

Dios me concedió el haber podido aprovecharlo bastante. Pude tener charlas largas con él, sobre su vida, su infancia, su vocación... Hasta me dí el lujo de hacer algo que creía ser un privilegio de los tíos viejos: llevarlo en auto desde el campo hasta La Plata, en un memorable viaje que hicimos con mi amigo Jara. Y por fin, hace cosa de un mes, cuando me enteré que ya su hora se acercaba de entregarse del todo a Dios, tuve la gracia de verlo en el sanatorio con mi hermano Pato. Y, como la mejor de las despedidas, nos dejó su última bendición en nuestras frentes.

¡Padre Miner...! Hoy que voy a los tumbos, luchando por conservar el don de Dios y peleando mi vocación cada día, pienso en vos y siento que me das desde el cielo una palmada, como después de esas confesiones en el campo... Me acuerdo de la pregunta que me disparaste en el sanatorio la última vez: "Cris, ¿cómo van tus estudios?"; de tus voz quebrada por las lágrimas cuando me llamaste porque entraba al Seminario; del reloj que Abuelo Pereyra pensó para un nieto sacerdote y que vos me regalaste como una confirmación ancestral de mi vocación... Ahora, cada vez que vuelva a mirar esa foto tuya celebrando misa en Tandileofú que tengo en mi cuarto, sabré que estás así, como siempre, rezando por nosotros en el altar del cielo, pronunciando nuestros nombres ante el Padre, que por vez primera los oye con acento de arrabal...

Rezá por mí, Padre Miner. Y, si me ayudás a ser un cura fiel y bueno como fuiste vos, ya que no he podido compartir con vos el altar acá en la tierra, podremos celebrar juntos la gloriosa liturgia celestial, o en el Ayacucho Eterno (¡que se pone lindo...!) compartir un copetín y un vinito bajo la parra de Las Overas, que es como decir lo mismo.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Qu� lindo, Cr�s! Qu� suerte habr�s tenido vos de compartir su pasi�n, su trabajo. Cu�nta intimidad!

Un abrazo
Mk

Anónimo dijo...

buenas tardes padre cristian, le escribo desde la ciudad de San Sebastián, el País Vasco en España, me llamo Ania Miner y busco noticias sobre el primo segundo de mi padre, el padre Domingo Miner, mirando en internet me he encontrado con la triste noticia de que ha muerto, pero no se si estamos hablando de la misma persona, quisiera confirmarlo ya que nos entristecería mucho enterarnos así de la noticia, muchas gracias y mi dirección de correo electrónico esaniaminer@hotmail.com

Mirta dijo...

Que tristeza me causo la muerte del Padre Domingo Minner, lo conoci muy poquito en un viaje que realizo a Neuquen a ver su sobrina Angelica Minner.
Aprovecho este medio para tratar de contactarme con Angelica Minner a quien deje de ver y de tener noticias de ella desde hace unos años que se fue a vivir a Chile.
Fuimos muy amigas, compartimos vida y quisiera saber donde esta.
Por favor si alguien sabe como me puedo comunicar con ella seria una alegria para mi y toda mi familia.