lunes, 15 de junio de 2009

Pan agradecido, partido y compartido

Es cierto que "la Palabra de Dios es viva y eficaz, más cortante que espada de dos filos" (Heb 4, 12)... Pero ¡cuánto cuesta a veces deponer los escudos...! Ayer a la tarde me puse a rezar un rato con el Evangelio del domingo de Corpus [¡Sanguisque!] Christi, y confieso que, una vez más, la tentación fue de decir: "ah, otra vez la última Cena"... Gracias a Dios, el Espíritu Santo me tenía reservada una fina estocada.
Me detuve en los participios que preceden a los verbos "partió" y "dió", correspondientes al pan y al cáliz respectivamente. Antes de partir el pan, Jesús lo bendijo (cf. Mc 14, 22); antes de dar el cáliz, lo agradeció (cf. Mc 14, 23). Después siguen sus palabras, benditas palabras, por las que sabemos que Él se estaba identificando con ese Pan y con esa Copa de vino: "este es mi Cuerpo" (Mc 14, 22), "esta es mi sangre de la Alianza que es derramada por muchos" (Mc 14, 24).

Ayer celebramos justamente esta milagrosa identidad: "ni el Pan es pan ni el Vino es vino: el Pan, Dios, y el Vino, Dios" al poético decir de Bernárdez. Es cierto que de una Presencia Real contemplada algo estáticamente hemos pasado, felizmente, a una comprensión de ella más pascual, más ligada al Sacrificio eucarístico del que es prolongación. Pero incluso bajo esta redecubierta perspectiva, sin embargo, casi siempre se hace referencia al "Pan partido" y a la "Sangre derramada": Jesús "es el Pan que se parte y se comparte", oímos con frecuencia, casi como un lugar común. Pero ¿cuándo se nos habla del "Pan bendecido y partido", o de la "Sangre agradecida y derramada"? Y sin embargo, no hay ningún texto eucarístico de la Escritura (ni ninguna de nuestras plegarias eucarísticas -el gratias agens-) que no dé cuenta de esta primera acción "eucarística" de Jesús. Siempre, antes de partir el Pan y de repartir el Cáliz, Jesús "bendice y agradece" al Padre.

Apoyándonos en el gran exégeta Albert Vanhoye, podemos afirmar que el sentido de este "bendecir" es el mismo que el de "agradecer". Si sirviera de prueba, podríamos recurrir al texto eucarístico más primitivo -1 Co 11, 23-26- donde Pablo sólo usa el participio "eujaristésas" -dando gracias, habiendo dado gracias-(24). ¿No deberíamos preguntarnos más en serio por qué llamamos "eucaristía" -es decir "acción de gracias"- a este Misterio?

El mismo Vanhoye, al exponer, desde la Escritura, las dimensiones del sacrificio de Cristo, comienza hablando del "sacrificio como acción de gracias". En efecto, si Cristo se identificó con ese Pan de la Última Cena, no lo hizo solamente con el Pan partido, sino en primer lugar con el "Pan bendecido-agradecido". Si tenemos en cuenta que su "Cuerpo" y su "Sangre" son símbolos de su vida entera, deducimos que la eucaristía es el Misterio de su Vida agradecida al Padre, y por eso capaz de ser entregada "por los hombres".

Jesús nos enseña mucho con esta previa "acción de gracias". No se puede ser "Pan para la vida del mundo" sin una fundamental y previa actitud de acción de gracias a Dios. Antropológicamente, eso es tanto como decir que nadie puede dar -y menos darse- sin recibir. Ni siquiera Jesús, "hombre él también", que como hombre en la historia no hace más que mostrarnos lo que él es como Dios desde siempre: él no sabe ser Dios de otra manera que siendo Hijo, es decir, recibiéndose del Padre. Él es, pues, el primero en mostrarnos el Camino. Si es cierto que el Señor nos pide "hagan esto en memoria mía", si está claro que nuestra vida cristiana y nuestra felicidad están en ser, como él, "ofrenda permanente" a Dios en favor de los hermanos, la Palabra nos advierte que para poder "actuar" como nuestro Maestro, antes tenemos que poder "recibir" como él, y por eso, "bendecir y agradecer". Si eliminamos estos "verbos" de nuestra vida cristiana, esta ya no es más cristiana: se vuelve moralista y pelagiana (y, sobre todo, frustrante).

La Carta a los Hebreos que ayer escuchamos nos dice que "Cristo, por el Espíritu eterno, se ofreció a sí mismo sin mancha a Dios" (9, 14). Ese Espíritu es el Espíritu de gratitud y de bendición porque es el "Espíritu de hijo" (cf. Gál 4, 4 y ss.), por el que el Padre hace Hijo al Hijo, y por el que el Hijo se agradece al Padre. Si pedimos siempre este Don de Dios -Don que el Padre no niega jamás a quienes se lo piden (cf. Lc 11, 13)-, Él mismo engendrará en nuestros corazones la inefable gratitud filial al Padre, traducida en una vida hecha ofrenda con Cristo a nuestros hermanos.

1 comentario:

Cris M dijo...

Esta reflexión que contas tiene como todas un gran significado, más allá del contenido: y es el compartir (lo que pensás, lo que tenés la oportunidad de reflexionar, lo que sabés, lo que "masticás"). Y a ahí se le une una de tus menciones en el texto: "nadie puede dar sin recibir", y esto no va más allá del sentido de la espera de recibir para dar, sino porque prima el sentido de compartir. Dar, recibir, agradecer, compartir... La vida sin estos verbos seria una vida sin sentido. Un beso, Cris M