martes, 5 de octubre de 2010

La incierta certidumbre de Dios

"Conozcamos, corramos al conocimiento del Señor,
cierta como la aurora es su salida;
vendrá a nosotros como la lluvia temprana,
como la lluvia tardía que riega la tierra" (Oseas 6, 3)

¡Corramos, esforcémonos por conocer a Dios! Vale la pena todo el aguante agotador de la noche, todo ese gemir sobrecargado, vale la pena pedir ayuda sin parar y no cansarse de querer salir, querer salir...
Dios cumple los deseos del corazón siempre (porque él desea más que nosotros); Dios cumple sus promesas siempre. Por larga que sea la noche, la aparición de Dios es "cierta como la aurora".
"Cierta como la aurora"... La venida de Dios es segura con esa "necesidad física" del sol que vuelve a salir... Esto es estrictamente así: la necesidad física es expresión y efecto de la libertad amorosa de Dios, y no al revés. La inexorabilidad de los cielos -de las leyes naturales- está creada por la inexorabilidad del amor eterno de Dios: "Él hizo sabiamente los cielos porque es eterna su misericordia" (Sal 135, 5). La certeza de la aurora no es más cierta que la certeza del amor de Dios, sino su fruto y su espejo.
Ahora bien, él vendrá "como la lluvia que riega la tierra"... Estotra imagen habla más bien de la "inmanejabilidad" de la aparición de Dios, y muy pertinentemente está colocada justo después de la imagen del amanecer: de lo contrario, parecería que uno, reloj en mano, podría saber cuándo exactamente va a visitarnos el Señor: faltan diez, nueve ocho... Para corregir esta ilusión, Oseas nos propone la comparación con la lluvia, que no sabemos cuándo va a venir, "porque en muchas ocasiones truena y no sabe llover".
De la primera comparación, aprendemos la certeza irreversible de que Dios llegará; de la segunda, la incertidumbre de que no sabemos cuándo. Todo lleva a que no confiemos en nuestras especulaciones, sino que pongamos toda la esperanza en él.
Esta es la esperanza cristiana, certeza divina que nos permite andar entre las incertidumbres humanas (tan cierta aquélla como éstas). Así vivió también Jesús, que vivió como Hijo la "hora": ya está viniendo, ya viene... pero recibiéndola siempre de la voluntad de Dios, el único que sabe "el día y la hora". Nosotros, hijos como él -y en él-, renunciamos a manejar la historia, y le dejamos el asunto al Padre, mientras vivimos, con todo, la propia necesidad de cada día.

1 comentario:

Ana Belén dijo...

"Dios cumple los deseos del corazón siempre"
que hermoso y esperanzador es saber que hay todo un Dios a nuestro lado velando por nuestros sueños.
Muchas gracias por esta entrada.

Un saludo!