martes, 8 de mayo de 2018

Amor que no necesita palabras

Hoy es el día de la Virgen de Luján. Gracias a Dios, una vez más pude visitarla en su santuario, y concelebrar la Misa a su pies y en medio de tantos peregrinos que se alegraban de estar allí.

El Evangelio que la Iglesia ha elegido para su fiesta (Jn 19, 25-27) es el que narra la escena en que Cristo, colgado en la Cruz, le dice al discípulo amado, señalándole a María: "aquí tienes a tu Madre". Y a ella le dice a su vez: "aquí tienes a tu hijo". 
Esta tarde, al escucharlo, me quedé pensando en un detalle: ella, la Virgen, no dice nada. Ni una palabra. "María... estaba, sencillamente", como dice Pemán en su verso. Junto a la Cruz, delante y debajo de su Hijo torturado, María calla. Sólo está. De pie. Fuerte y mansa a la vez. Indefensa y consolando. Sola y acompañando.
Y así, exactamente así, está nuestra Madre en Luján.

Es sabido que en otros sitios ha habido y hay apariciones de la Virgen, y sus videntes transmiten muchas palabras y mensajes de parte de María. Pero en Luján, no. Ella está ahí, nomás. Silenciosa y receptiva, observadora y amante, comprensiva y confortante. 

En la basílica de Luján siempre hay mucho ruido: de los peregrinos que hablan, y de las familias que se sacan fotos, y de los chicos que lloran, y de los fieles que rezan o cantan, y de los perros que ladran, y de los obreros que siempre están restaurando o reconstruyendo... En medio de todas esas voces, sólo la Virgen permanece silenciosa. Hasta sus manos están siempre calladitas, con la intensa quietud de la oración. 

Porque así estaba en la Cruz. Así estaba en ese día en que entendió -con tanto dolor- cuál era su lugar en la historia del mundo, cuál había sido el sentido más hondo de su misión, al oír de labios del mismo Jesús muriente: "Mujer, aquí tienes a tu hijo".
Hoy miraba a tantos peregrinos acercarse desde la entrada del largo templo hasta el altar de la Virgencita, y me imaginaba al mismo Cristo presentándole a cada uno por su nombre, y diciéndole: "Mamá, aquí tienes a tu hijo". Y a ella recibiéndolos con ese elocuente silencio del amor.

María silenciosa junto a la cruz de su Hijo en el Calvario. 
María silenciosa junto a la cruz de sus hijos en Luján. 
No hace falta más: alcanza con que ella nos mire. Nos basta con ir y verla, y nos sobra con saber que está fiel ahí, en ese corazón querido de la patria, desde el cual hace casi cuatrocientos años sigue atrayendo y bendiciéndonos a todos...

¡Qué innecesarias son las palabras, cuando es tan cierto el amor!

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