martes, 21 de diciembre de 2021

El pesebre y la cruz

        Casi no hay una canción folklórica navideña que no mencione en alguna parte la Cruz de Cristo. Siempre me acuerdo de mi profesor de guitarra Patricio Quirno Costa, que, comentando esto, decía medio en broma algo así como: "Pero, che, será posible, si la Navidad es algo lindo, por qué tienen que meter ya la cruz, déjennos alegrarnos tranquilos...". Hoy, sin embargo, pensando en este rasgo de la fe navideña de nuestro pueblo, le encuentro un sentido cada vez más hondo. 

    Vayan, pues, dedicadas a Don Patricio esta pequeña reflexión y esta zamba como gratitud por haberme enseñado a dar, con la guitarra, algo de gloria a Dios y algo de alegría a los hombres.


EL PESEBRE Y LA CRUZ

La Navidad como misterio de reconciliación


Y junto con el Ángel, apareció de pronto una multitud del ejército celestial, 
que alababa a Dios, diciendo:
"
¡Gloria a Dios en las alturas,
y en la tierra, paz a los hombres amados por él!
” (Lc 2, 14).

Es casi un lugar común caracterizar la Navidad como una "noche de paz". Y es la pura verdad: al nacer como hombre, Dios vino a traernos la paz. Vino a hacer las paces con nosotros, los hombres. A unir lo que estaba infinitamente separado: el cielo y la tierra. Jesús es "nuestra paz" (Ef 2, 14): es Él quien, de parte nuestra, da la gloria a Dios, a quien nosotros tanto ofendemos; y es Él mismo quien a nosotros, de parte de Dios, nos trae la paz. 

Ahora bien, la paz tiene razón de fruto: viene siempre después de algún trabajo: siembra, poda y cosecha. No hay atajos para la paz. La paz es -siempre- consecuencia, y consecuencia del amor que, solo, reconcilia. Dicho de otro modo: hay paz cuando hay pacificación. Y hay pacificación cuando hay un pacificador. Cuando, como se dice mi barrio, " 'tá todo pago"... es porque alguien pagó.

Por eso, el Ángel comenzó diciendo: "Hoy, en la ciudad de David, les ha nacido un Salvador" (Lc 2, 11). La gloria a Dios y la paz a los hombres son anunciados en relación con la llegada de este Salvador, el que con su "sangre" y con su "cruz" (cf. Ef 2, 13. 16) acercó a los que estaban lejos y amigó a los que estaban enemistados, pagando un altísimo precio.

Por eso, la Navidad, aunque es un misterio de gozo, tiene ya anticipos de la cruz: el rechazo de los hombres, la pobreza del pesebre, la soledad de la noche… 

"Pobre humilde nace
nuestro Redentor,
temblando de frío
por el pecador".

El niño que nace es el Salvador que vino para hacer la obra de la redención por su pasión y su muerte. 

El pueblo sencillo de Dios comprendió esta verdad profunda, y la expresó de muchas maneras. En efecto, en muchos pesebres se representa al Niño acostado con los brazos extendidos en cruz. 

"Cuando sonríe
se hace la luz,
y en su bracitos
crece una cruz" 

("Noche anunciada" de Félix Luna).

Son sobre todo los villancicos criollos los que hacen presente el misterio de la cruz en medio de la Navidad. Por ejemplo, entre las coplas de "Vamos, pastorcillos", encontramos esta estrofa: 

"San José y la Virgen
y santa Isabel
vagan por las calles
 de Jerusalén,
preguntando a todos
si han visto a Jesús:
todos les responden
que ha muerto en la cruz"

O esta que recopiló Juan Alfonso Carrizo en Jujuy:

"La Virgen fue costurera
y san José carpintero
y el Niño cargó la Cruz
que ha'i morir en un madero"

O también esta estrofa de una zamba ("Tristeza de Navidad") de Arturo Dávalos:

"Y como el zorzal, mi niño Jesús,
cantara si pudiera para velar
tu sueño feliz, porque al despertar
ya comenzarás a llevar la cruz". 

Porque Cristo nació para salvarnos, para hacer las paces con nosotros, por eso la Navidad es ya un misterio de reconciliación. Y por eso es Noche de Paz.

Por consiguiente, la Navidad tiene que ser para nosotros ocasión de reconciliarnos con Dios y de reconciliarnos entre nosotros. 

Pensemos en quién de nuestra familia necesita un gesto de cercanía de nuestra parte. A quién podemos hacerle un sitio en nuestra mesa navideña, aunque se haya portado muy mal con nosotros. A quién deberíamos pedirle perdón antes de esta Nochebuena...

Nos cabe por cierto a nosotros, que hemos sido agraciados con la "Buena Noticia" y reconciliados con Dios, ser artífices de paz. Para ello, siguiendo los pasos de nuestro "Príncipe de la Paz", hemos de cargar con la cruz del amor, para ser así, concretamente, "mensajeros de la paz": "¡Qué hermosos son sobre las montañas los pasos del que trae la buena noticia, del que proclama la paz, del que anuncia la felicidad, del que proclama la salvación, y dice a Sión: «¡Tu Dios reina!» (Is 52, 7). Y poder merecer un día la eterna merced de sus palabras: "Felices los que trabajan por la paz, porque serán llamados hijos de Dios" (Mt 5, 9).

¡Feliz Navidad!




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