Me gusta pensarlo así.
El Papa Francisco soberanamente eligiendo -genio y figura hasta la sepultura- su último destino a los pies de la más venerable imagen de la Virgen en Roma: la salus populi romani. Como dando su última indicación. Como buscando refugio (sub tuum praesidium confugimus...) bajo su manto misericordioso.
Y hoy, solemnidad de la Virgen de Luján, la advocación del Papa Francisco, la patrona de nuestro pueblo, recibimos la gran alegría de saber que el nuevo Sucesor de San Pedro es León XIV. Justamente un día como hoy, 8 de mayo, pero de 1887, el Papa que llevó por última vez ese nombre (León XIII) le otorgó la coronación pontificia a nuestra milagrosa imagen.
Hoy, día de Nuestra Señora del Rosario de Pompeya, tan popular en Italia, que entre nosotros -y lo canto con Gardel- es también la "medallita de los pobres", la "que no conoce el centro, pero que está muy adentro en el alma nacional"...
Y hoy, finalmente, el nuevo Papa concluyendo sus primeras palabras urbi et orbi rezando sencillamente el Avemaría.
Quiero leer en esta preciosa secuencia, y en esta transición de obispos de Roma, la mano materna de la Virgen reuniendo y acompañando con su oración poderosa a la Iglesia de su Hijo en este dificilísimo momento. Como en Pentecostés, cuando María sostuvo a esa primera jerarquía, la apostólica, desde más atrás en la humildad, desde más adentro en el silencio, desde más cerca de Dios en la santidad.