lunes, 1 de diciembre de 2008

¿Qué cielo esperamos?


Los últimos días del año litúrgico que acabamos de terminar nos invitaron a mirar al cielo, a pensar en la vida eterna. Ya hemos hablado de la secularización y de cómo ella influye en que no nos preocupemos mucho de estas realidades "menos reales" del más allá... Hoy, en cambio, podríamos hacer un pequeño esfuerzo en tratar de entender por qué nuestra cultura eligió "secularizarse": por qué primero dejó de mirar para arriba y buscó el cielo en la tierra (época de las grandes utopías) y por qué finalmente dejó de buscar el cielo y se contentó con vivir sólo en la tierra (muerte de las utopías o, dicho menos académicamente, cultura del "es lo que hay"). Es muy probable que el cielo haya dejado de ser importante y significativo en nuestra vida porque tenemos, quizá, una idea muy desfigurada y empobrecida de él.
Cuando pensamos en el cielo, lo primero que suele venírsenos a la imaginación es una persona vestida de blanco tocando el arpa, sola, en una nube. De hecho, cuando alguien está muy viejito o muy enfermo, solemos decir que "está más cerca del arpa que de la guitarra". Esto parece una pavada, pero sin embargo estas imágenes de nuestra cultura nos influyen mucho inconscientemente. ¿Qué tiene de fascinante un cielo así?
Quienes aprendimos algo de catequesis o de teología fuimos enterándonos de que el cielo en realidad no era así, sino que era "gozar eternamente de la visión de Dios": el cielo es la "visión beatífica"… ¡Ah! Pero ¿cómo? ¿Vamos a estar mirándole la cara a Dios por los siglos de los siglos, sin poder hacer nada más? Al final, estamos peor que antes: la catequesis no hace más que confirmar nuestra sospecha de que más vale que nos divirtamos acá abajo, porque en el cielo se acaba la fiesta… ¡Con razón oímos muchas veces la idea de que el infierno es mucho más atractivo que el cielo, porque está lleno de gente divertida!
En la Primera Carta de Juan encontramos la ayuda necesaria para enriquecer un poco esta imagen del cielo: "sabemos que cuando se manifieste [lo que seremos], seremos semejantes a [Dios], porque lo veremos tal cual es" (1 Jn 3, 2).
Es cierto que el cielo consiste en ver a Dios. Pero esa visión no se queda en visión, nomás… Cuando veamos a Dios, nos dice Juan, vamos a ser semejantes a Él. Y aquí ya cambia el panorama: el cielo no consiste tanto en ver a Dios sino en "ser semejantes a Dios": la visión es el medio, no el fin. "Seremos semejantes a Dios". Pues bien: ¿cómo es Dios? El mismo autor de esta carta nos lo responde unos versículos después: "Dios es amor" (1 Jn 4, 8. 16). Nosotros creemos, gracias al Evangelio de Jesucristo, que Dios no es un solterón, sino que es un Padre que se da por entero a su Hijo, y ese Hijo, de tan agradecido y feliz, se entrega todo al Padre, y que entre los dos gozan tanto de este amor que comparten, que estallan en la alegría y el don que es el Espíritu Santo. En el cielo vamos a ser semejantes a este Dios, que es una comunidad de personas que se aman. Por lo tanto, en el cielo también nosotros vamos a ser una comunidad: la comunidad de los Hijos de Dios.
Por eso Juan no dice: "seré semejante a él", sino "seremos semejantes a él"… Durante mucho tiempo, la Iglesia hizo hincapié en la dimensión individual de la salvación. Se insistió en que cada uno se esforzara por "salvar su alma". Todavía hoy, los títulos de algunas obras de espiritualidad (hay un libro, p. ej., que se llama "Para salvarte") siguen reflejando esta mentalidad. Sin embargo, nuestra esperanza no es individualista. Nadie se salva a sí mismo y nadie se salva solo. La santidad no es ante todo un premio particular, sino un don de Jesucristo para la Iglesia; es un don para cada uno pero en cuanto miembro del Cuerpo, es un don "eclesial". De hecho, el Papa, en su última encíclica, nos recuerda que "la salvación es una realidad comunitaria" (Spe salvi, 14). La vida eterna es la comunión con todos, y así lo rezamos también en la Misa: "que podamos gozar todos juntos de la plenitud eterna de tu gloria" (Plegaria eucarística III).
La vida eterna es una realidad "social". Por eso en muchos lugares de la Escritura se habla del cielo como de una "ciudad", como de una "asamblea" o "congregación". Por ejemplo, en el Apocalipsis se describe "una muchedumbre inmensa, que nadie podría contar, de toda nación, raza, pueblo y lengua..." (Ap 7, 9). El cielo es la alegría de la asamblea de todos los santos, la unión de todos los hijos de Dios junto a Jesucristo.
No obstante, la comunidad del cielo no supone que nosotros, por así decir, nos perdamos en la muchedumbre "social" de los santos. Los santos tienen nombre y apellido. En la asamblea celestial que el Apocalisis nos muestra no están todos igualitos y uniformes, como en las liturgias totalitarias de los dictadores, sino que se mantiene y radicaliza la diversidad de cada uno: "una muchedumbre inmensa (...) de toda nación, raza, pueblo y lengua". Y en esto también "seremos semejantes a Dios", porque ¡en Dios hay diversidad! Dios es la comunión de tres personas distintas, cada cual con su nombre propio. ¡Dios es pluralidad unida en el amor!
Así, el cielo será la conjunción perfecta de nuestras experiencias más plenas de la vida, que a mi juicio se inscriben siempre en dos grandes vertientes: la identidad y la comunión. Cuando tengo que expresar mi sensación interior de esos momentos (o instantes) en que me he sentido absolutamente a gusto, libre, desplegado y pleno suelo decir que "fui yo mismo". Con eso indico que estuve libre de miedos, de trabas, lleno de una confianza radical: es la experiencia de la plenitud de la identidad, de estar siendo lo que uno debe ser. La otra gran fuente de alegrías en la vida es la experiencia de la comunión con otros, que tiene distinto color según de quién se trate (el amor es siempre irrepetible: es lo más personal y lo más personalizador). Una conversación profunda con un amigo, el gozo de la presencia del enamorado, un momento de unión inefable con Dios en la oración, una fiesta en que uno celebra y agradece de corazón la vida... Son esos instantes de plenitud increíble en que a uno le sale decir: "¡quisiera que esto dure para siempre!", o, como Pedro, "hagamos tres carpas..." Es el momento, dolorosamente pasajero, en que el amor nos "hace tocar el cielo con las manos". Si es auténtica, en esta experiencia las dos vertientes saben confluir: en ese instante de unión impresionante con el otro sentimos, al mismo tiempo, que somos más que nunca libres, que estamos siendo lo que debíamos ser, que para eso existimos, que somos "nosotros mismos". Éxtasis y personalización coinciden. La mirada de amor del otro es la que nos hace crecer, la que nos hace henchirnos y desplegarnos, la que nos permite vivir libres y con la frente en alto.
Eso va a ser el cielo: la mirada de Dios amándonos va a ser tan grande que nuestra libertad no va a tener freno alguno: se dará una cadena de amor tan contagiosa y fuerte entre todos nosotros que esos instantes que acá son fugaces allá no terminarán nunca. Por eso, todo lo bueno de esta vida no se acaba, sino que sigue. Serán los "cielos nuevos", sí, pero también la "tierra nueva". Será la ciudad eterna de todos los que queremos: en la Biblia a esta "ciudad nueva" se la llama "Jerusalén del cielo". Pero como la identidad nuestra allá no se pierde sino que se acentúa, esa ciudad puede ser campo: el cielo va a ser también "Ayacucho para siempre", "Ayacucho eterno". ¿Cómo no mirar al cielo? ¿Cómo no esperar en la vida eterna?

13 comentarios:

Anónimo dijo...

Estimado Cristián:

Cuando uno es "uno mismo" y así poder darse a los demás, es cuando hacemos realidad la comunión, la comun-union.

Y es como usted dice, mi querido amigo, cuando se es autentico se es pleno, se es libre, se puede ir por la vida con la frente bien en alto y con la mirada de uno en la de los demás.
Es cuando podemos ver en los otros el rostro amoroso de Jesús.

Que bueno que lo "bueno" de esta vida no se acabe y que no perdamos nuestra identidad que nos hace únicos e irrepetibles.

Que nos hace encontrar, aun en el cielo, un lugar donde el silencio se hace destino.

Abrazo.
G.A.D.

Un Humilde Servidor dijo...

Muy bueno Cristián! Recién descubro tu blog y la verdad un placer leerte! Saludos y gracias.

Anónimo dijo...

Querido Cristián:

Qué profundo post.

"Dios no es un solterón". Mira, esto está muy bien pensado, es una frase brillante, no sé si tuya, porque es verdad, a veces los católicos damos una imagen un poco pobre de nosotros mismos, una imagen resignada, aburridota: lo que tú pones de que el infierno debe tener gente más divertida, qué sepa más de música rock (esto es mío, no del post).

Estoy de acuerdo con todo lo dicho, pero con matices. Está muy bien todo lo que dices de que nos salvamos todos juntos, la cita a la Spe salvi, todo eso, sí, pero la salvación sigue
siendo algo personal, creo: cuando muera, Dios me va a juzgar a mí, por mis actos, por mis decisiones libres, y el haber olvidado esto da algunos problemas de la Iglesia, hoy en día: varias veces en el Evangelio dice Jesús que te juzgarán a tí, no al grupito.

Me gusta que hables del cielo por eso: porque muchos clérigos actuales no quieren hablar de la muerte, del juicio, del cielo y del infierno. Es importante hablar de ello, porque si borramos esta incógnita, la ecuación de nuestra vida se queda sin respuesta.

Cuando muramos, ¿los de Ayacucho seguireis siendo de Ayacucho y los de Madrid de Madrid, los de Buenos Aires de Buenos Aires y los de Barcelona de Barcelona? Hum... Eso me parece preocupante. ¿Ni en el cielo conseguerimos salvar nuestro particularismos, nuestra forma pequeña de ver las cosas?

...

(Me alegro de no haberte aconsejado que escribieras más breve, como estuve tentado de hacer hace unos días)

Cristián Dodds (hijo) dijo...

Muy estimado Fernando:
Honrado con su visita y más con su sapiente comentario. Me gusta que me "retruque" y que me llame la atención sobre los aspectos que quedan en la sombra.
Esta vez le admito que he estado un poquito más peleador y provocativo que de costumbre... Sin embargo, estoy plenamente de acuerdo con Ud. La salvación es "personal", ciertamente; pero no es "individual" ni "particular". El final del articulillo intenta probar cómo la comunión y lo "social" no atentan sino que potencian lo "personal". También traté de matizar cuando puse que "la santidad (...) es un don PARA CADA UNO, pero en cuanto miembro del Cuerpo (...)". Creo que habrá un juicio particular para cada uno. Pero me entusiasmó la frase del Papa (después lo tildan de anticonciliar...), y cargué las tintas contra la noción más individualista de la santidad ("Sólo Dios y yo"), que en ciertos mundillos católicos sigue muy oronda.
Con lo de Ayacucho, vamos a ver. Le molesta pensar que en el cielo haya particularismos (supongo que los que tienen ustedes en la península deben dolerle...). Tiene razón. En el cielo se acabarán los particularismos, pero no la identidad ni la pluralidad. El particularismo es xenófobo y se resiste a la comunión de la "catolicidad", de la universalidad, que es esencial al cristianismo. En cambio, la unidad del cielo es la unidad del amor: la que hace -la que ES- el Espíritu Santo. P. ej. en Pentecostés (Hch 2): logra la comunión y el entendimiento, pero manteniendo la inmensa variedad de lenguas y de pueblos (me remito al articulillo que escribí sobre "la Iglesia unida en la diversidad", perdón la pedantería). Unidad sí, uniformidad no. Así es UNO Dios: siendo pluralidad de personas distintas. Entonces, el cielo es Ayacucho eterno Y (el "y" católico) Madrid eterno, Y Jerusalén eterna, Y... Sería particularismo si quisiera ser Ayacucho y sólo Ayacucho. Y por eso puse que "también" va a ser Ayacucho eterno.
Perdón la largura, don Fernando, y muchas gracias por ayudarme a pensar, y por aclarar lo oscuro.

Cristián Dodds (hijo) dijo...

Me olvidé de un copyright. Lo de que Dios no es un solterón lo aprendí de chiquitísimo, en una canción de Aejandro Mayol que cantaba Piero. "Escuchen con los dos oídos: Dios Padre no es un solterón, Dios Padre nunca está aburrido y vive de muy buen humor".
Nico: ¿sos Nico mi ahijadito?
Thank you GAD as usual!

Analía dijo...

CIELO = ...experiencia de estar siendo lo que uno debe ser + experiencia de la comunión con otros

"Eso va a ser el cielo: la mirada de Dios amándonos va a ser tan grande que nuestra libertad no va a tener freno alguno".

Es verdad que cuando uno llega a tener al menos instantes en donde experimenta esto, siente que TOCA EL CIELO CON LAS MANOS.
Pensar, después de leer pausadamente lo que escribiste, me trajo algunas imagenes muy lindas que me hacen intuír algo del cielo que espero.

Un saludo!

Anónimo dijo...

Muchas gracias por tu aclaración, Cristián: soy un poco conservador, y me alegra ver que no eres de los clérigos o pre-clérigos que no se toman en serio el pecado, el juicio, el cielo, el infierno. Por lo demás, está muy bien lo que aclaras: una cosa es "personal" y otra "individual".

Gracias por la aclaración sobre si uno va a seguir siendo de Madrid en el cielo y va a seguir odiando a los de Barcelona (o si será de Ayacucho y odiará para siempre a los de la Capital Federal): siempre me ha gustado la frase de Jesús, cuando responde a los saduceos (¿eran los saduceos?) que en el cielo no seremos ni casados ni solteros, sino como ángeles.

En fin, gracias por la aclaración del copyright de "Dios no es un solterón": a ver si encuentro la canción en internet, porque las frases que citas son buenas.

Cuídate.

Un Humilde Servidor dijo...

Cristián:
no, no soy Nico tu ahijadito, soy Nico Copello, un cuasi primo-tío tuyo. No sabía que estabas en el seminario, ni que escribías, si sabía de tu talento musical. Llegué a vos por el blog de MK Maurette "dos y paramos".
Ahora te tengo entre mis favoritos de Internet, para darme cada tanto un baño de espiritualidad y campo en medio de esta vida material y ciudadana.
Te mando un abrazo!

Cristián Dodds (hijo) dijo...

¡Nico Copello! ¡Casiprimo casibacteria!¡Qué maestro! Guardo en el corazón algún invierno o verano que compartí con vos en Las Overas... ¿Nos reconoceremos si nos cruzamos por la calle?
Gracias por tu comentario, y sabés que esta es tu casa: vos sabés qué quiere decir Ayacucho. ¡Un abrazo!
Fernando: Busqué en Ares el canto de Piero (era un disco de música infantil) pero sin suerte.
Gracias, Analía por tu comentario.

Cristián Dodds (hijo) dijo...

Fernando: ¡Héureka! El canto se llama "La canción de la abuela". Buscá Piero o Piero infantil. Si no lo conseguís, te lo mando por mail. Saludos,

Anónimo dijo...

Gracias, campeón: ya te diré si lo encuentro, gracias.

Guido Borella dijo...

¡Muy bueno, Cris!
Gracias por tan lindas palabras.
Para la comunión fuimos creados -y posiblemente porque a mí me gusta comer- me gusta pensar en el Cielo usando la imagen evangélica de Jesús compartiendo la mesa con los pecadores. El famoso "banquete" del cielo. Abrazo grande.

Cristián Dodds (hijo) dijo...

¡¡Guido!! ¡Qué honor tu visita! Y qué sorpresa que hayas aparecido en un articulillo "viejo"...
Te mando un abrazo grande, y están siempre abiertas las tranqueras de Dios y Ayacucho para vos y todo lo que quieras aportar.