sábado, 3 de abril de 2010

Oración a Jesús por el don del sacerdocio

A la parroquia Nuestra Señora de Aránzazu, conocida por el pueblo sencillo como "la catedral de San Fernando", se acercan cientos de personas en Semana Santa, con ganas de rezar y de reconciliarse con Dios. Constantemente caminan por el templo personas que se detienen ante las antiguas imágenes del Jesús sufriente, del crucifijo, del Cristo yaciente, y rezan con conmovedora devoción.
Pocas veces sentí tan hondamente como en estos días el deseo de ser cura, y pocas veces tuve tan patente la conciencia de la gracia que representa para todos el don del sacerdocio. La noche del Jueves Santo expresé mi acción de gracias en esta oración.

¡Qué grande es tu amor, Jesús, que no sólo nos diste el ejemplo de tu vida, sino que quisiste elegir a algunas personas para que en todas las épocas y en todos los lugares “sigan tus huellas e irradien tus mismos sentimientos”! De esta manera, nunca los hombres dejamos de tener cerca de nosotros a esos testigos que nos hacen conocer, sentir y gustar tu amor de hermano mayor, de amigo, de buen pastor. Ellos son los sacerdotes, que hasta el día de hoy siguen respondiendo a tu voz que les pide: “hagan esto en memoria mía”.

Vos los llamás por su nombre, y los invitás a que te quieran con todo el corazón, dejando todo para seguirte en una vida de servicio, de entrega y de amor como la tuya. Tus sacerdotes, Jesús, hacen que vos estés presente y cercano a los hombres y mujeres de hoy: nos anuncian tu Evangelio y nos explican tu Palabra; nos hacen experimentar tu amor y tu cuidado perdonándonos los pecados y ayudando a los más pobres y a los enfermos; con los sacramentos, los sacerdotes nos unen profundamente a Vos, reuniéndonos en la familia de los Hijos de Dios. Ellos son “un regalo para la Iglesia y para el mundo”, sobre todo, cuando celebran la Eucaristía, donde estás presente Vos mismo, Jesús, dándonos Vida nueva, y amándonos cada vez hasta el final.

Es verdad que ellos son también hombres, hombres débiles y hombres pecadores, que no saben responder siempre a tu amor, y que no están a la altura de la misión que les encomendaste. Pero justamente en esto, Jesús, es más grande, más increíble tu amor, porque vos no los elegiste porque fueran perfectos, sino porque sí, sencillamente porque los amás. La vida frágil y pecadora de tus sacerdotes es un signo de tu corazón misericordioso. También con sus miserias, los sacerdotes nos hablan de cómo es tu amor: un amor que nunca reniega de nosotros, que ama incondicionalmente, que siempre perdona.

2 comentarios:

Cris M dijo...

Qué sentido lo que decis. Celebro la claridad con la que vivis tu vocación y la valentia para aceptarla y vivirla.
Un abrazo,
Cris M

Octavio dijo...

a vos te vamos a sacar bueno pibe, acordate.