martes, 15 de enero de 2019

La epifanía escondida

"Los magos", xilografía de Pedro Hasperué

El "día de Reyes" es en realidad, para la Iglesia, la solemnidad de la "Epifanía", es decir, la brillante y alta manifestación de Dios.
Lo sorprendente es que hay alguna dificultad en encontrar luz y brillo en la noche de Belén, y en ese pobre bebito envuelto en pañales, nacido en un galpón de animales, junto a una Madre en el desamparo de estar fuera de su casa y de su gente...
Y sin embargo, así Dios se reveló a los pueblos paganos, representados por nuestros queridos Reyes Magos.
Es tan cierto lo que dice un himno del breviario: "[Dios] más se nos manifiesta cuanto más hondo se esconde" (Himno del Oficio de Lecturas de la Epifanía del Señor).
Parece que, en la Epifanía, sólo al apagar las otras luces se puede ver la Luz de Dios. 
Los sabios magos orientales, en efecto, debieron acallar las luces de su razón, de su sentido común y de sus expectativas -largamente alimentadas en ese azaroso periplo- para encontrar a un nacido "rey de los judíos" de quien ningún judío de Jerusalén había oído hablar pues, por lo demás, tenían a un rey tranquilamente reinante... Luego tuvieron que abandonar las luces de la capital y del palacio de Herodes con rumbo a una oscura aldea serrana; también fue preciso que se detuviera la luminosa estrella de su sapiencia astrológica para que pudieran reconocer a la Luz del mundo en ese Niñito junto a su Madre, ignorado de todos.
Las dos luces a la vez condujeron a los pueblos paganos hasta el umbral de la Verdad: primero la ciencia humana; después, el Antiguo Testamento, la sabiduría bíblica de los escribas judíos. Pero llegados allí, ambas tuvieron que menguar hasta ocultarse. Ahora, habiendo ingresado en esta humilde Luz nueva, ya no es posible "volver por el mismo camino": y los magos regresaron, felices, con la luz de la Fe para su corazón sediento.

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